Periódico

Sonoro

Audiovisual

CANALES

Edición 105

event 22 Julio 2023
schedule 10 min.
email Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Necesita activar JavaScript para visualizarla.

Alejandro Valencia Carmona
Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Necesita activar JavaScript para visualizarla.
share
  • Memoria y destierro: lo que cuentan los objetos

    format_textdirection_l_to_r

    Discos, ollas, relojes, vasijas: toda casa guarda tesoros personales que cuentan historias. Algunos de esos objetos registran pequeños triunfos y alegrías; otros, en cambio, recuerdan dolores. El trabajo de grado “Objetos de vidas desterradas” es un ensayo fotográfico que pone la mirada en el valor simbólico de los objetos que personas víctimas del conflicto armado colombiano conservaron en el momento de su desplazamiento. Un mapa de recuerdos, pérdidas e ilusiones que hacen posible la existencia cuando se ha perdido tanto.

     

    Objetos 1

    Fotografías: Alejandro Valencia Carmona

    Una olla es más que un pedazo de metal donde se cocinan los alimentos. Para Esperanza, habitante de la vereda Granizal en Bello, una olla es un viaje en el tiempo que la lleva a los días de parrandas y cocinadas con su hermana Rosa allá en Piamonte, corregimiento de Cáceres, en el Bajo Cauca antioqueño. Las ollas y los discos de vallenato firmados por Rosa son tesoros que Esperanza guarda para recordar a su hermana asesinada por paramilitares hace más de 30 años.

    “A ella le gustaba marcar los discos y las ollas, po’que decía que así los demás sabían que eran de ella y no se le embolataban. Ese 31 de diciembre del 92 nos la pasamos bebiendo y bailando con ese disco que dice ‘Se acabaron, se acabaron ya’, de Farid Ortiz. Ese y ‘Mi ahijado’, de Diomedes Díaz. Eso era beba y beba con esos discos. Y baile; bailábamos las dos ahí y dele, amanecidas. Ese fue el último diciembre que compartimos Rosa y yo antes de que la desaparecieran”, cuenta Esperanza. 

    El 30 de enero de 1993, hombres armados entraron al corregimiento y sacaron a varias familias de sus casas. “No encontraron más dónde amontonarnos sino en el negocito que tenía mi mamá”, recuerda. “Como ellos eran paraco’ cogieron a mi hermana, porque empezaron a decir que ella era colaboradora de la guerrilla”. 

    En esa época los grupos guerrilleros llegaban al pueblo y le pedían a Rosa que matara algún gallo para hacer un sancocho. Ella cocinaba y Esperanza le ayudaba. “Cuando vi que bajaban a la hermana mía pa’ llevásenla no pude hacer nada. ¿Qué hacía uno con toda esa gente armada? Nada. Como por allá casi todo el mundo conocía a mi mamá, nos contaron que la llevaron a una platanera, la violaron y después la tiraron al río. Yo me quedé durmiendo en la casa de ella, de arriesgada, pero mi mamá me sacó de allá, po’que le dijeron que me iban a matar. Me fui pa’ Yarumal y de ahí me vine pa’cá pa’ Medellín”.

    Objetos 2

    La historia de Esperanza es la de muchos de sus vecinos en Granizal, el segundo asentamiento irregular más grande del país. Se calcula que el 80 % de las casi 30 mil personas que viven allí salieron desplazadas de sus pueblos. Desde los años 80, miles de víctimas de todas partes del país han encontrado en esas montañas empinadas un lugar para refugiarse de los grupos armados, aunque a muchas familias la violencia del país los persiguió hasta allá. A principios de los 2000 eran comunes los retenes, que terminaban con asesinatos. Todavía hoy los vecinos recuerdan masacres en establecimientos comerciales e incluso hubo personas que también fueron forzadas a salir de ahí. Actualmente, la vereda carece de redes de acueducto y alcantarillado y EPM sube agua potable en carrotanques, que no pueden llegar cuando hay deslizamientos que tapan la vía. 

    La vida en Granizal es una pelea diaria por construir un hogar propio después del destierro. Allí muchas familias conservan objetos que los conectan con familiares perdidos o con la tierra que tuvieron que abandonar por la guerra. Ese tipo de objetos biográficos no tienen un valor monetario sino simbólico. Son postales de otras vidas, huellas de personas que ya no están, una especie de llave que desata la memoria. Como dice el crítico de arte chileno Pastor Mellado, “los objetos son anzuelos para pescar recuerdos. O redes barrederas para lo mismo. Son despertadores de la memoria”.

    Alexander Castro, por ejemplo, guarda la ropa y un reloj que intercambió con su hermano Humberto un mes antes de que a él y a su tío los matara el ejército para presentarlos como falsos positivos. En estos años Alexander le ha escrito cartas a su hermano y a su tío en algunas de las prendas que se prestaban entre los tres. 

