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Edición 102

event 21 Abril 2022
schedule 27 min.
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Luisa Fernanda Moscoso Gutiérrez Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Necesita activar JavaScript para visualizarla.
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  • Moda sostenible: más que una etiqueta

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    Modasostenible

    Entras a un centro comercial. Los corredores amplios se confunden con los letreros e interiores personalizados de las tiendas. Una vez dentro ya no es fácil saber qué hora es. Las secciones se parecen entre sí, es fácil perderse y dar varias vueltas entre los pasillos sin ningún propósito. Entonces aparecen las vitrinas amplias con maniquíes y letreros rojos con letras gigantes que dicen SALE. Prometen un 40 %, 50 % y hasta 70 % de descuento, al lado de unas casi imperceptibles letras que resaltan que solo aplica en referencias seleccionadas.

    Resistir el impulso de comprar algo, cuando los precios son tan tentadores, resulta difícil. Bombardeados por las nuevas tendencias, las vitrinas actualizadas cada semana y las diversas colecciones dentro de una misma temporada, los consumidores alimentan la idea de que necesitan más y más. Este tipo de consumo, y la moda que impone, responde a lo que se conoce como fast fashion, una forma desenfrenada de producción, compra y posterior desecho de ropa en la que predominan las fibras sintéticas y artificiales.

    El costo real de estar comprando ropa constantemente lo paga el planeta. El agua que se necesita en promedio para producir el jean que llevamos puesto en este momento es equivalente al consumo de una persona durante siete años. La textil es la tercera industria manufacturera más grande del mundo y también es una de las más contaminantes, responsable del 20 % del desperdicio del agua y el 10 % del total de emisiones de carbono, según el Banco Mundial.

    ¿Conocemos el proceso de confección de las prendas que usamos? “Talla 8”, “Hecho en Colombia”, “100 % algodón”, “secar a la sombra”, “no usar blanqueador”. Además de los cuidados sugeridos para cada prenda, los datos expuestos en las etiquetas también se traducen en un mayor o menor impacto ambiental sobre el planeta. “Talla S”, “tela exterior 100 % viscosa”, “encaje 100 % poliéster”, “35.000 pesos”, “Hecho en China”.

    Aquellas prendas hechas con derivados del petróleo como el poliéster, el nylon o el spandex no se biodegradan con facilidad, pero son muy utilizadas porque son textiles sintéticos muy económicos. También existen las fibras artificiales como el rayón y la viscosa, que tienen una materia prima natural, pero son intervenidas químicamente para hacerlas más resistentes. Sin embargo, según la plataforma internacional de moda Fashion United, la viscosa necesita de productos químicos tóxicos para ser creada, cuando estos no son tratados adecuadamente terminan contaminando fuentes hídricas, lo que desencadena no solo la muerte de la fauna existente, sino que representa un peligro para los trabajadores que se exponen a ellos, ya que puede provocar ataques cardíacos y accidentes cardiovasculares. Por su parte, las fibras naturales como el algodón, la lana, el lino o la seda son las únicas que son recursos renovables, pero necesitan de una gran cantidad de agua para ser tratados, lo que también los convierte en un problema de ser producidos en masa.

    El material del que está hecho la prenda es un indicador clave cuando se desea comprar ropa nueva que sea sostenible, pero también otros factores igual de importantes, como la cantidad de prendas que produce la marca donde se compra y las condiciones laborales de las personas que las confeccionan.

    El debate alrededor del costo real, tanto ambiental como social, de la ropa producida con este modelo se agudizó luego del desastre del 24 de abril de 2013 en Savar, Bangladesh: el derrumbe del Rana Plaza, un edificio textil de ocho pisos en el cual se confeccionaba ropa de grandes compañías europeas y norteamericanas, dejó más de 1100 personas muertas y otras 2000 heridas. Medios como la BBC Mundo calificaron este hecho como “el desnudo de la industria de la moda” calificaron este hecho como “el desnudo de la industria de la moda”, pues evidenció la mala remuneración y las extensas jornadas laborales en un negocio que, según el Banco Mundial, emplea, aproximadamente, a 75 millones de personas al año.

