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Versión impresa de De La Urbe

Edición 102

event 23 Marzo 2022
schedule 37 min.
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  • Alquimistas de la imagen

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    En Medellín hay un interés creciente por la fotografía análoga. Un grupo de profesionales, coleccionistas y aficionados se dedican a rescatar cámaras antiguas y a explorar sus múltiples posibilidades. De fondo, hay un interés estético y una postura política sobre la instantaneidad.
     
     
    Mateo Ruiz Galvis
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    Luisa María Gallo G.
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    Clic para acceder a galería de fotógrafos análogos y a una infografía sobre cómo acercarse a la fotografía análoga.

     

    Sobre una sábana rosada y sucia yace un cuerpo. Algunas manchas se asemejan a la sangre, pero no son más que óxido mojado y transferido a la tela. Unas cuantas ollas alrededor, algunos cables de máquinas antiguas, el envase de un perfume, unas fotos viejas. Detrás de todo eso, escondido, el cuerpo. Alrededor, el ruido de los bajos del metro por la estación Prado en el centro de Medellín, los alegatos de los vendedores que ofrecen mercancía de segunda mano, el chispoteo de unas goteras y el rugido de los buses. Más acá, el cuerpo: una Olympus OM-10, modelo japonés de 1979. 

    Así empieza el proceso para encontrar una cámara análoga. Lo primero, por supuesto, es rescatar una cámara de las garras del óxido, la humedad y la negligencia. Un viaje que no es tan sencillo como ir a una tienda de aparatos electrónicos y comprar una digital. Conseguir una es un ejercicio de perspicacia e imaginación. En mercados de pulgas o en anticuarios o en el baúl antiguo de algún familiar lejano puede encontrarse la cámara soñada. 

    Juan Pablo Gómez (JPG, como le dicen sus estudiantes) tiene 45 años, es profesor de fotografía e investigador de soportes análogos. Aunque como estudiante de Comunicación Social - Periodismo de la Universidad de Antioquia manipuló estas cámaras y reveló algunas fotografías, no fue sino hasta 2017 que el vicio de lo análogo se le metió. “Hubo un lugar que a mí me interesaba mucho caminar, en la carrera Bolívar, donde está un mercado que es como de chatarra, de basura. Ahí encontraba camaritas que compraba a 10 o 20 mil pesos y las mandaba a arreglar para hacerlas funcionar”. 

    La cámara es, apenas, un accidente. Luego del hallazgo, debe venir el trabajo, la resurrección. Arreglar cámaras análogas es un oficio en vía de extinción: quedan muy pocas personas especializadas para hacerlo. En el centro de Medellín, hay tres locales dedicados a desbaratarlas y arreglarlas. Uno de ellos es Videokamaras, y es el que frecuenta Juan Esteban Cano; un arquitecto de 29 años que, en medio de la cuarentena estricta de 2020, “frustrado por la vida y corto de dinero”, creó la tienda virtual Búnker Análogo para volver rentable una actividad a la que dedicaba mucho tiempo por placer: ver cámaras, entrar a subastas e investigar sobre los modelos. 

    La primera publicación de Búnker Análogo es del 5 de agosto de 2020, y actualmente la página de Instagram tiene más de seis mil seguidores. Lo que empezó como un pasatiempo hoy es también una crítica a la sociedad consumista. “Estamos haciendo una resistencia ante el olvido, intentando que el legado perdure”, dice. Juan Esteban recupera y dispone cámaras para la venta. Sus clientes son, especialmente, jóvenes que buscan una “representación alternativa por medio de lo análogo… He visto artistas plásticos, skaters y gente muy variada metida en esto”, afirma.

    El proceso de la comercialización tiene tres momentos: la localización de las cámaras, la reparación o el mantenimiento y, por último, la venta y la asesoría. “La gente no suele comprar cámaras del 2000 sino las que están hechas entre los 60 y los 90. Pero los años no pasan solos, y los objetos se degradan o deja de funcionarles algo”, explica Cano. Algunas veces los arreglos los hace él mismo, y otras veces recurre a la gente de Videokamaras, a quienes considera casi socios por el flujo de cámaras que circula entre ellos.  

    Hay arreglos que pueden tardar entre uno o dos meses, ya sea porque los repuestos deben importarse desde Japón o Estados Unidos, o porque los intereses de los clientes cambian y abandonan la compra. Durante el proceso, Juan Esteban estudia en qué año fue fabricada la cámara, cómo funciona, qué tenía de especial, si algún personaje famoso tuvo el mismo modelo, pues esos relatos son los que determinan que alguien se anime a comprar uno u otro. 

    Después, llega el momento de publicar la cámara para la venta. El precio dependerá de sus características o facilidades técnicas y de su demanda. Muchas veces, las personas llegan buscando modelos específicos como la Pentax K1000, la Canon AE-1 Program o la Canon BF 800, porque han visto algunas recomendaciones de cámaras para principiantes en YouTube. Sin embargo, el trabajo de Juan Esteban es ampliar el espectro de los modelos disponibles y ofrecer comparaciones entre uno y otro para que el cliente decida. Seducir, en cualquier caso. 

