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event 25 Enero 2024
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Renata Taborda Franco
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  • Ese edificio ya no verá nacer

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    La unidad de ginecobstetricia del Hospital San Vicente Fundación cerró sus servicios en octubre del 2023. Medellín perdió más de 90 años de experiencia en la atención a las madres y los recién nacidos con los casos más complejos de Antioquia. Esta es la crónica de los últimos días de esa unidad. 

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    El bloque 12 del hospital San Vicente Fundación alojaba la unidad de ginecobstetricia que alojaba los casos más complejos de Antioquia. Foto: Renata Taborda.

    Un niño disfrazado de Batman caminaba de la mano de una mujer por el sendero que los dirigía a la unidad de ginecobstetricia del Hospital San Vicente Fundación. Eufórico, daba pequeños saltos. Con sus dedos sostenía una cubeta naranja de la que asomaban los dulces que recogió durante el día. El sol de la tarde reflejaba sus acciones en el suelo. Atrás de ellos, una joven vestida con una bata azul y una venda en su cabeza conversaba con otra mujer, tal vez su madre. 

    Ese 31 de octubre, algo en el San Vicente se percibía diferente. El edificio que vio nacer personas durante más de 90 años se erguía igual. No obstante, a través de una ventana abierta en la parte trasera ya se anunciaba la ausencia: una habitación vacía, con camarotes a ambos lados y colchones manchados de viejos. Todo empezaría a desocuparse porque ese era el último día de la unidad que nació en 1929 y donde tantas escenas, llantos de nacimientos, suspiros repentinos y el azar de existir, sucedieron por primera vez. El hospital decidió cerrarla. 

    Adentro del edificio, al fondo, la luz se reflejaba sobre una estatua de la virgen María con su mirada hacia el cielo, envuelta en prendas oscuras. A los lados se extendían pasillos con habitaciones en las que había 12 camas, ocho de parto y cuatro de cuidados especiales. En la entrada del bloque 12, a la derecha, un grupo de mujeres conversaban en una pequeña sala de espera. Se daban consejos sobre cómo cuidar y cangurear a sus bebés y sobre los tiempos en que comían y dormían. Algunas seguían en observación después de su parto, otras estaban en controles con sus recién nacidos. 

    “Las mujeres somos la mayor parte de la población, entonces necesitaríamos tener un servicio decente y digno donde se nos atiendan nuestras necesidades en todo el ciclo vital”, dijo una enfermera joven que estaba en turno ese día. Mientras ella y otra enfermera mayor se lamentaban por el cierre de la unidad, entraron a un bebé recién nacido, en una incubadora, envuelto en mantas azules. Los médicos a su alrededor comprobaban que todo estuviera bien. Las enfermeras desviaron su mirada y lo contemplaron dormido.  

    La unidad de ginecobstetricia del San Vicente era la única de Medellín que atendía casos de alta complejidad. Para la enfermera mayor, esto hacía más significativo su trabajo: “Era maravilloso darles un mejor cuidado y brindarles la mejor atención para que tanto ellas como los bebés salieran adelante”. Un pito repetitivo que daba cuenta de los signos vitales del bebé se escabullía en la conversación, mientras ellas miraban a los lados para asegurarse de no ser escuchadas: “Creemos que es importante que se sensibilice a la población de la gravedad del asunto y que se adopten medidas de salud pública para evitar el cierre masivo de los servicios de obstetricia”, dijo la más joven.  

    Explicaron que este no es solo un problema del San Vicente. La Clínica del Rosario cerró sus servicios maternos el 30 de junio y otras como la de las Américas solo tienen una sala de partos. Según el Registro Especial de Prestadores de Servicios de Salud, en el 2012 Antioquia tenía registradas 1049 camas de obstetricia. En el 2023 esta cifra se redujo a 495 camas, de las cuales 237 están en Medellín.  El deterioro de este campo de la salud viene dándose desde hace más de una década y las razones en su mayoría son financieras. 