    Después del desastre, el Gobierno de dicho país se comprometió a inspeccionar a fondo las áreas de trabajo y a implementar medidas. Esto a su vez giró la discusión hacia las alternativas de consumo denominadas como “moda sostenible”. Sofía Arias, fundadora del laboratorio creativo There's No Label y bloguera del tema, explica que “lo sostenible no son solamente los materiales, sino que también tiene que ver con el trato a las personas. Cuánto les están pagando estas empresas a los trabajadores, si se les están respetando sus derechos, si trabajan con comunidades indígenas que les estén pagando correctamente y los estén empoderando…”.

    La moda sostenible busca detener el consumo rápido de ropa que existe hoy en día. Desde el 2000 hasta el 2014, la industria de confecciones duplicó sus números. El Banco Mundial expone que, de seguir con el mismo patrón demográfico y de consumo, se pasaría de las 62 millones de toneladas actuales, a 102 toneladas para el 2030. El modelo sostenible ofrece varias alternativas para comenzar a cambiar los hábitos y evitar las proyecciones negativas: tiendas de segunda mano, sastrería, alquiler y compra local de marcas con conciencia ambiental.

    Alternativas para decirle no al fast fashion

    El objetivo de la moda sostenible entonces no solo es comprar menos, sino invertir en prendas duraderas y amigables con el medioambiente. Estas alternativas no se refieren necesariamente a adquirir ropa nueva, sino que sugieren alquilar aquellas prendas que se sepa que solo se usarán una vez o comprar en tiendas de segunda mano. Para Sofía, el dicho de que no hay prenda más sostenible que la que ya existe es muy cierto:

    “De esta forma no se le está dando más dinero a corporaciones que explotan a sus trabajadores y que dañan al medioambiente”.

    Karen Vargas es antropóloga de la Universidad de Antioquia y en compañía de su amiga María del Mar tienen desde hace tres años una tienda de segunda llamada La Vache Vetements. No solo se dedican a la venta de este tipo de prendas, sino que evitan comprar prendas nuevas para ellas. “Siempre hemos sostenido que tiene que haber coherencia entre el discurso y la práctica. Cuando reutilizas cortas la cadena de obsolescencia en ese punto, le das una segunda o tercera vida útil a la ropa”, explica Karen.

    Las tiendas de segunda mano venden productos usados que buscan un nuevo dueño. Algunas de ellas tienen sedes físicas, otras cuentan con página web o se valen de las redes sociales como es el caso de La Vache Vetements en Instagram. Para la venta de los productos se establecen unas reglas y unos horarios para la publicación de las actualizaciones. Si el usuario quiere obtener la prenda debe comentar la publicación, esta quedará reservada durante dos días, plazo máximo para realizar el pago. Si esto no sucede las administradoras pasan al siguiente comentario y así sucesivamente.

    “Normalmente, las prendas terminan en un basurero o en una fuente hídrica y ni siquiera empiezan un proceso de biodegradación, sino de contaminación de muchísimos años. Ese es uno de los principios más bonitos que tienen las tiendas de segunda mano, que no vas a permitir que la ropa llegue a ese punto de volverse basura”, afirma Karen.

    Sofía también coincide en que a la hora de comprar es importante revisar en la etiqueta de la prenda dónde fue hecha, si dice China, India o Bangladesh no es un buen indicativo; revisar siempre los materiales, que no sean de fibras artificiales o sintéticas que no responden a un modelo sostenible. No obstante, el problema del fast fashion no es solo de las grandes marcas o las multinacionales. Para Sofía, aunque Medellín alberga un amplio número de tiendas locales y producción nacional, esto tampoco es sinónimo de sostenibilidad. Siempre es importante también verificar el modelo de producción: estar atentos si la tienda saca más de una colección por temporada y promete hasta el 80 % de descuento, porque esto significa que aunque la tienda sea local responde a “un fast fashion a la colombiana”.

