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Edición 103

event 06 Octubre 2022
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Caterine Jaramillo González
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  • “Hay una élite que resta legitimidad a la empiria social”

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    Hablamos con la antropóloga Claudia Puerta Silva sobre el enfoque del equipo asesor del Pacto Histórico en ciencia y tecnología y las críticas de Moisés Wasserman al uso de los conceptos “justicia epistémica” y “ciencia hegemónica”.

     

    Claudia Puerta

    Fotografía por: Alejandro Valencia Carmona


    El pasado 15 de julio, un par de semanas antes de la posesión del presidente Gustavo Petro, Moisés Wasserman publicó una columna en El Tiempo en la que criticó un documento preliminar del Pacto Histórico que hacía referencia a los lineamientos y a la visión de un equipo asesor de esa colectividad sobre las políticas de ciencia, tecnología e innovación. “Son 16 páginas en las que 14 veces aparece ‘vivir sabroso’ como objetivo de la ciencia”, escribió el bioquímico y exrector de la Universidad Nacional. “Posiblemente entre a la historia anecdóticamente como el primer documento de política científica que califica a la ciencia como una amenaza”, agregó.


    Más allá del “vivir sabroso”, la columna de Wasserman se centró en cuestionar dos conceptos: “ciencia hegemónica” y “justicia epistémica”. Para el columnista las hegemonías en la ciencia no se derivan “de acciones de fuerza, de poder o de sometimiento”, sino del “consenso que logran algunas teorías en las comunidades científicas de todo el mundo (sin distinción política)”; según él, no puede hablarse de “justicia epistémica” porque la construcción del conocimiento científico no busca “repartir méritos igualitariamente entre teorías diferentes y hasta contradictorias”. Esas ideas son centrales en el documento suscrito, entre otras personas, por Irene Vélez-Torres, filósofa, profesora de la Universidad del Valle y ahora ministra de Minas y Energía.


    A propósito de esa discusión, De la Urbe conversó con Claudia Puerta Silva, profesora titular de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Antioquia, doctora en Antropología Social y Etnología e investigadora del grupo Recursos Estratégicos, Región y Dinámicas Socioambientales.


    Moisés Wasserman dice que la única ciencia hegemónica es la verdad, ¿qué es la hegemonía científica?


    Son dos conceptos distintos. Por un lado, la hegemonía de la ciencia describe la supremacía de un tipo de conocimiento sobre otros. Desde la modernidad los conocimientos producidos por la ciencia tienen una mayor legitimidad que las creencias religiosas, por ejemplo. Desde esa época se establece toda una institucionalidad alrededor de este tipo de conocimientos que están enmarcados, principalmente, en unos procesos experimentales y que tienen unos métodos específicos.


    Por otra parte, ciencia hegemónica tiene que ver con la institucionalización del conocimiento científico, donde existen unos campos diciplinares, temáticos, de enfoques teóricos, y, sobre todo, formas y ámbitos diferentes de entender la realidad que son más dominantes que otros. Por ejemplo, yo estoy ubicada en las ciencias sociales y humanas, particularmente en la antropología, y siento que las ciencias médicas, experimentales y naturales, como la física, la química o la matemática, son consideradas más científicas.


    ¿En qué situaciones se evidencia la existencia de una ciencia hegemónica en el contexto colombiano?


    Desde que empieza la política científica en nuestro país es posible observar mayores fondos de financiamiento para ciertos campos disciplinares y algunas temáticas. También se privilegia formatos que son más tradicionales o habituales en las ciencias exactas o experimentales. Si uno va a la historia y compara las ciencias experimentales con las ciencias sociales y humanas, puede observar que en esta última hay una producción más amplia en términos de libros, pero hemos estado obligados debido a las políticas de ciencia, tecnología e innovación a producir más artículos científicos y eso va en desmedro del formato, tal vez más adecuado, para plasmar los resultados de una investigación de tipo cualitativo, argumentativo o interpretativo.


