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event 11 Octubre 2020
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  • La (no tan) delgada línea entre la investigación periodística y el escrache feminista

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    Una investigación periodística que recoge varias denuncias de acoso contra el cineasta Ciro Guerra planteó un debate sobre los puntos en común y las diferencias entre el papel del periodismo y las denuncias públicas por violencia sexual contra las mujeres.

     

    Escrache

    Ilustración: Victoria Coronado. Instagram: @vicairi

    El 24 de junio las periodistas Catalina Ruiz-Navarro y Matilde de los Milagros Londoño lanzaron la revista Volcánicas con la publicación de una investigación que titularon “Ocho denuncias de acoso y abuso sexual contra Ciro Guerra”. Allí, recogieron los testimonios de ocho mujeres que acusan de violencia sexual al director de cine colombiano, de amigos que estuvieron en los lugares que ellas mencionan e incluyeron capturas de conversaciones para contrastar y verificar la información testimonial. Alrededor de ese trabajo periodístico inició un debate sobre una supuesta violación a la presunción de inocencia de Guerra y sobre la pertinencia de hacer ese tipo de denuncias en medios de comunicación y no por vías judiciales.

    Si bien muchos usuarios celebraron la rigurosidad de la investigación, en otros casos el trabajo fue deslegitimado. La productora Cristina Gallego, exesposa de Guerra, publicó el 6 de julio en El Tiempo una respuesta ante los señalamientos preguntándose si lo hecho por Volcánicas no era “una actitud barbárica de linchamiento” y aseguró que el reportaje estaba enmarcado en “la moda del escrache”. También la periodista María Clemencia Torres, de la revista Gato Negro, aseguró que este tipo de denuncias no son más que un escrache en medios de comunicación.

    Ante críticas como las de Gallego y Torres, Catalina Ruiz-Navarro, quien además es columnista de El Espectador y activista feminista, publicó una respuesta en Volcánicas afirmando que:

    “estas denuncias no son escrache, son un paso más allá: una investigación periodística. Tampoco son ‘linchamiento’, y usar esa palabra para referirse al periodismo de investigación estigmatiza el oficio periodístico”.

    ¿Una frontera entre el escrache y el periodismo?

    El uso del término escrache apareció en Latinoamérica cuando, en 1996, el colectivo argentino Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (HIJOS) denunció la impunidad de militares y agentes del Estado, indultados por el presidente Carlos Menem, a pesar de su responsabilidad en delitos graves y violaciones contra los derechos humanos durante la dictadura. Para acusar a los implicados, las víctimas usaban en las manifestaciones recursos como el performance, las arengas y el empapelamiento en espacios públicos.

    Desde hace aproximadamente una década, este mecanismo ha sido adoptado por diferentes causas y movimientos sociales. El escrache feminista, entonces, es una forma de denuncia social contra aquellos hombres que han ejercido algún tipo de violencia contra mujeres. Esta manifestación colectiva tiene espacio en lo público, de ahí que en los últimos años las plazas y las universidades, así como las plataformas digitales, por medio de etiquetas como #MeToo o #NiUnaMenos, se hayan convertido en el lugar de denuncia y debate, y donde la problemática ha ganado visibilidad.

    El escrache y el periodismo tienen un componente en común de denuncia. A pesar de ello, ambos distan entre sí en metodologías, herramientas y procedimientos. ¿Por qué se confunden ambos términos? ¿Cuáles son las fronteras que los separan? Ruiz-Navarro y Londoño han repetido en varias ocasiones que el reportaje publicado en Volcánicas está basado en un trabajo riguroso que fue realizado durante cinco meses y, según ellas, posee los elementos que requiere una investigación periodística: cruce de fuentes, contraste de testimonios, confirmación de lugares y coincidencia de tiempos.

    Para realizar un escrache, en cambio, los colectivos o las mujeres que los impulsan no necesariamente tienen en cuenta esas mismas condiciones. Andrea Olaya es politóloga y en junio promovió un escrache masivo por situaciones de acoso sexual en la Red de Escuelas de Música de Medellín y en varias instituciones de formación musical, entre ellas la Escuela de Humanidades de la Universidad Eafit y la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia. Olaya explica que, más que una verificación, lo que hizo en este caso fue llevar un seguimiento juicioso de todos los casos. “He tenido reuniones con los directivos y gerentes de las orquestas, he estado atenta a que funcionen los canales de denuncias”, cuenta. Además, si bien reconoce las implicaciones que puede tener el escrache, afirma que es necesario, pues las víctimas muchas veces no encuentran respuestas en las instituciones y este termina siendo una forma de sanación.