    Meditar y disparar

    El proceso de captura de imágenes análogas y digitales tiene diferencias esenciales. Por un lado, la fotografía digital captura la luz y la convierte en señales eléctricas que son almacenadas en una memoria. La fotografía análoga, en cambio, captura la luz y la refleja sobre un soporte fotosensible llamado rollo o película, que luego debe ser revelado mediante un proceso químico para convertirla en una imagen. Los resultados son distintos: la imagen análoga suele ser más granulosa y con colores más vívidos, mientras que la digital da una textura uniforme. 

    Y la forma de ver esa imagen también es distinta: mientras una fotografía digital se puede visualizar en la misma cámara o en el computador, una análoga necesita de días o semanas para ser revelada; esto depende de factores técnicos y hasta económicos. Un rollo puede tener entre 12 y 36 fotografías, y costar entre 36 mil y más de 100 mil pesos; y su revelado más de 15 mil. Además, las posibilidades técnicas de cámaras tan antiguas son limitadas, por lo que configurar características como el ISO y la apertura del diafragma, o enfocar, puede tomar bastante tiempo.

    La fotografía análoga implica detenerse, observar y meditar. Y en lo impredecible de sus resultados parece haber un atractivo. JPG reconoce que huir de la imagen perfecta que da el disparo digital implica ser consciente de la posibilidad del error: “Cuando yo decido trabajar esto, lo hago para equivocarme. Cuando tomo una foto digital sé lo que me va a salir, la pantalla me lo muestra, mientras que en lo análogo no puedo ver sino hasta que revele. Estoy jugando con una latencia de tiempo”. 

    Usar una cámara análoga es una decisión estética, pero también hay búsquedas que son políticas. Contenerse, imaginar, disparar; alejarse, en resumidas cuentas, del vórtice infinito de imágenes digitales. “Cuando uno decide irse de lo digital, de esa imagen perfecta, da un paso al costado de la posición estética de estos tiempos –reflexiona JPG–. Hay una acción política que no es solamente tomar fotos lindas y ya, sino volver al hacer manual, a la artesanía, a entendernos como seres con manos que pueden crear”.

    JPG se refiere no solo a la fotografía de rollo, sino a un sinnúmero de técnicas análogas que se acercan más a la alquimia que a la fotografía. Entre ellas, está la clorotipia, que consiste en transferir imágenes sobre superficies con clorofila; o la cianotipia, que obtiene imágenes color cian por medio del revelado con una sustancia acuosa de amonio, hierro y ferricianuro de potasio; o bien a la utilización de papeles fotográficos que requieren de meses de exposición a la luz; o a la construcción de cámaras con cartón y latas de cerveza. 

    Auge análogo: ¿una comunidad?

    “Hay un boom de lo análogo y muchos han aprendido con personas que estudiaron con nosotros”, dice Hugo Gris, uno de los fundadores de la Corporación Nacional de Cine Casa del Sol. “De alguna manera, sentimos cierta paternidad de la fotografía análoga en Medellín porque nunca dejamos de hacerla. Cuando muchos la abandonaron por temas comerciales, nosotros dijimos que lo análogo resistía”.  

    Desde 2009, han pasado por la corporación más de 300 estudiantes interesados en crear contenido fotográfico y audiovisual. Actualmente, la entidad tiene un proyecto audiovisual llamado 101 Miradas Fotográficas. Para Hugo la fotografía es una suerte de terapia. También una forma de mirar, de “anclarse a momentos bellos”. Llegó a ella después de estudiar algunos semestres de Música en Bellas Artes en los que no se sentía talentoso. Tomó una cámara y empezó a disparar. Su trabajo se ha centrado en el documental social (o fotografía de calle), la fotografía erótica y el retrato. Esta última vocación la descubrió cuando trabajaba en el Estudio Fotográfico Garcés, fundado en 1939, uno de los primeros y más famosos estudios de Medellín.

    Su paso por ese lugar lo recuerda como “la Disneylandia de los fotógrafos”: era un sótano en el que “había unos viejitos que parecían duendes retocando fotografías”. Allí aprendió aspectos técnicos como retocar negativos a lápiz. A Hugo le tocó la época de transición entre lo análogo y lo digital, pero se resistió hasta el punto de no conectar emocionalmente con trabajos hechos con cámaras digitales. 

    “A mí me cuesta mucho sentir propiedad intelectual sobre lo digital. Siento que con lo análogo hay que pensarlo antes de y con lo digital se piensa posterior a. Uno toma la primera foto, mira la pantalla y corrige. O sea, obturo, luego pienso. En análogo es: pienso, luego obturo”. 