    ¿Se puede decir entonces que hay una discriminación de saberes que no están respaldados por un método estandarizado?


    Sí, exacto. Esto se observa muy bien en todo el debate que han dado las artes. Han hecho un trabajo muy juicioso en el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación y en la misma Universidad de Antioquia para que sean reconocidas las actividades y la producción de nuevo conocimiento de sus investigaciones.


    Allí hay unos retos metodológicos que, claro, entran en pugna con los métodos que heredamos de las ciencias experimentales. Las ciencias sociales y humanas heredamos ese método científico en el que se establecen unas preguntas o hipótesis y se trata empíricamente de demostrarlas o refutarlas para presentar finalmente unos resultados. Ese método estandarizado está en la historia de todas las ciencias, pero cada una ha ido desarrollando su propio método de producción de conocimiento. Entonces hay una disputa por dominar el acceso a los recursos representados en dinero, pero también en laboratorios, infraestructura física, equipos robustos, personal… Además, está en juego el asunto de la verdad, como si la verdad solo pudiera ser alcanzada a partir de un método estandarizado.


    De hecho, se cree que hay métodos que no llegarían a la verdad. O a la ciencia se le atribuye la responsabilidad de que nos guíe hacia una verdad absoluta y objetiva.


    Definitivamente en la ciencia no hay una verdad sino verdades. Ese es un término que puede ser una trampa. Es mejor hablar de representaciones de la realidad o de los fenómenos que estamos tratando de entender, escribir, explicar. Esa es una herencia de la modernidad y de la ilustración, donde hay un quiebre importante entre la ciencia como una nueva institución y lo que tenía que remplazarse: las supersticiones, las creencias religiosas, lo que llamamos comúnmente saberes populares.


    Finalmente, lo que sucede es que esa institución social, con unos procedimientos y unas prácticas que permiten generar una evidencia sobre la cual soportar tesis, teorías o formas de entender y de representar esa realidad, termina por crear una élite que resta legitimidad a todos los procedimientos experimentales de lo que yo llamo la “empiria social”: lo que la gente ensaya, hace o le transmiten sus abuelas o abuelos. Entonces, hay una institución científica que va por un lado, y una sociedad que empieza por otro lado a reivindicar sus conocimientos y dice: “nosotros llevamos años generando unos procesos de experimentación que no están asentados en documentos o en artículos pero que hemos validado por generaciones”.


    ¿Cuál es la necesidad de que la comunidad científica también reconozca esos conocimientos?


    Esa necesidad se crea porque el conocimiento científico se postula como el único válido e impone formas de vivir, hacer, pensar el futuro y planificar; formas de manejar el río, pescar, sanar las enfermedades. Lo que me parece interesante en el documento del Pacto Histórico es la reivindicación que se hace de que la existencia pasa por el reconocimiento del que tiene el poder. En este caso, quien tiene el poder son los que hacen las políticas; el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación.


    Esto es un movimiento que ya lleva unos años y que se concreta con un gobierno progresista, en el que además hay una conciencia de la discriminación y la exclusión, que obviamente son el fondo de las injusticias no solamente epistémicas, sino también económicas y en el acceso a estos ámbitos institucionalizados del conocimiento.


    Precisamente ese documento del Pacto Histórico dice que reconocer esos saberes de distintas comunidades es un paso para acercarse a sus problemáticas e incentivar un diálogo que puede motivar la participación y el acceso a recursos del Estado.


    Esto no es nuevo, hay sectores científicos que tienen una apertura epistémica y una capacidad para comprender que hay otras formas de conocer el mundo, de representarlo y entenderlo, y que es necesario que las personas participen activamente de la producción y la comprensión de las problemáticas que les aquejan, porque así es posible producir transformación o cambio social. Ya el sociólogo Orlando Fals Borda, con la investigación- acción participativa, tenía ese propósito o partía de ese supuesto. La gente tiene que participar de la producción del conocimiento, de la compresión de sus problemáticas, para que pueda apropiarse de esos saberes y transformarlos en acción.


