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Edición 104

event 22 Febrero 2023
schedule 12 min.
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Laura Cano
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Yesenia Palacio
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  • Violencia obstétrica, un dolor que atraviesa cuerpo y alma 

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    Las mujeres siempre han parido con un dolor que nace de las propias entrañas, del proceso de traer al mundo un nuevo ser humano. Sin embargo, la normalización del “parirás con dolor” ha hecho que se ignore la existencia de causas externas al sufrimiento del parto, una forma de violencia que no es propia de este proceso natural.

     

    Embarazo

    Ilustración: Jhojan Meneses / @alverja_

    “La violencia obstétrica es una violencia de género que se da contra el cuerpo, la psique y la humanidad de la mujer y es ejercida por los profesionales de la salud que atienden a las gestantes”, explica Diana Patricia Molina, quien hace más de 10 años ha investigado este tema. Es psicóloga y magíster en Salud Pública, y hace parte del Grupo de Investigación en Salud Mental (Gisame) de la Facultad Nacional de Salud Pública de la Universidad de Antioquia. 

    Las palabras de Molina resumen una realidad: en las salas de parto, algunas mujeres reciben malos tratos por parte del personal médico que, a veces sin intención y otras por la naturalización de conductas agresivas y violentas, someten el cuerpo y la mente de sus pacientes a un daño del que poco se habla. Muchas mujeres han vivido ese sufrimiento sin siquiera saber que no es normal que exista. 

    La violencia obstétrica abarca todo el abanico de violencias físicas, psicológicas, simbólicas e institucionales que pueden sufrir las mujeres durante el embarazo, el parto y el posparto. Incluye maltratos físicos, procedimientos bruscos, forzados, innecesarios o sin conocimiento de la madre; tratos abusivos y humillantes en la actitud y el lenguaje; irrespeto a la intimidad, prácticas médicas desactualizadas y desatención a las solicitudes de la mujer. 

    Bernardo Agudelo, investigador del grupo Nacer de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, explica que “cualquier imposición que conduzca a la realización de una acción o un procedimiento bajo el pretexto de la mejoría, pero que en el fondo lo que está haciendo es simplemente beneficiando al médico u omitiendo la capacidad de decidir de la mujer es violencia”. Y esto lo explica porque a veces es difícil distinguir cuándo una práctica es realizada porque es necesaria y cuándo es evitable y solo tiene el propósito de acelerar tiempos para favorecer al personal médico o al sistema de salud. 

    En nuestra cultura la gestante debe asumir el dolor en silencio. Muchas mujeres que han vivido partos violentos y crueles piensan que era algo que debía pasar. Madres y abuelas aconsejan a la embarazada “portarse bien” en la clínica para que no la dejen de última, es decir, que aguante, que no grite ni haga escándalo. 

    “En la sala algunas mujeres son gritando, llorando, diciendo que no aguantan más, pidiendo que les pongan la epidural. Las enfermeras les gritan o les chistan. Les dicen que dejen la bulla o que no sean flojas”, dice Catherine Cuartas, de 30 años y madre de una bebé de cuatro meses. Dio a luz en una clínica de Medellín y durante los dos días que duró su trabajo de parto vio y vivió el maltrato del personal médico hacia las maternas. “Las mamás, cuando no les hacían caso y no iban donde ellas rápido, se alteraban y empezaban a insultar a las enfermeras. Fue un ambiente muy hostil. Yo no hice ruido, aguantaba mi dolor en silencio porque no quería que me trataran así”, recuerda. 

    “Una les pregunta a las mamás cómo les fue en el parto y siempre te responden ‘Sí, todo muy bien; pero me pasó esto…’ y ellas lo aceptan como si nada hubiera pasado; pero detrás de esos testimonios hay mucho dolor, muchas heridas”, dice Cristina García, psicóloga perinatal. La suya es una especialidad centrada en la salud mental de las gestantes y sus familias antes, durante y después del embarazo. Ella cuenta que las mujeres minimizan lo que les sucedió, porque no lo han identificado como violencia o creen que era algo rutinario. 

    Los abusos verbales y psicológicos pretenden ser lecciones morales que el personal de salud ejerce sobre la mujer, por ejemplo el uso de la expresión “cuando estaba haciendo al niño ahí sí no le dolía”. Diana Patricia Molina explica que este tipo de comentarios no solamente se hacen sobre la vida sexual de las mujeres, también sobre su cantidad de hijos, su edad y sus elecciones sobre cómo parir. Estas son vulneraciones a su derecho a la autodeterminación reproductiva. Por ejemplo, hay casos en los que el personal médico trata de convencer a las mujeres indígenas de no parir con parteras de sus comunidades o se niega a entregarles la placenta cuando la solicitan para rituales. 

