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Edición 104

event 19 Febrero 2023
schedule 5 min.
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Thomas Mejía
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  • Regayton

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    Cuando era niño había dos requisitos para ser hombre: jugar fútbol y escuchar reguetón. No bastaba con saber patear un balón, sino que había que cantar a todo pulmón letras en las que los hombres sometían a las mujeres. Afortunadamente, yo no cumplía con ninguno de estos requisitos. Recuerdo que mientras Don Omar y Daddy Yankee acaparaban las radios juveniles y las discotecas, en casa mi mamá me prohibía escuchar las canciones pop de Fanny Lu que ella le dedicaba a sus pretendientes porque esas melodías y esas letras eran propiedad exclusiva de lo femenino. Y lo femenino, por supuesto, era lo opuesto de lo masculino. Entonces yo, bajándole el volumen a los bafles que vibraban con “Celos”, me preguntaba: “¿En serio?”.

    Hombres y mujeres, pantalones y faldas. Históricamente, la humanidad ha sido entendida desde un modelo binario que impone comportamientos y características en la construcción de dos únicos géneros: masculino y femenino. ¿Pero qué pasa cuando un hombre cishetero y cantante de reguetón como Bad Bunny rompe los estereotipos masculinos? ¿No era el reguetón el género musical que exaltaba la virilidad, la potencia sexual y la fuerza física masculinas? ¿Por qué un hombre que se pone una falda y se pinta las uñas puede representarnos a nosotros los machos?

    Durante tres años seguidos, Benito Martínez o Bad Bunny ha sido el artista más escuchado en plataformas digitales como Spotify y YouTube. Su último disco, Un verano sin ti, llegó a tener en promedio 21 millones de reproducciones al día. En los últimos años, Benito se ha mostrado como uno de los exponentes más importantes del “nuevo reguetón”, ese que se aleja de los estereotipos hipermasculinos y machistas y que ahora busca cuestionar los límites binarios con una estética que, lejos de ser ambigua, exalta elementos históricamente considerados femeninos, como las faldas, las uñas postizas, los crop- tops, las joyas, entre otros.

    Son muchas las canciones de Benito que han sido compuestas desde una perspectiva feminista y LGBTIQ (“Yo perreo sola”, “Andrea” o “Caro”, por ejemplo), y que también le han valido muchas críticas por aprovecharse de un momento histórico y social en el que estas causas, dicen sus detractores, significan un beneficio económico. Un debate que explotó el año pasado cuando el cantante besó a uno de sus bailarines hombres durante su presentación en los MTV Video Music Awards, después de convertirse en el primer latino en la historia en ganar la categoría “Artista del Año”.

    Pero no, usar falda no te vuelve una mujer, besar a un hombre no te hace gay ni ser una figura pública te hace dueño de la lucha de una población marginada durante siglos. Finalmente, lo importante es la conversación que Benito provoca: ¿Por qué un hombre no puede besar a otro hombre? ¿Qué es “vestirse de hombre”? ¿Qué es “vestirse de mujer”? ¿A quién le canta el reguetón? En la figura de Bad Bunny y en su discografía hemos encontrado por fin la oportunidad de redefinir las bases de un género musical que surgió del sexismo, la misoginia y el desprecio hacia ciertas minorías.

    Sí, es cierto que muchos queremos la autenticidad de sentirnos representados, y nos alegraría leer que Bad Bunny, el artista más grande del momento, es gay. Sin embargo, pretender que solo los homosexuales podemos luchar por nuestros derechos no solo aísla el debate, sino que cae en la trampa de una sociedad que obliga a las personas a “salir del clóset” públicamente (como si ser LGBTIQ fuera una condición anormal que debe ser anunciada) para que puedan expresarse como quieren. Estas críticas superficiales solo sirven para acorralar a las personas no LGBTIQ en esquinas atestadas de limitaciones e imposiciones donde no pueden explorar su propia identidad por miedo a ser juzgados.

    Lo mejor que le puede estar pasando a nuestra sociedad es que el mayor representante de uno de los géneros musicales más antilibertades que existe bese a un hombre, porque eso da visibilidad y existencia. La censura de lo LGBTIQ en los medios de comunicación es lo que aún perpetúa estigmas y tabús y lo que margina a su población de muchos espacios. Lo que necesitamos son más pantallas. Si el niño que fui hace años hubiese visto a uno de los más grandes reguetoneros de la época besando hombres por televisión y sintiéndose seguro de su sexualidad, habría entendido que escuchar Fanny Lu no tenía nada que ver con la masculinidad.

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