    ¿Entonces qué acciones podría emprender la academia para legitimar conocimientos que no encajan en esos cánones occidentales?


    Lo primero es que no nos corresponde a nosotros legitimar esos conocimientos. Aquí hay una crítica a la autoridad del conocimiento, que es una categoría en los estudios decoloniales, poscoloniales y que se enuncia desde las ciencias más críticas. Nosotros ya no somos los tenedores de la verdad. No solamente hay otras formas de entender los fenómenos al interior de la ciencia, sino que también hay otras formas de entender los fenómenos por fuera de las ciencias.


    Yo creo que lo que empieza a construirse es un camino hacia el diálogo, el intercambio y la participación activa de esos conocimientos en los ámbitos académicos, pero esa puede ser una modalidad. Otra es que esos sectores poblacionales, en sus propias dinámicas, desarrollen sus procedimientos para producir conocimiento, con convocatorias especiales, sin necesidad de la participación de la academia y de los ámbitos científicos.


    Wasserman dice que la ciencia no se debe ver influenciada por poderes externos, como el político o económico, ¿cuál es el panorama de estas relaciones en la actualidad?


    Yo estoy de acuerdo con Wasserman en una parte y es que los resultados científicos no pueden estar influenciados, en términos generales, por el interés de una farmacéutica, una multinacional o una empresa de productos estéticos. Por eso es que a uno le preguntan en los artículos y en diferentes ámbitos académicos qué conflictos de intereses tiene, porque si a mí me financia la multinacional de El Cerrejón, pues las comunidades indígenas van a decir que no tengo independencia, por mucho que yo afirme que soy autónoma como científica.


    Pero si la financiación proviene de recursos públicos, entendemos que eso está inscrito en otro ámbito que también es político y económico; como lo diría Bourdieu, la ciencia es un campo de poder en donde hay una pugna, unos actores, unas prácticas establecidas y unas relaciones muy claras. La ciencia, entendida como procedimiento, tiene que estar fundamentada en lo técnico, pero incluso allí, mi escogencia de temática puede ser ya una postura política. Además, todas las políticas de ciencia y tecnología, la asignación de recursos, qué es deseable en un artículo científico o un libro, quién nos mide, a quién le pagamos para que nos ranquee y los indicadores de calidad son asuntos políticos y económicos, y por eso es que se habla de capitalismo cognitivo, porque ya estamos en el mercado.


    Finalmente, ¿cuáles deberían ser las prioridades de este nuevo gobierno en cuanto a políticas para la ciencia?


    Se debe destinar una parte de los fondos para problemas prioritarios del país, pero tiene que haber un balance que permita la emergencia de otras agendas de investigación porque la diversidad y la heterogeneidad es la riqueza de la ciencia. Desde la perspectiva progresista de la que hemos estado hablando se deben impulsar políticas para alcanzar la equidad epistémica, y que se resuelvan exclusiones o barreras de acceso de poblaciones y sectores discriminados, porque hemos hablado mucho de indígenas y de grupos étnicos, pero hay que seguir trabajando en la equidad de género en el ámbito de la investigación y de la producción de conocimiento.


    Ahora, si bien debemos entender que hay una pertinencia social de la investigación y de la producción de conocimiento, también hay una pertinencia per se del conocimiento. Esa idea de innovación se ha vuelto hegemónica frente a la investigación básica, esa en la que uno se imagina unas batas blancas encerradas en sus laboratorios, que tratan de entender cosas que no necesariamente derivan en algo práctico, inmediato, pero son conocimientos importantes. En la ciencia, hoy en día, hay una tendencia hacia lo aplicado, que tenga derivaciones en innovación o emprendimiento, y eso termina por imponer una hegemonía sobre la que también hay que alertar porque puede ir en desmedro del desarrollo científico.

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