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event 12 Marzo 2024
schedule 27 min.
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Por: Mariana Aristizábal, Salomé Correa, Juliana Palacio, Sara Vanegas y Juana Zuleta. Fotos: Juliana Palacio.
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De camino con ellas

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La palabra mujer tradicionalmente se asocia a la palabra madre. De forma similar, en los últimos años, a la palabra migrante se le agrega un apellido: “venezolano”. 

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Colombia recibe el mayor flujo de personas refugiadas y migrantes venezolanos en el mundo. Para diciembre de 2023, Migración Colombia presentó cifras que afirman que en el país se encuentran aproximadamente 2’864,796 personas migrantes procedentes de Venezuela, y de estas aproximadamente el 50,2% son mujeres. Con estos datos y, a pesar de que las autoridades migratorias no actualizan con frecuencia las cifras donde se realiza la diferenciación de personas migrantes por sexo, las mujeres migrantes existen, tienen una historia, y todos los días se levantan dispuestas a enfrentar el mundo en un país desconocido. Aunque viajen solas o acompañadas, estas mujeres llevan como prioridad su rol como madres, pues en sus mentes siempre están sus hijos y la esperanza de darles un mejor futuro. Esa convicción las anima a seguir cada día a pesar de que, además de su equipaje de mano, también llevan consigo las implicaciones del ser mujer en medio de una situación de alto riesgo a la vulneración de sus Derechos Humanos, como lo es la migración. 

En los últimos años ha aumentado la visibilidad de las mujeres en el proceso migratorio, y se les ha separado de su rol tradicional como madres y esposas. Las mujeres ahora migran por muchas razones alejadas de su papel históricamente asignado como jefas del hogar, que era lo que se pensaba anteriormente. El Consejo de Derechos Humanos de la Asamblea General de la ONU se refirió a esto como la “feminización de la migración” en su informe de 2019.  Este fenómeno les llevó a descubrir que, en la actualidad, entre los factores que impulsan la migración de mujeres se encuentra la búsqueda de trabajo, mejores oportunidades, o huir de la discriminación y la violencia por motivos de género. Sin embargo, las migrantes en Necoclí siguen cumpliendo con el canon, porque sus razones para migrar están ligadas a su rol de madres, ya que, incluso si estas viajan solas, pretenden mejorar la calidad de vida de sus hijos o su familia en su país de origen.                                                                        

El Tapón del Darién es la frontera entre Colombia y Panamá, y es en esta selva llena de peligros naturales y humanos donde se define el camino de las migrantes hacia países donde esperan encontrar mejores oportunidades. Las situaciones climáticas extremas hacen del paso del Darién una travesía complicada y peligrosa. El tramo que atraviesan los migrantes desde Colombia hasta Panamá es de un poco más de 100 kilómetros a pie y se tardan entre 3 y 4 días en recorrerlo; algo así como caminar en línea recta desde Medellín hasta Manizales, en el Eje Cafetero. Los suelos húmedos y pantanosos pueden causar esguinces y fracturas, el intenso calor deshidrata, el hambre provoca desde la fatiga extrema hasta las fallas cardiorrespiratorias, y el consumo de agua contaminada desata infecciones estomacales. Son alrededor de tres ríos de corrientes caudalosas los que atraviesan los migrantes dentro de la selva, y muchos son arrastrados o se ahogan por las aguas enfurecidas; por lo que los y las migrantes cruzan en fila india agarrados de una larga soga. 

Además de las condiciones geográficas del lugar, los animales e insectos de la zona también se convierten en una amenaza. La presencia de serpientes, ranas y hormigas venenosas, alacranes, caimanes, jaguares, pumas o mosquitos que transmiten enfermedades como dengue y malaria, mantienen en constante alerta a las personas que transitan. Además de estos peligros naturales, en el Darién también hay presencia de guerrillas, paramilitares, y bandas dedicadas al narcotráfico o contrabando. Según la Cruz Roja de Panamá, entre el 10-15% de quienes atraviesan la selva sufren violencia sexual durante el camino, y entre las víctimas se encuentran niños, niñas, adolescentes, hombres y mujeres. Además, algunos de los coyotes contratados dejan varados a los y las migrantes dándoles indicaciones falsas en algún punto o, si estos cuentan con poca experiencia, se pueden perder debido a que la densidad de la selva no permite ver por dónde sale o se esconde el sol. 

