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Edición 105

event 22 Julio 2023
schedule 9 min.
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Melissa Téllez Hernández
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  • Nadar en la arena: Lydia Bolena y la escritura femenina en Barranquilla

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    Publicar libros y escritos con nombre propio fue por mucho tiempo un derecho exclusivo de los hombres. Después de muchas luchas y resistencia, mujeres de todo el mundo lograron romper con los estigmas, apropiarse de sus voces y hacerse protagonistas de sus propias historias. “Escribir para contar la vida: las escritoras barranquilleras y los círculos literarios” es un trabajo de investigación que reconstruye las carreras literarias de las primeras escritoras documentadas en esta ciudad del Caribe. Esta es la historia de Lydia Bolena.

     

    Mujeres escritoras 1

    Ilustraciones: Laura Martínez (@LawMartínezR)

    –Hija de Dios, cómo es posible ser tan imprudente... Y tu marido, ¿no se opone a esa amistad?

    –No –le contesté firmemente–; él me conoce bien y sabe que no existen para mí esos peligros que usted teme.

    –Vaya! ... vaya!... pues sois, ambos, unos locos rematados. Esa mujer está tocada de Satán... ¡Jesús!... Todos me lo dicen... Escándalo sus vestidos... Escándalo sus joyas... Escándalo toda ella. La Virgen te ampare...

    “Una mundana”, Lydia Bolena

    Barranquilla está cerca del mar Caribe y del río Magdalena, dos cuerpos de agua imponentes que se encuentran en la desembocadura de Bocas de Ceniza. De un lado, azul como el cielo, y del otro marrón como la tierra, el agua converge para hacerse una sola y colarse por calles, casas, plantas y terrazas. Arena que viaja cada tanto cuando llegan las brisas de diciembre y que se estanca con el calor de marzo y agosto. Barranquilla es una ciudad hecha de agua y arena: mar y río que vemos a lo lejos y arena que permanece con nosotros en el viento, las esquinas y el fogaje de mediodía.

    Ariel Castillo, filólogo de la Universidad del Atlántico y doctor en Letras Hispánicas de El Colegio de México, me dijo una vez que escribir en Barranquilla era como nadar en la arena, y desde entonces no he dejado de pensar en esa imposibilidad: la inmensidad del agua y la vida justo frente a nuestros ojos que contrasta con la aridez y el bochorno. A Barranquilla la llaman la Arenosa porque alguna vez sus calles estuvieron cubiertas de arena, sin embargo, no es el único motivo: el olvido de sus artistas, especialmente de sus escritoras, es prueba de esa contrariedad.

    La mirada local

    En la primera década del siglo XX, esa pequeña ciudad que alguna vez fue caserío sin importancia comenzó a crecer rápidamente. La construcción del muelle de Puerto Colombia la abrió ante el mundo y le permitió ganar reconocimiento. Los negocios, el progreso y el dinero tomaron tanto protagonismo que se convirtieron en la identidad de sus habitantes, relegando otros asuntos como el arte y la cultura. En esa Barranquilla cualquier oficio artístico era considerado de segunda categoría, las políticas culturales eran casi inexistentes y no había un mercado que consumiera los productos culturales, ni locales, ni extranjeros.

    Ser artista en Barranquilla nunca fue fácil, pero intentarlo siendo mujer en esa época fue aún peor: no solo significaba romper la pared de lo íntimo y hacerse un lugar en un espacio históricamente masculino, sino luchar contra un sistema económico establecido. A pesar de ello, algunas mujeres –en su mayoría de élite– comenzaron a participar del incipiente mundo cultural; algunas lideraban o participaban en obras de caridad, otras organizaban conciertos o montaban pequeñas obras de teatro. Sin embargo, entre todas las artes, la escritura y la publicación fueron de las victorias más importantes de las barranquilleras: Julia Jimeno de Pertuz, más conocida como Lydia Bolena, nacida en 1882, fue una de las primeras en conquistar la libertad de ser publicada.

    Según Jorge Mario Ochoa, doctor en Literatura, profesor de la Universidad de Caldas y uno de los pocos investigadores del trabajo de esta escritora, “Lydia fue pionera del cuento moderno en Colombia”. A pesar de que hay muy pocos datos recopilados de su vida se sabe que fue cercana a una clase intelectual y económica privilegiada que le ayudó a publicar en revistas de varias ciudades. Su esposo, el general Faraón Pertuz, diplomático, político, periodista y director del diario Rigoletto, en Barranquilla, también la apoyó. Sin embargo, su trabajo literario fue constantemente ignorado no solo por sus contemporáneos sino por las generaciones siguientes.

    En consecuencia, su producción literaria es de difícil acceso y tampoco hay un análisis a profundidad de sus escritos, a diferencia de otros modernistas como José Asunción Silva o Guillermo León Valencia. Esta invisibilización y exclusión corresponden a múltiples factores sociales y culturales que tuvieron que enfrentar las escritoras barranquilleras del siglo XX. Además de las dificultades para participar públicamente de actividades culturales, Farides Lugo, escritora, investigadora y cofundadora de la editorial Mackandal, considera que otras circunstancias que relegaron a las escritoras barranquilleras fueron la publicación fragmentada de textos cortos en revistas y periódicos y la manera en la que los círculos literarios se conformaron en la ciudad.