    Como el trabajo de parto de Catherine estaba tardando mucho y el personal médico ya empezaba a temer por la salud del bebé, le practicaron una amniotomía, que es la rotura del saco amniótico. Aun así, el parto seguía retrasado y la bebé se estaba quedando sin oxígeno, por lo que tuvieron que recurrir a una cesárea de emergencia. Aunque Catherine preguntaba insistentemente qué estaba pasando, las enfermeras no le explicaron la situación. Únicamente le dijeron que todo estaba bien y que su pareja estaba enterada. Horas después de haber tenido a su hija, ella supo que al padre nunca le dijeron lo que estaba sucediendo ni le informaron sobre la realización de la cesárea. 

    El Ministerio de Salud y Protección Social de Colombia establece entre los derechos de las mujeres gestantes el tener presentes a sus acompañantes para su tranquilidad y comodidad, pero muchos hospitales solo les permiten verlos en fases específicas del proceso y por períodos de tiempo controlados. En julio de 2022 fue aprobada la Ley de Parto Digno, Respetado y Humanizado, la cual establece este y otros derechos de las maternas para promover el parto humanizado; sin embargo, no está clara su reglamentación y el momento en que esa norma debe empezar a implementarse. 

    Aunque el parto de Catherine no fue como lo esperaba, estaba contenta de que su bebé estuviera bien. Pero a la hora de amamantar tuvo dificultades por su pezón invertido. Les preguntó a las enfermeras sobre qué podía hacer. “Me dijeron ‘su pezón no sirve’”. Y sin darle alguna indicación le dijeron que siguiera intentando. “Los días siguientes pensaba que yo no servía, que no podría alimentarla. Me sentía mala mamá”. Luego, con paciencia, pudo amamantar a su hija. “Entonces no era que mi pezón no sirviera, sino que no me supieron explicar bien”.

    No basta con estar informada 

    Laura Rueda es madre primeriza y por estos días le encanta salir a caminar y a jugar con Lily, su bebé de seis meses. Aunque no cambiaría por nada su maternidad, no puede olvidar los tratos que recibió en la sala de trabajo de parto de la clínica donde nació su bebé. Se preparó y estudió para que su llegada al mundo fuera como ella lo había deseado. Quería un parto respetado, uno en el que ella y su bebé fueran las protagonistas, donde tuviera el poder de decisión y fuera lo más natural posible. Hizo todo lo que estaba dentro de sus posibilidades, conocía lo que era la violencia obstétrica, le temía. “Leí, investigué un montón, me informé sobre mis derechos. Traté de evitar que me pasara”. 

    En un documento de 11 páginas, la clínica aceptó todas las peticiones de plan de parto, un derecho que tienen las mujeres para expresar en documento dirigido a las instituciones de salud, de forma anticipada, cuáles procedimientos aceptan o rechazan, además de sus deseos o expectativas en el proceso. En el suyo, Laura pedía estar acompañada de su pareja en todo momento, libertad de movimiento durante la dilatación, autorización para llevar objetos para el manejo del dolor y alternativas a la epidural. 

    Los problemas empezaron cuando le negaron el acompañamiento del padre de la bebé. Tuvieron que pagar para que en la primera fase del parto él pudiera estar ahí. Luego de cuatro horas de haber roto fuente la indujeron al trabajo de parto por medio del rompimiento de las bolsas amnióticas. Ella sabía que el proceso de dilatación tomaba su tiempo, pero en ese momento de vulnerabilidad decidió confiar en el personal médico.

    Al momento de pasar a la sala de trabajo de parto fue separada e incomunicada de su esposo, tampoco le permitieron entrar sus objetos para el manejo del dolor. Aunque no había riesgo, estaba conectada a monitores para ver la aceleración cardiaca de la bebé. Su cuerpo le pedía moverse, pararse y sentarse. Las enfermeras no le permitieron ni siquiera ir al baño. Cuando Laura exigía que se respetara su plan de parto las enfermeras se molestaban y cambiaban el trato hacia ella. “Yo estaba tan frustrada que me la pasé todo el parto llorando”, dice. 

    Luego de 24 horas de trabajo de parto, ante el miedo de una infección y estando en nueve centímetros de dilatación, le pidieron pujar. “Mamita, nosotros le vamos a ayudar”, le dijo el médico después de una hora. Aunque Laura sabía qué era lo que iban a hacer, el personal nunca le explicó ni preguntó si quería que le realizaran aquella maniobra, pero era tanto el dolor que, resignada, no se opuso. “Tú estás en ese momento vulnerable, sola, no eres capaz de tomar decisiones. Por eso es que dejas un plan de parto”, comenta Laura. El médico se ubicó encima de ella, colocó los brazos sobre la panza y empujaba hacia abajo, al canal uterino. Finalmente, Laura tuvo un desgarro. Esta maniobra lleva el nombre del método de Kristeller y es una práctica que tanto la OMS como el Ministerio de Salud recomiendan no aplicar. 