    Cuando Sandra Restrepo pensó en iniciar su marca hace aproximadamente siete años no sabía muy bien qué enfoque diferente darles a sus diseños. Por esa época, el grupo Inditex, integrado por marcas como Zara, Bershka, Stradivarius, Pull&Bear, entre otras, tomaba fuerza en el país con una oferta muy completa. Basándose en la lista de esenciales de todo closet, que incluye una chaqueta de jean, un vestido negro, un blazer y una camisa blanca, decidió irse por las camisas. Su marca, The Shirt Lab, tiene productos que rondan entre los 150 y los 500 mil pesos. En la información que muestra en las historias destacadas de su Instagram expone que “cree en la moda atemporal y versátil, que se toma el tiempo para ser creada y producida”.

    Restrepo le apuesta a la optimización del uso de los recursos para que luego del trazado y el corte de las prendas los residuos sean mínimos: trabaja con fibras naturales, con lo que busca la biodegradación del producto, y al usar únicamente el blanco mantiene el consumo de agua al mínimo. Además, cuenta que está “tratando de trabajar” con los materiales que consigue en Colombia,

    “ser justa con las personas, pagarles lo suficiente. No lavo las telas, yo las confecciono y las vendo así y me ha funcionado”.

    Por otro lado, existen marcas como Napraia, con productos entre los 70 y los 120 mil pesos, creada por Alejandra Villamizar hace aproximadamente dos años y medio. Villamizar tiene 14 años de experiencia en el sector de la moda y su marca le apuesta a la sostenibilidad por medio de llamados a la acción, por ejemplo, sembrar un árbol y cultivar flores para las abejas. Alejandra explica que “si se va a adquirir una prenda se espera que esta tenga el mayor número posible de usos, por eso debe primar la calidad, que no se use solamente por la tendencia. Si yo estoy comprando una prenda que tiene un impacto, ¿cómo voy a mitigarlo?”.

    Ambas marcas aceptan que sus colecciones no son 100 % sostenibles, pues en Colombia la adquisición de materias primas ecológicas y con buenos estándares de calidad no solo es difícil sino costoso, lo que impacta directamente en el precio final y las pone en una desventaja comercial. Sin embargo, plantean esta meta en sus proyectos a futuro.

    Las trabas que enfrenta la moda sostenible

    La moda sostenible enfrenta obstáculos de diversa índole. Por un lado, están los mitos alrededor de la ropa usada; existe la creencia de que las prendas les pertenecieron a personas ya fallecidas, que los artículos están sucios o que pueden transmitir enfermedades o malas energías. También están los precios de producción que vuelven poco competitivas las prendas nuevas y los clientes que no están dispuestos a pagar por ellas, como también las marcas que incrementan sus precios solo por llevar la etiqueta de sostenible.

    “Sostenible sí es en muchas ocasiones costoso”, afirma Sofía. “Pero en Colombia hay marcas que además de ser costosas exageran con los precios, entonces una camisa que podría costar 100 mil pesos te la venden en 200 mil pesos porque está hecha de forma ecológica”, agrega.

    Como ya se mencionó antes, las tiendas de segunda mano combaten diversos mitos. Para Catalina Aristizábal, dueña de la tienda vintage 2egundaHistoria, el principal problema en Colombia es cultural: las personas no se sienten capaces de usar ropa que proviene de otras. Las dueñas de La Vache Vetements, por ejemplo, reciben muchas preguntas sobre los procesos higiénicos de las prendas y la procedencia de las mismas. Aun así, Karen cree que empezar a usar ropa de segunda mano permite cambiar hábitos en otras esferas de la vida.

    Para Sandra y Alejandra, la dificultad está en la relación directa que tiene el nivel de sostenibilidad con el costo de la producción y por ende de la prenda. Sandra considera que las personas no ven los procesos detrás de cada producto y por eso no entienden la diferencia de precios.

    “No es que sea cero rentable, lo es, pero se tiene que vender caro. Qué triste que la gente tenga que dejar de comprar productos nacionales por el precio”, dice.

    Aun con las trabas, las opciones diferentes al fast fashion siguen proponiendo soluciones para hacerle cara al problema: “Existen personas que ven la moda como un tema banal. Sin embargo, creo que es algo que nos compete a todos en el día a día y ante una problemática tan grande como la producción masiva, la moda sostenible no tiene que ser el futuro ni el valor agregado, sino el presente y lo necesario”, concluye Sofía.

     

    Luisa Fernanda Moscoso Gutiérrez
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    Ilustración: Valentina Arango Correa (@negruracorrea)

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