    “Desde hace mucho tiempo nosotros venimos regidos por un manual tarifario que tiene subvalorados los procedimientos que se hacen en el área obstétrica. Es decir, lo que se invierte en una actividad obstétrica realmente no se recupera, porque no se factura ni se cobra lo que vale”, cuenta Sandra Cuervo, docente de la Universidad de Antioquia y directora de Nacer, un grupo de investigación, docencia y extensión con énfasis en salud sexual, reproductiva y de la infancia. Esta problemática viene colapsando la red de salud, además de sobrecargar al personal médico y negar que las mujeres embarazadas tengan un parto humanizado, que ahora es obligatorio gracias a la Ley 2244 de 2022.  

    En Medellín hubo 35.157 partos en 2022 y 18.917 en el primer semestre de 2023, según el Dane. Andrés Zapata Cárdenas, director médico del San Vicente, cuenta que ese hospital atendía alrededor de 900 cada año: “Nosotros no teníamos una participación de gran volumen en la atención obstétrica. En cambio, hay una atención igual o peor con los niños. En el hospital tenemos 200 camas destinadas a esta población y una mayor capacidad, por lo que decidimos enfocarnos en esta demanda pediátrica”. 

    El cierre sería ese 31 de octubre. Así lo confirmaron las dos enfermeras. Afuera, terminaba el día. 

     

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    La unidad de ginecobstetricia fue fundada en 1929. Sus servicios cerraron el 31 de octubre del 2023. Foto: Renata Taborda.Los primeros cimientos

    La iglesia blanquecina del Hospital San Vicente Fundación reposaba ante un cielo nublado de octubre. Adentro, en uno de los bancos de madera café, una mujer rezaba arrodillada. Sostenía un rosario entre sus manos ante la cúpula decorada con un trío de pinturas en las que resaltaban las vestiduras blancas de su protagonista, Jesús. Un poco más abajo, un ramo de flores se asomaba en el costado derecho de una virgen María mediana envuelta en un manto verde oscuro y un vestido crema con el que sobresalía su embarazo.  

    Al final del pasillo central, atravesando por el umbral de vitrales y cuadros, un patio exponía también a la madre de Jesús; totalmente blanca, incrustada en su altar de mármol y con su rostro apuntando al cielo, como anhelando resguardo y pidiendo perdón.  

    Así como estas, figuras celestiales de la maternidad reposaban mansamente por toda la iglesia. Aunque diferentes, representaban a esa madre protectora, pura y hermosa. La luz tenue apenas llegaba a los rincones y los susurros casi imperceptibles de la mujer creaban una atmósfera fúnebre alrededor de la María embarazada. Eran los últimos días de la unidad de ginecobstetricia, un lugar que fue testigo de muchos nacimientos y, quizás, milagros. 

    Días antes, el 25 de octubre, alrededor de la fuente central había una feria de pequeñas tiendas. Enfermeros, estudiantes y médicos pasaban constantemente mientras la lluvia jugaba con la fuente y se mezclaba con el frío de un día nublado. Cerca, al lado del bloque de patología, el edificio de ginecobstetricia estaba envuelto por el caos diario de la existencia; un padre con su bebé en brazos, una anciana que empujaba con vigor a un viejito en silla de ruedas y una niña que, con una bata rosa y acostada en la camilla, admiraba el cielo. 

    El bloque de maternidad se alzaba con sus muros de ladrillo y sus ventanas rojas envueltas por mallas grises, ojos abiertos de los que se desprendían historias mudas: abajo, un colchón de rayas azules frente a un ventilador apagado en una habitación vacía; arriba, una mujer morena que contemplaba el horizonte junto a un niño apenas asomado por la esquina. El contraste de la escena componía un viaje al pasado y un recuerdo para el futuro. 

    Un poco más de nueve décadas han pasado desde la creación de la unidad de ginecología y obstetricia del San Vicente, una idea que venía construyéndose desde el siglo XIX, cuando la mayoría de los embarazos estaba en manos de comadronas y solo algunas mujeres de clase alta accedían a la atención de los cirujanos y médicos generales. 