    Lily nació e inmediatamente la apartaron de su madre. Laura había pedido que no le limpiaran la dermis porque quería hacer contacto piel con piel; pero se la entregaron totalmente limpia. Luego de su parto, Laura consultó en urgencias por un dolor. Después de revisar, le dijeron que pudo haber sido una fisura de costillas producida por la fuerza aplicada durante el parto. La bebé fue hospitalizada seis días luego del parto debido a un reflujo. Sin darle ninguna explicación, no le permitieron a Laura lactar, y Lily solo fue alimentada con leche de fórmula. “A pesar de que tú tengas todo el conocimiento, a veces cuesta hacerlo valer porque tú estás confiando en ellos. Tú estás vulnerable, en un momento de agotamiento”. 

    La hospitalización de la bebé de Laura opacó aquello que vivió, el inicio de la maternidad y ocuparse de “cosas más importantes” no le permitieron tramitar por completo el dolor. Los primeros días de maternidad lloraba por no poder lactar, en las noches recordaba su parto, la impotencia de no tener a su esposo presente, y pensaba en cómo su cuerpo se sentía marcado y su voluntad sobrepasada. “Siento que nos fallé, que le fallé; que pude hacer mucho más para hacer valer nuestro derecho a un parto respetado”. 

    “La violencia obstétrica es algo que puede marcar radicalmente los deseos, las ganas de vivir, el sentido de vida y de un proceso tan grande y tan complejo como es el dar vida”, anota la psicóloga Cristina García. Las mujeres que le han contado sus historias llegan mayormente por consultas de lactancia o depresión posparto; pero al hablar se dan cuenta de que sus partos violentos las hieren aún. 

    “Yo no voy a volver a tener hijos, porque yo no quiero volver a pasar por lo que pasé”, dice Laura. Su parto le cambió su proyecto de vida. Había deseado tener dos hijos, pero después de esa experiencia tanto ella como su pareja optaron por usar métodos anticonceptivos permanentes.

    Problema estructural 

    La patologización del parto y la atención de este dentro de sistemas precarios de salud que responden a dinámicas capitalistas son, a grandes rasgos, las principales causantes de la violencia obstétrica. En 2019, Medellín contaba con 18 salas de parto para una ciudad donde el 99,7 % de los partos eran atendidos en clínicas u hospitales, según cifras del Análisis de Situación de Salud con el Modelo de los Determinantes Sociales de Salud. En Antioquia, el 33 % de los nacidos vivos nacieron por medio de cesáreas, cuando la OMS recomienda que la tasa de estos procedimientos oscile entre el 10 % y 15 %. La cesárea es un procedimiento médico aceptado, pero en muchos casos son realizados sin justificación y solo para agilizar los tiempos de espera. 

    Sin embargo, el ginecobstetra Agudelo considera que, aunque demorados, hay algunos cambios en la forma como parte del personal médico aborda el parto. “Se ha ido rompiendo el paradigma de mantener al médico en un pedestal de poder. Esto es un proceso muy lento. Hay muchos médicos que han empezado a entrar en conciencia de su ejercicio y han ido cambiando”. Él mismo ha propuesto la aplicación del parto respetado desde su corporación Acunando, una organización multidisciplinaria que ha liderado la implementación de los lineamientos de parto humanizado en la ciudad, además de trabajar para que los procesos de gestación, parto y crianza se hagan de forma libre y natural. 

    Ahora bien, el término violencia obstétrica suele ser rechazado en el gremio médico. “Los médicos lo cuestionan porque afirman que ellos no tienen la intención de hacer daño”, comenta Agudelo. Y como gremio han generado mucha oposición al uso de este concepto en diferentes escenarios, incluida la ley sancionada este año que, a pesar de legislar a favor del parto humanizado, nunca menciona la violencia ni las conductas que la componen. 

    Diana Molina cuenta que una de las raíces del problema puede estar en la propia formación del personal médico, plagada de violencia que luego replican en su trabajo. “Sus condiciones laborales son pésimas, tienen jornadas de trabajo muy extensas, no tienen suficientes recursos para atender las necesidades de los pacientes, son pocos los profesionales para atender a muchas maternas”, dice la psicóloga. En una investigación realizada por estudiantes del pregrado de Gerencia de Sistemas de Información en Salud analizaron las concepciones y prácticas que tienen los estudiantes de los pregrados de Medicina y Enfermería de la Universidad de Antioquia. Encontraron que el 75,8 % de los estudiantes han evidenciado violencia obstétrica durante su formación. 

    “Yo decidí contar lo que me pasó, no lo iba a ocultar”. El 13 de julio, Laura Rueda decidió hacer pública su historia en Facebook luego de la aprobación de la Ley de Parto Digno, Respetado y Humanizado. En ese escrito relató lo sucedido en la clínica, sus sentimientos y la hospitalización de su bebé. “Me interesa que la gente se entere de que estas cosas pasan, quiero que no les pase a otras personas. Por más que uno trata, esto sigue sucediendo”.

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