El presidente de la Cruz Roja panameña, Elías Solís, señaló que El Tapón del Darién “Es el paso fronterizo más difícil, no solo por lo inhóspito de la selva, sino por todos los elementos de violencia sexual, violencia por razones de género, trata de personas, etc. Muchos migrantes son despojados de sus pertenencias y sufren violaciones”. 

Generalmente, la meta de las personas migrantes es llegar a Estados Unidos, pero en ocasiones su destino es alguno de los países de paso que atraviesan. Como es el caso de Yailin Ibarra, quien viaja con sus cinco hijos de 18, 16, 14, 9 y 5 años. Ella busca llegar a Honduras para encontrar buenos especialistas que puedan tratar la enfermedad de su hija mayor, quien sufre del corazón. 

Para llegar a la selva del Darién, las personas migrantes tienen que llegar primero a los municipios de Necoclí o Turbo, ubicados en el Urabá Antioqueño, y allí toman una lancha que los pasa a Acandí o a Capurganá. Estas embarcaciones salen diariamente desde el muelle de Necoclí, a pesar del sobrecupo y alto riesgo de hundirse. De hecho, el 29 de enero de 2024 se volcó una lancha en la que se transportaban personas migrantes; y de 41 personas que iban a bordo, fallecieron dos menores de edad y la madre de una de ellas.  

imagen 2 manillas 1Para tomar estas lanchas, quienes migran deben pagar 350 dólares por persona, que son aproximadamente $1’371.600 pesos colombianos, o sea, más de un salario mínimo legal vigente en 2024. Teniendo en cuenta que la mayoría de las mujeres viaja con más de dos hijos; por ejemplo, a una familia de cinco personas le tocaría reunir casi 6,8 millones de pesos, lo que significa más de cinco meses de trabajo en un empleo fijo donde se pague el mínimo.   

En ocasiones, las migrantes no encuentran información precisa sobre el costo de los pasajes de la lancha, por lo que no cuentan con el dinero suficiente para pasar una vez llegan a Necoclí. Karina Perozo, de 34 años, viaja con su esposo, su hija de 16 años y su bebé de poco más de un año. Ella es venezolana y ha migrado varias veces, primero a Colombia y luego estuvo viviendo en Ecuador durante 6 años. Karina decidió migrar de nuevo hacia Estados Unidos debido a la situación económica en Ecuador. Ella viajaba con un buen presupuesto, incluso ayudaba económicamente a su primo y a un amigo que también viajaban con ellos; pero, al llegar a Necoclí, les cobraron el triple de lo presupuestado, lo que los obligó a acampar en la playa. Al llegar a la playa, unas personas les dijeron que tenían que pagarles 300 dólares para quedarse allí, mientras reunían la plata, pero Karina no se dejó engañar y se acomodó con su familia bajo el techo de uno de los locales de la zona sin darle un peso a nadie, ya que, según ella, de tanto migrar, 'ya se le quitó el miedo'. 

Karina migró por primera vez a Colombia hace 10 años, ella viajaba solamente con una amiga, y el primer día les tocó quedarse en la calle. “Teníamos terror que se hiciera la noche y las personas se nos acercaran y nos fueran a violar o a hacer cosas malas”.  

Las mujeres que no tienen el dinero completo para viajar consiguen distintos trabajos en la zona, como meseras o lavaplatos en restaurantes, también de vendedoras de agua, tinto, mecato, manillas, comidas rápidas, o cualquier otro elemento que puedan necesitar otros migrantes en medio del camino. La situación de pobreza y vulnerabilidad en la que se encuentran mujeres que recién llegan, se convierte en una oportunidad para que hombres del lugar se aprovechen de sus situaciones, y les propongan a algunas de ellas pasarlas hacia Acandí a cambio de relaciones sexuales.  