    El documental Historia del Hospital Universitario de San Vicente Fundación, disponible en el canal oficial San Vicente Fundación de YouTube, cuenta que, en 1934, el lugar empezó a funcionar con todos sus pabellones, incluido el de maternidad, a manos de médicos y funcionarios que llegaron del Hospital San Juan de Dios, el primero de la ciudad, que estuvo a manos de sacerdotes y grupos religiosos. Uno de estos médicos era Nepomuceno Jiménez Jaramillo. 

    Nepomuceno nació en Santa Rosa de Osos en 1873. Estudió Medicina en la Universidad de Antioquia y viajó a Europa para especializarse en obstetricia y ginecología. Según cuenta Guillermo Henao, profesor jubilado de la UdeA, en un artículo de la revista Iatreia, Nepomuceno fue el primero en traer la “obstetricia científica” a Medellín. Además, fue el primero en proponer una cátedra académica en estos dos campos, la que dictó hasta su muerte en 1934.  

    Como Nepomuceno, otras figuras se unieron como bases fundamentales en la construcción y el establecimiento de una unidad enfocada en el cuidado de la maternidad y la sexualidad de las mujeres, con conocimientos médicos franceses que contribuyeron a expandir el estudio, la metodología y los tratamientos en este campo en la sociedad antioqueña y el país. Así, en 1940, de la mano del médico Alberto Bernal Nicholls, cirujano y egresado de la UdeA, se dio paso a una revolución en el concepto de obstetricia, introduciendo de manera permanente los servicios de consultorio prenatal y de ginecología en el San Vicente.  

    En los años 50, la medicina norteamericana desplazó y transformó las visiones francesas, que estaban más centradas en la clínica que en el laboratorio. Este cambio fue llevado a cabo en Antioquia por varios actores de la salud, como los médicos Pedro Nel Cardona, Braulio Henao Mejía e Ignacio Vélez Escobar. En las décadas siguientes, la unidad creció y el San Vicente se convirtió en uno de los primeros hospitales del país en llevar a cabo cesáreas bajo anestesia general. Además, implementó incubadoras para el cuidado de los recién nacidos, promovió la divulgación científica e inauguró una nueva Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales con 14 camas.  

    Nidia Ortega, enfermera con más de 20 años de experiencia y quien trabajó por 22 meses en la unidad de ginecobstetricia del San Vicente, dice que esta era una escuela para muchos estudiantes y que la atención que recibían madres gestantes con problemas de salud “era única” porque ese nivel de especificidad no lo cubría ningún otro hospital de Medellín. 

    Durante todo ese tiempo, ella atendió a maternas de alta complejidad. Cuenta que las enfermedades más comunes que trataban eran las cardiopatías, un tipo de enfermedad en la que el corazón y los vasos sanguíneos pueden verse afectados. Las 24 horas del día, las enfermeras junto con un equipo especializado de cardiólogos estaban junto a las madres, cuidándolas. La labor de estas mujeres es ardua no solo por el prolongado tiempo que están allí, velando por dos vidas ‒“no solo es un paciente, son dos”, enfatiza Nidia‒, sino por el impacto que les genera ver lo frágil pero fuerte que pueden ser una mujer gestante y su bebé, y cómo, cerca de la muerte, la medicina hace su trabajo para que sobrevivan.  

    No recuerda la fecha exacta, pero recuerda muy bien cuando, entre aquellas 21 camas de la unidad, se encontraba una mujer joven, hipertensa, sentada a la orilla del colchón. Nidia estaba cuidándola cuando, de un momento a otro y por su condición cardiaca, la mujer comenzó a convulsionar, se cayó de la cama y se golpeó tan fuerte en la cabeza que en su frente se marcó un hematoma.  

    Inmediatamente la asistieron, le brindaron medicamentos y estabilizaron su cuerpo. Su bebé y ella salieran ilesos de una situación en la que si Nidia y los médicos no hubieran estado presentes, la historia hubiera sido diferente. Del lugar que salvó a esa y tantas mujeres tan solo quedará una placa incrustada en los ladrillos quebrados que dice: “Maternidad, 19 de junio, 1929”, un epitafio simbólico de lo que alguna vez fue el nacimiento de un sueño. 

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