Discos, ollas, relojes, vasijas: toda casa guarda tesoros personales que cuentan historias. Algunos de esos objetos registran pequeños triunfos y alegrías; otros, en cambio, recuerdan dolores. El trabajo de grado “Objetos de vidas desterradas” es un ensayo fotográfico que pone la mirada en el valor simbólico de los objetos que personas víctimas del conflicto armado colombiano conservaron en el momento de su desplazamiento. Un mapa de recuerdos, pérdidas e ilusiones que hacen posible la existencia cuando se ha perdido tanto.
La memoria de Beatriz Elena Monsalve, la prima lejana, no reposa en un mural, a diferencia de la de muchos hombres de la Universidad de Antioquia que también fueron asesinados en los años 80. Con algunas fotografías, papeles y anécdotas, su historia la guardan solo aquellos que la recuerdan en mi familia y los amigos que sobrevivieron al genocidio contra la izquierda colombiana. Para mí representa una conexión con la UdeA más allá de lo que han sido estos años de estudiar y, quizá, luchar en ella.
El nombre es, quizá, lo primero que recibimos al nacer. Lo llevamos con nosotros toda la vida. Con el pasar de los meses aprendemos a responder al llamado de esa formación sonora y luego es tal vez lo primero que escribimos en un cuaderno. El nombre es una especie de defensa personal que nos sigue acompañando hasta después de la muerte. A Stefany la registraron con S y sus amigas cuentan que odiaba que le pusieran la E al inicio de su nombre. Pero eso no lo sabían muchos; no lo sabían algunos medios de comunicación que informaron sobre su muerte ni tampoco muchos de los universitarios que lamentaron su pérdida.
En el 2001, paramilitares asesinaron al sindicalista Francisco Eladio Sierra. Pertenecía a Sintraofan y era presidente de la subdirectiva de Andes. No hubo justicia y a su familia solo le queda recuerdos.
Es 28 de abril de 2022. Janeth Foronda y Nancy Estela Gómez conversan sobre la masacre de Altavista. No es tan casual el encuentro. Están a punto de remover sus recuerdos para colaborar con la investigación del montaje teatral 1996, del director Daniel Baena. Ambas son vecinas desde niñas y viven en el barrio Manzanares, que colinda con el cuadradero de buses donde fueron asesinados dieciséis jóvenes y resultaron heridos otros tres ese 29 de junio de 1996. Elkin de Jesús, una de las víctimas mortales, era el esposo de Janeth. Y Juan Mauricio Toro Gómez, uno de los sobrevivientes, es hijo de Nancy.
El 17 de mayo de 2001, un carro bomba con 60 kilos de dinamita fue detonado a las diez de la noche en la naciente zona rosa de El Poblado: el parque Lleras. Ocho fueron las víctimas mortales y más de 140 personas resultaron heridas. Detrás de la detonación estaba Henry Serna Moscoso, integrante de la banda delincuencial La Terraza de Medellín, quien pretendía atacar al jefe paramilitar Diego Fernando Murillo, alias Don Berna.