    Una de las características del escrache es que da a conocer el testimonio de las víctimas desde la base de creerles a las mujeres, y aunque el periodismo también pueda partir de esa premisa, para Helena Calle, periodista feminista que cubre temas de género en El Espectador, “como periodista no debes quedarte con solo una versión. Tú puedes empezar creyéndole a las mujeres, pero hay que buscar documentos, pruebas, contrastar fuentes, dudar. El escrache no necesita pruebas, pero como periodista, que está sopesando denuncias por escrache y tienen potencial periodístico, necesito cierto material probatorio para construir una historia plausible”.

    María Clemencia Torres dice que en la denuncia periodística es fundamental confrontar la versión del otro. Y también plantea algo que puede resultar problemático: a su juicio, para que la denuncia sea legítima debe aparecer el nombre de quien acusa. “La mujer no grabó la violación, ni le tomó foto al acoso, evidentemente, pero parto del rigor de que puedo identificar a esa persona y que se hace responsable de la acusación que está haciendo”.

    Lo cierto es que no es lo mismo un testimonio anónimo a un testimonio de una fuente protegida. En el primer caso, incluso quien publica la historia desconoce la identidad de quien lanza una acusación. En el segundo caso, no revelar una identidad es una decisión que está mediada por la solicitud de la fuente o por el criterio de quien investiga y se hace con el fin de proteger a la fuente de futuras agresiones.

    Para Laura Bayer, periodista y directora de Morada Noticias, la verificación es lo que termina legitimando una denuncia: “Una tiene que escucharlos a todos y todas, pero no en pro de un supuesto balance, porque el equilibrio por el equilibrio pierde sentido, está vacío. El asunto es la verificación”. Y es que usualmente los casos de violencia de género se dan en entornos privados, por lo que, si la prueba que se tiene es el testimonio de la víctima, en el periodismo resulta necesario verificar que el relato sea real.

    Ahora bien, hablando de testimonios y verificación de datos, es importante recordar la diferencia que hay y que debería ser explícita entre los espacios de información y los de opinión. Las Igualadas, por ejemplo, hacen periodismo de opinión con enfoque de género en El Espectador, y cuando abordan estos casos su postura editorial también parte de creerles a las víctimas y a las mujeres. “Nosotras tratamos casos que casi siempre están judicializados o muy avanzados. Nuestro objetivo es generar debate, hablar con argumentos del porqué hay que creerles a las víctimas, pero no decimos si la persona acusada es culpable o inocente porque eso no nos corresponde”, dice Viviana Bohórquez, abogada y cofundadora de ese espacio.

    Quizás el punto más problemático que tengan en común el escrache y las denuncias periodísticas es que el nombre del agresor o de las instituciones involucradas suele aparecer de manera explícita. En el escrache, con el fin de exponer y sancionar socialmente, y en el periodismo, para cumplir con la exigencia de precisión y de claridad en los datos. Ante ello, María Clemencia alega el derecho a la presunción de inocencia como un argumento en contra de esas denuncias. Asegura que esas acusaciones adelantan el juicio y la condena y se invierte la premisa de que el acusado es inocente hasta que se demuestre lo contrario.

    Sin embargo, para María Angélica Prada, abogada, feminista y profesora en la Universidad del Rosario, la presunción de inocencia se entiende como un derecho dentro de un proceso penal, no en otros escenarios. Según ella, es un término que ha sido mal empleado y bajo el cual se ha centrado el debate en la figura del agresor, olvidándose de los problemas estructurales que supone la violencia de género. Dice que en estos casos lo apropiado sería hablar del “principio de la buena fe”.

    Discurso, teoría y representación, ¿cómo entender el escrache?

    Una de las motivaciones que frecuentemente se asocian con el escrache es la ineficacia de los procesos judiciales. Según cifras de la Fiscalía General de la Nación, en 2019 el 85 % de los casos por violencia de género quedaron impunes. Asimismo, son frecuentes los testimonios acerca de la revictimización que padecen las mujeres en este tipo de procesos, por ejemplo, al exponerlas a un contacto directo con los agresores o pedirles que narren en repetidas ocasiones los hechos.

    Laura Bayer concuerda con que la ausencia de justicia efectiva es una de las principales motivaciones de las mujeres:

    “El escrache suele hacerse desde la emocionalidad, es una elección que se toma ya que el sistema judicial o las vías que propone la justicia no son funcionales”.

    En este sentido, Camila Cadavid, documentalista feminista, ha acompañado este tipo de procesos junto a la colectiva Las Aparecidas, de la cual hace parte. Cadavid afirma que las motivaciones van desde el deseo de sanación y la no repetición hasta la venganza.

