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Edición 102

event 21 Abril 2022
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De la Urbe
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  • Un golpe, dos golpes, tres golpes, incontables golpes

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    Editorial edición 102

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    Alguien hizo el primer sonido y, de repente, fueron tantos que era imposible contarlos. Un golpe, dos golpes, tres golpes, incontables golpes. No tenían rima. Su sonido era rabioso, metálico; un grito de indignación e impotencia. Las personas sacaron a sus ventanas las cacerolas, las cucharas o cualquier objeto con el cual hacer ruido. Ese 23 de noviembre de 2019, Dilan Cruz, un estudiante de 17 años, fue asesinado en Bogotá por el capitán Manuel Cubillos del Escuadrón Móvil Antidisturbios de la Policía. La gente protestaba por su muerte.

    Dos días antes, el 21 de noviembre, empezaron las movilizaciones del paro nacional convocado por las centrales obreras. El rechazo a las reformas laborales, educativas, tributarias y pensionales planteadas por el Gobierno de Iván Duque, así como la urgencia de defender el acuerdo de paz firmado con las Farc, unieron a estudiantes, campesinos, profesores, ambientalistas, feministas y ciudadanos en general. En las calles de varias capitales de Colombia y en algunas poblaciones más pequeñas, se encontraron personas de edades y de condiciones sociales y económicas muy diversas. Muchas de estas protestas estuvieron lideradas por grupos de jóvenes de una generación cansada, quizá, de no pertenecer, de ser los excluidos de siempre, de no encontrar un lugar para pensar un futuro.

    El paro continuó durante cerca de un mes hasta que las fiestas de diciembre aplacaron la fuerza de las manifestaciones. Sí, el paro salió de vacaciones. Y cuando a comienzos de 2020 el país se preparaba para continuar con las marchas, un virus, una pandemia y una cuarentena obligatoria encerraron la rabia, pero ofrecieron más motivos. El confinamiento profundizó la desigualdad y la pobreza: ese primer año de pandemia terminó con más de 21 millones de personas que viven con menos de 331 mil pesos mensuales. Aparecieron los trapos rojos colgados en las fachadas de las casas, las tendencias en redes y las huelgas de hambre de estudiantes que le hicieron el quite a los intentos de prohibir la protesta. El paro estalló de nuevo.

    El 28 de abril de 2021, miles de jóvenes salieron a las calles luego de meses de confinamiento. Ese paro, que era tanto uno nuevo como la continuación de los anteriores, ya no tenía dueños, aunque varios personajes de la política trataran de hacer suyas sus reivindicaciones, aunque un comité de paro negociara en nombre de aquellos a quienes no representaba y aunque el Gobierno tratara de construir un enemigo común para hacer más fácil la tarea de deslegitimar su causa.

    Esa protesta fue a veces violenta y a veces festiva; fue estratégica y al mismo tiempo ingenua; fue incoherente, como los seres humanos; fue brutal y creativa; fue a veces esperanzadora y a veces estática. Esa protesta fue como la política.

    Un golpe, dos golpes, tres golpes, incontables golpes. El 8 de septiembre de 2020, dos policías golpearon en una calle de Bogotá a Javier Ordóñez, de 42 años. Convirtieron una requisa en tortura, mientras él, reducido en el suelo, pedía que se detuvieran. Luego, lo mataron a golpes en un CAI. La gente protestó. Un golpe, dos golpes, tres golpes, incontables golpes. A Lucas Villa, de 37 años, lo mataron a tiros el 5 de mayo de 2021. Participaba en una protesta del paro nacional en Pereira y un sicario le disparó ocho veces. Un golpe, dos golpes, tres golpes, incontables golpes. La gente siguió protestando.

    ***

    El 13 de marzo de 2022, por primera vez en la historia de Colombia, una fuerza política de izquierda se convirtió en la colectividad con el mayor número de curules en el Senado. Fue también la segunda en la Cámara de Representantes. El Pacto Histórico contará con 19 senadores y 25 representantes en el Congreso. Un golpe, dos golpes, tres golpes, incontables golpes. Las protestas sacudieron las urnas. Quizá no pueda entenderse en una relación de causa y consecuencia, pero la política electoral colombiana resumió en esa jornada lo que pasa en la política de las calles.

    Fueron cerca de seis millones de votos a Senado y cinco millones a Cámara para partidos y coaliciones alternativas. Aunque con matices, e incluso profundas diferencias, millones de personas eligieron opciones distintas a las que han gobernado durante décadas; las cuales, en muchas ocasiones, se han valido de discursos de miedo, de pactos entre élites para conservar el poder y del clientelismo en todas sus formas. Polarización, dicen algunos, y tienen razón. Colombia está atravesando un proceso que, como pocos en los años recientes, enfrenta visiones de país opuestas y divide claramente a la ciudadanía.

    Pero esa polarización, más que una patología, expresa las diferencias propias de una democracia. El reto, para un país que ha tramitado sus diferencias con la eliminación física del opositor mientras se precia de una larga estabilidad institucional, está en gestionar esas visiones antagónicas sin que eso implique la desaparición del adversario.

    Lejos de una visión idílica sobre las personas elegidas y sin olvidar que muchas de ellas –incluso en esas colectividades alternativas– representan las formas corruptas y excluyentes de la política tradicional, lo cierto es que el resultado del 13 de marzo es un mensaje claro: hay nuevas agendas y nuevas voces. Hoy hablamos de la seguridad, de la política económica, de la salud y la educación, claro, pero también hablamos de las curules para las víctimas del conflicto armado, de las libertades individuales, de los derechos de las mujeres, del medioambiente y la crisis climática, de la defensa de la vida y de la política del cuidado.

    En un país que limpia las paredes en las que sus ciudadanos exigen educación, alimentos o que se defienda la vida, legislarán durante los próximos cuatro años personas que se manifestaron en las calles o lideraron procesos en comunidades; también algunas que acomodaron su discurso para congraciarse con quienes participaron en las movilizaciones, que se camuflaron en listas cerradas gracias a pactos entre señores de la política, o que asumieron representaciones aún en contra de quienes dicen representar. En todo caso, con algunas de ellas, escucharemos palabras que no son frecuentes en el Congreso: dignidad, resistencia, buen vivir… Eso nunca podría ser un retroceso en tanto logramos ver la movilización colectiva desde sus complejidades y su pluralidad. Veremos entonces cómo se expresan sus consignas en esos escenarios de poder.

     

    Fotografía: Valentina Arango

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