    Hay varias hipótesis sobre el crecimiento de la fotografía análoga en ciudades como Medellín, Bogotá y Cali. La principal de ellas está relacionada con la popularización de las redes sociales, especialmente de Instagram, como plataformas de difusión de imágenes. Las redes sociales permiten crear comunidad, enseñar y aprender. Hugo Gris cuenta que es normal que en el mundo de la fotografía análoga las personas compartan lo que saben, pues cada quien tiene en su cabeza una forma específica de pensarse cada fotografía. “Hay una cultura muy bonita de lo análogo, incluso cuando alguien quiere dejar una cámara, casi siempre piensa que hay alguien que le va a dar mejor uso”.

    Por su parte, JPG cree que la gente que se acerca a lo análogo lo hace porque está interesada en entender procesos que no conocieron, pues “crecieron en lo digital, y encontraron que en esto otro hay unas texturas de imagen, de color, que no les ofrece lo digital, sino el revelado”. Y es que, justamente, es esa artesanía la que atrae a profesionales y aficionados. Y por ella han ido resurgiendo laboratorios especializados en revelar y digitalizar las fotografías análogas. 

    Para Hugo Gris, la fotografía análoga es una forma de entrenar el deseo: “Primero, anhelar que la imagen sí haya quedado como te la imaginás porque no la podés ver. Y después te toca mandarla a procesar y, en esa espera, hay un anhelo de que te entreguen ese bendito rollo. Cuando te encontrás con los resultados que esperás hay una sonrisa, un regocijo interno, un fresquito. También cuando ves que no te quedó bien la cosa hay una pequeña decepción porque viste que las cosas no son como las querías”. 

    Entonces, aparece la paradoja: las redes sociales unen, pero también devoran. Muchas de las fotografías análogas que surgen como una forma de resistencia ante la instantaneidad de las redes sociales, impactan porque son compartidas y divulgadas por medio de esas mismas plataformas. Aunque su proceso creativo es distinto, no dejan de estar inmersas en el mundo del scroll, y en buena parte esa exposición es la que mantiene viva la conversación sobre la fotografía análoga.

    Actualmente, hay perfiles que se dedican a compartir el trabajo de fotógrafos análogos del país, como Análogos Colombianos y Colombia Analógica. El 25 de septiembre de 2021, se realizó en Medellín la Maratón Retro, un evento que convocó a setenta fotógrafos profesionales y aficionados para que tomaran fotografías análogas de la plaza Botero. Allí donde se depositan las fotos, también se crean conversaciones y se conocen más personas con el mismo interés estético. Se establecen vínculos y se comparten aprendizajes de una comunidad que cada vez es más grande. 

     

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    Fotografía tomada en Foto Japón en la década de los 90, de autor desconocido. Luego, escaneada, reinterpretada y modificada por Julián Dasaca en 2019, un fotógrafo análogo especialmente interesado por los álbumes familiares como testimonios de un pasado heredado.

    El futuro del pasado

    Transcurre 1971. Una fina capa de polvo se va adhiriendo a todo lo que toca. Trece cámaras Hasselblad 500 modificadas y empolvadas yacen en la superficie de la luna. Solo una logró volver a la tierra luego de la misión Apolo 15. Esa única cámara fue subastada en el 2014 por 660.000 euros. Un modelo que ya no se produce. El valor será consecuencia de su historia. 

    Muchos objetos han tendido a la extinción: los beepers, los walkman o los disquetes. Algunos desaparecieron sin hacer ruido y otros cobraron fuerza ante el anuncio de su muerte, como los discos de vinilo o la misma fotografía análoga. Según Juan Esteban, hay varias razones que podrían determinar el fin de esta elección para capturar la realidad. Por ejemplo, que los rollos sigan subiendo su precio en el mercado, porque aumenta la demanda, pero no hay maquinaria para producir más. Hay un ejemplo reciente y es la decisión de la multinacional japonesa Fujifilm, especialista en cámaras e imagen fotográficas, de no producir más el rollo Pro 400H desde enero de 2021. 

    “Hubo demasiada demanda y el químico que tenía Fujifilm para producir la emulsión de un negativo empezó a escasear. Decidieron sacarlo del mercado y un rollo menos es como que a uno le quitaran un dedo del pie, porque es una herramienta con la que ya no se puede trabajar. Antes valía 15 dólares y ahora vale entre 35 y 50”, dice Juan Esteban. Otra razón que podría determinar el fin de lo análogo es que “el saber de los técnicos muera con ellos. Que no dejen el legado de su conocimiento a otra persona y que dejen de repararse las cámaras”, afirma.  

    Ante cada amenaza a la fotografía análoga surgen actos de resistencia: aparecen más personas interesadas en crear sus propias cámaras, e incluso hay formas de descargar planos para imprimirlas en 3D; en los mercados de pulgas y en las redes sociales algunos obstinados continúan dándole vida a objetos que otros creyeron muertos. Finalmente, la urgencia por manipular y empastar el tiempo no nos abandona: ni antes cuando pasábamos tardes enteras preguntándonos quién era quién en los álbumes familiares, ni ahora que navegamos por los recuerdos por medio de una pantalla. 

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