Los Derechos Humanos de las personas migrantes son violados constantemente durante su tránsito y llegada a otros países. En este sentido, las mujeres se ven más expuestas a ser vulneradas debido a la existencia de la violencia de género, doméstica e intrafamiliar; además del racismo y la xenofobia.   

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Ser mujer, migrante y venezolana es luchar contra la xenofobia selectiva que existe en ciudades con sociedades altamente discriminatorias como Medellín. La periodista María Jimena Duzán señaló en una charla sobre migración que la capital antioqueña es una ciudad xenófoba y excluyente con las personas venezolanas. Debido a esto, algunas personas migrantes se encuentran en la obligación de mentir sobre su país de origen para no ser excluidos o discriminados, como es el caso de Glumis Ávila, una mujer venezolana de 60 años que estando en la Terminal del Norte de Medellín, donde salen los buses hacia Necoclí, dijo que era colombiana con el fin de conseguir ayudas monetarias para pagar el transporte hacia Urabá, de ella y de su hijo de 38 años, quien padece autismo tipo II. Glumis viene de la costa de Venezuela junto con su hijo Miguel, y busca llegar a Estados Unidos para encontrar mejores tratamientos para él, y poder costear sus medicamentos. Ella comenzó su tránsito hace tres meses, y ahora se encuentra en las playas de Necoclí, desde hace 15 días, esperando conseguir el dinero para pasar a Acandí con su hijo. Glumis es una mujer creyente, que dice que Dios le ha dado la fortaleza para llegar a donde está, y que su camino está bendecido por Jesús, que al igual que ella, también fue migrante.  

A Necoclí llegan entidades de ayudas humanitarias como la Cruz Roja, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) de la ONU, la UNICEF y fundaciones sin ánimo de lucro como las Hermanas Franciscanas, quienes vienen del municipio de Apartadó. Estos organismos tienen como prioridad la atención a los niños y a las mujeres, más que todo si se encuentran en estado de gestación. Entre sus ayudas, están incluidas campañas como la distribución de elementos de higiene menstrual, anticonceptivos y atención primaria a mujeres embarazadas. Por esto, algunas de estas mujeres beneficiadas piensan que reciben más acompañamiento que los hombres. A pesar de esta sensación, ellas también tienden a verse en una posición de desventaja física a la hora de cargar equipajes pesados o entrar a baños públicos cuando lo necesitan.   

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Adriana García, con 24 años, viaja sola con su hija de 5. Para Adriana el viaje ha sido muy duro. Hubo una noche en que su hija amaneció enferma y ella quiso regresar a Venezuela, sin embargo, se obliga a seguir, por ella y por sus otros dos hijos que dejó atrás. Su otra hija está con su abuela en Venezuela. Adriana les manda dinero desde Necoclí y al mismo tiempo trabaja para reunir los dólares que le faltan para pasar a Acandí. Ella no le cuenta a su mamá las situaciones que se ha visto obligada a vivir en el camino porque no quiere preocuparla, y su meta es llegar a Estados Unidos para conseguir dinero y comprarse una casa en Venezuela, con el sueño de volver a su país. Adriana tiene otro hijo con quien no tiene contacto, ya que el padre tiene la custodia y no le permite verlo. Ella tiene la esperanza de que, si llega a Estados Unidos, el padre de su hijo se entere, y le permita encontrar la manera de reunirse de nuevo, para así: “recuperar a su hijo”.   

Es importante reconocer que el proceso migratorio es, en esencia, una experiencia diferente dependiendo del sexo. Las mujeres migrantes en Necoclí trabajan cada día para alcanzar un mejor futuro y por el bienestar de su familia; mientras luchan contra el miedo, ya sea por lo que las espera en la selva a ellas y a sus hijos, o por el temor de que los hijos que dejaron en casa se olviden de ellas mientras no están.    

*Los días, meses y años que son mencionados durante el texto, hacen parte de los testimonios y entrevistas realizadas en las playas de Necoclí durante la última semana de enero de 2024.

 

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