    Además de la pertinencia y la legitimidad del escrache, hay otras discusiones alrededor de este tema que convocan a periodistas y feministas. Una de ellas es acerca de las narrativas empleadas para denunciar las violencias contra las mujeres. Estos discursos se construyen a partir de figuras y atributos generales. Un ejemplo de esto es la asociación de la mujer como víctima imponente y oprimida, y del hombre como victimario violento y opresor.

    Al respecto, en 2018, Marta Lamas, antropóloga mexicana, feminista y nominada al Premio Nobel de la Paz, publicó Acoso, ¿denuncia legítima o victimización?, un libro en el que reflexiona acerca del discurso víctima/victimario preponderante en los casos de acoso. Según Lamas, las narraciones públicas de estas violencias se han abordado a partir de un feminismo al que la autora cataloga como hegemónico. Una visión que nace de la idea de que “las mujeres son una clase oprimida, la sexualidad es la causa de dicha opresión y que la dominación masculina descansa en el poder de los hombres”, tal como explica en su texto.

    La crítica de Lamas propone un cambio de perspectiva. En ese sentido, no todos los fenómenos o acontecimientos sociales podríamos analizarlos exclusivamente a la luz del feminismo y de los conceptos que este nos ha legado. Este encasillamiento, a su juicio, no permite dimensionar y reflexionar acerca de los otros componentes sociales bajo los que están construidas las relaciones entre hombres y mujeres: no abre un espacio para discernir acerca de una problemática tan compleja como la violencia.

    La publicación fue objeto de críticas en los círculos feministas mexicanos. La Red Mexicana de Feministas Diversas emitió un manifiesto, en el cual expresan su desacuerdo y consideran que este texto “no debe ser tomado, de ninguna manera, como referente teórico, metodológico y epistémico” ya que lo expresado allí “tiene una clara intención de provocar y confrontar las luchas feministas” y que, además, esos argumentos “sirven de referencia para perpetuar el patriarcado en el sistema de justicia penal”.

    Lamas manifiesta que su texto fue considerado como “un libro que protege a los acosadores y que da pie a la violencia y al feminicidio”. Para ella, estas críticas hacen parte de “una carencia del movimiento feminista”, ya que son la traducción de la incapacidad de discutir políticamente, de generar debate público y diálogo desde diferentes sectores, opiniones y generaciones del feminismo.

    En este sentido, Cadavid analiza el escrache a partir de su labor como artista. A partir de la visibilización y representación, plantea este tipo de denuncia pública como un acto performático. En ese sentido, para ella es problemático que se haya hecho hábito a la mirada. “Creo que siempre está en juego la manera como se narra la violencia y estamos en un contexto global donde el escrache feminista ha generalizado las denuncias, siempre se hacen igual”.

    Siendo así, el espectro político del escrache se reduce porque ya no está en la capacidad de irrumpir en lo habitual. El periodismo, en ese sentido, podría ir un paso más adelante al momento de construir esa narrativa. Sin embargo, Cadavid dice que hay un riesgo en el periodismo y es que se institucionalice el relato de las víctimas: “Nosotras tenemos que aprender de lo que ha pasado con las víctimas en Colombia, y cómo tener voz no significa necesariamente poner esa voz en el espacio público; eso no quiere decir que las escuchen, ni que se entienda la violencia. Mi pregunta es cómo narrar una violencia que es singular, pero que al mismo tiempo es sistemática”.

    Al respecto, Ruiz-Navarro y Londoño han afirmado en varias entrevistas que este tipo de narraciones necesitan de una reportería que parta de la empatía y del respeto por la denuncia y que le dé el control de su testimonio a las víctimas. Ambas hablan abiertamente de un periodismo feminista que pone sus herramientas de reportería y verificación de datos al servicio de las mujeres.

    El escrache feminista y la denuncia periodística tienen implicaciones sociales, políticas e individuales y encienden la luz sobre los hechos de violencia contra las mujeres, no en vano una investigación periodística dio origen al #MeToo. Sin embargo, sus puntos de enunciación son distintos: el escrache es una acción colectiva de protesta que encuentra su deber ser en la visibilización de las violencias contra las mujeres y de la lucha feminista; el periodismo se debe a los principios que rigen su ética. El periodismo con enfoque de género puede empezar a preguntarse por el uso de marcos narrativos diferentes a los utilizados para otros temas, al tiempo que sigue abogando por la visibilización y la justicia para las mujeres, y encuentra nuevas formas de contar sus historias.

     

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