    “Después de que los mataron, la mujer de mi tío mandó la ropa de ellos y algunas cosas. Para mí son una reliquia que guardaré hasta donde pueda. Eso tiene un valor sentimental. Nosotros usábamos la ropa del otro, pero llegaba el momento en que la ropa no le quedaba a uno o se deterioraba. Entonces, pensé: ‘¿Para qué la voy a acabar o la voy a botar si es algo que era de mis seres queridos?’, y me dio por escribir en la ropa. Igual, nadie la iba a utilizar, yo era el que la iba a tener. Por eso, escribí estos mensajes con marcador, como un proceso de memoria, para que siempre recuerde”, dice Alexander.

    Esperanza y Alexander mantienen sus objetos en la casa que han construido poco a poco en Granizal con Nora, la hija de Esperanza. No importa el estado ni la utilidad. Esperanza guarda los discos de su hermana, aunque no tiene dónde escucharlos. Alexander también conserva zapatos, un reloj, una pistola de balines y un discman que le recuerdan a su hermano. Pero claro, hay objetos que despiertan más recuerdos que otros. 

    Objetos 3

    El rincón compartido de la memoria

    En su tesis de maestría en Hábitat de la Universidad Nacional, la investigadora Marta Isabel Arroyave dice que “hablar de los objetos de la memoria en el destierro es nombrar esos lugares dejados atrás; esos lugares que saben a desdicha o a refugios de nostalgia”. En el caso de la comunidad de Granizal, esos objetos constituyen una memoria colectiva que les permite a las familias no solo habitar los recuerdos sino mantener la esperanza del retorno. 

    Amparo, una de las mujeres del colectivo Memorias y Destierro de Granizal, conserva una tinaja de barro que le regaló una indígena emberá en Mutatá. Cuando le preguntan por esta, Amparo habla sobre su relación con los indígenas, lo que comían, sus costumbres y cuenta la historia de cómo antes cocinaba en esta y ahora recoge agua. Su familia ha sufrido dos desplazamientos, primero en Urabá y después en el barrio San Javier. 

    Amparo mantiene la tinaja al lado de las fotos de sus hijos en un salón de una organización cristiana a unos metros de su casa. Al cuarto lo llaman el Rincón de la Memoria y es una habitación de unos cinco metros cuadrados donde mujeres víctimas del conflicto exponen sus objetos más preciados y algunas obras que ellas mismas tejieron y pintaron para hacer de ese espacio un lugar de memoria. Allí hay platos, fotografías, la tinaja de Amparo y una silla rimax azul que dice “Esta silla es testiga de todos los pasos del desplazamiento”. La silla es de Gladys, que también tiene expuesta la foto de sus grados del colegio. Gladys se graduó a los 39 años, después de abandonar varias veces sus estudios por el desplazamiento y el trabajo. 

    Estos relatos hacen parte de “Objetos de vidas desterradas”, un ensayo fotográfico que busca destacar las relaciones que tienen las personas víctimas del conflicto armado colombiano con sus territorios y su cultura, una forma de dignificar sus historias y las de esos seres queridos que ya no están. El trabajo muestra quiénes son esas personas, cómo lucen los objetos que atesoran, dónde están dispuestos. Y también, de manera más sutil, la casa que habitan ahora, esos intentos por reconstruir una vida lejos de sus tierras.  

    Hay historias como la de Ana Belén, otra de las mujeres del grupo Memorias y Destierro, que solo pudo recuperar las fotos de sus seres queridos años después cuando volvió a Chigorodó al velorio de su madre. Desde eso no ha vuelto a la casa esquinera que construyó con su esposo. “También recuerdo mucho la casa que dejé, que no la pude disfrutar, pero yo digo que mi Dios me tiene una casa mejor, si no es esta, me tiene una mejor en el cielo”, dice. 

    Detrás de cada decisión –cada objeto que se guarda o no o que se muestra– está la urgencia de recuperar cierto sentido de arraigo. La casa se convierte en el contenedor que protege esas memorias. Que tantos objetos de personas desplazadas de diferentes municipios del país hayan terminado en un cuarto de un salón comunal, a tantos kilómetros de sus familias y sus tierras, muestra la magnitud del conflicto armado colombiano y la necesidad de las víctimas de conservar ciertos recuerdos para seguir con sus vidas. 

    ARTÍCULOS RELACIONADOS
    Edición 105

    No es que simplemente no hayamos encontrado la forma de amarnos lo suficiente, no es una inconformidad individual, es un ma... format_textdirection_l_to_r

    Edición 105

    Publicar libros y escritos con nombre propio fue por mucho tiempo un derecho exclusivo de los hombres. Después de muchas l... format_textdirection_l_to_r

    Edición 105

    Este texto es un fragmento y una continuación de la investigación “Hasta encontrarlo: la búsqueda de un excombatiente ... format_textdirection_l_to_r