    “En Barranquilla siempre son hombres los que se reúnen, los que tertulian, los que ganan visibilidad con esas reuniones periódicas. Estar en esos grupos ayuda a que editorialmente sea más factible que se llegue a publicar una obra en forma de libro, porque hay una validación intelectual masculina. Estamos hablando de amiguismos. Las mujeres, por lo general, como no están respaldadas por esa dinámica de grupo se quedan en la publicación fragmentada, la publicación en prensa o la autopublicación. Es una exclusión que viene desde la sutileza”, asegura Lugo.

    Por su parte, el profesor Ochoa considera que el olvido de Bolena también se debe a que en la década de los 20, sus años más productivos, estuvo viviendo en Costa Rica por el trabajo de su esposo. Esto hizo que la publicación de su único libro pasara desapercibida, al igual que el resto de su trabajo literario.

    Tan desapercibida pasó su carrera literaria que no se sabe con certeza cuál fue su primera publicación. La fecha más lejana rastreada va hasta 1912, cuando publicó el cuento “Fieras parlantes” en la revista Hispania de Londres. Después de ello, siguió colaborando con diversos medios de comunicación nacionales e internacionales: la revista Elegancias de París –editada además por Rubén Darío, máximo representante del modernismo–, el diario El Universal de Caracas, el semanario Repertorio Americano de Costa Rica, la revista Chilena de Santiago de Chile, Voces y Caminos de Barranquilla, Sábado de Medellín y la revista literaria Manizales.

    En 1929 publicó Comprimidos, su único libro, una recopilación de sus cuentos. Actualmente solo hay dos copias disponibles para el público, una en la Biblioteca Nacional de Costa Rica y otro en la Biblioteca Luis Ángel Arango en Bogotá. Quizás haya uno que otro perdido en alguna biblioteca personal, pero más allá de eso, aparentemente nada.

    Mujeres escritoras 2

    Nombrar la existencia

    De acuerdo con Lesbia Guisela López, doctora en Género, Feminismos y Ciudadanía, y autora de la investigación Otro modo de ser: escritoras latinoamericanas que han configurado nuevos imaginarios desde la literatura feminista, la escritura sirve para hacer públicas a las mujeres: “Les permite nombrar su existencia, sus condiciones de vida, sus actividades cotidianas, sus pensamientos y sentimientos, y al nombrar lo íntimo, pierden todo sentido de recato”.

    Desde su escritura Bolena cuestionó temas que las mujeres de la época no podían problematizar: el matrimonio, la independencia, la curiosidad femenina, el papel sumiso de la mujer, la crueldad de los hombres, entre otros. La mayoría de sus protagonistas son también mujeres.

    “Las cuentistas colombianas escribían en ese momento desde las fórmulas del folletín del siglo XIX, juzgaban a la mujer desde la posición de la autoridad, sus obligaciones con la familia, el hogar y la sociedad en general, y no desde sus preocupaciones más íntimas. Lydia le da vuelta al viejo tópico de la curiosidad femenina y lo presenta en sus cuentos como una necesidad de saber más del comportamiento humano y de indagar en el alma de sus personajes. Con frecuencia la autora se acerca a ellos por medio de interrogantes sobre su moral o su estado psíquico. La curiosidad, dice uno de sus personajes femeninos, ‘lleva al conocimiento de casos curiosos, cuando no interesantes, de la vida, que pasan inadvertidos a la simple observación’”, explica Ochoa.

    Para el investigador, la obra de Bolena va más allá de la búsqueda de una voz femenina. Refleja cosmopolitismo, una preocupación intelectual de su tiempo, la necesidad de no limitar su obra a lectores locales. Todas estas eran características del modernismo y de la transformación literaria que significó su trabajo en un momento en que en la literatura nacional predominaba el regionalismo realista de finales del siglo XIX. Prueba también de que a Bolena le interesaba escribir para un “público más exigente”.

    En los últimos años de su vida Bolena volvió a Barranquilla y escribió textos para la revista literaria Manizales, dirigida por la también escritora y amiga Blanca Isaza, a quien más adelante, en 1951, confesaría que ya escribía muy poco o nada. “¿Por qué? Agotamiento espiritual, quizás”, decía en una carta. La escritora murió en 1959, a sus 77 años.

    “Considero a Lydia Bolena la escritora más avanzada de su época. No escribía para la sociedad colombiana, bastante apegada a las tradiciones, sino para un público liberal e intelectualmente elevado”, me asegura el profesor Ochoa. “Sus cuentos denotan ya un dominio de las técnicas del cuento moderno, heredadas de Poe, Chéjov y los cuentistas franceses de comienzos de siglo”.

    Hoy, el legado de Julia Jimeno de Pertuz apenas permanece. A pesar de la importancia de su voz en la historia de la literatura en Colombia son escasos los lectores y los investigadores que deciden adentrarse a su obra. Pero ahí está ella: nadando contracorriente. Ahí está su voz –latente, fuerte– esperando a ser leída y compartida por nuevos cómplices.

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