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event 10 Octubre 2020
schedule 22 min.
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Por:
Andrés Felipe Uribe
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Silvia Satizábal
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Manuela Ossa
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A dos metros

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La distancia física y social que se impuso en Colombia desde el 24 de marzo de 2020 les exigió a los ciudadanos cambiar la relación con otras personas y con los espacios que habitan.

En los días laborales, Gonzalo Mejía, dueño de una empresa de montajes industriales, llega a su casa, se quita las gafas, el tapabocas, la correa, el celular y los zapatos, mientras Mileny Londoño, su esposa, empieza a desinfectar con alcohol cada objeto. Luego, ambos sumergen su ropa en un balde con agua y la dejan en remojo hasta el día siguiente. Gonzalo camina por un pasillo y se ducha en un baño que destinaron solo para él desde marzo, cuando se conocieron los primeros casos de coronavirus en Colombia.

La adecuación de los espacios y las costumbres que implementaron en su casa para convivir con este virus no son nuevas para la sociedad. A lo largo de la historia, el ser humano ha modificado sus rutinas para acomodarse a circunstancias similares. “Las pandemias siempre han acompañado al hombre”, explica Fred Gustavo Manrique, doctor en Salud Pública e investigador de la historia de las pandemias.

 

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“La relación con los microorganismos es positiva cuando, por ejemplo, fermentamos cerveza para la pasteurización de la leche o para la penicilina. Sin embargo, en algunos momentos esa relación se desequilibra, no los sabemos controlar y aparecen pandemias. O plagas, como se conocían antes”, dice Manrique.

Las pandemias traen consigo cambios de conducta que adoptamos para protegernos de una enfermedad de la que conocemos poco. Si bien en la actualidad el uso del tapabocas y la desinfección de objetos son las medidas más frecuentes, en la Edad Media, por ejemplo, se optó por algunas que hoy serían impensables.

“En Francia, durante la peste negra, Gregorio de Tours recomendaba mezclar agua con cenizas de mártir y tomárselas. En el siglo XIV, las personas se encomendaban al uso de amuletos y de insignias genitales, y esto es muy curioso porque los peregrinos y enfermos que encontramos años después tienen señas ‘pornográficas’ en el cuerpo; unos talismanes con falos, con vulvas o con el ojo de Horus o el pene de Osiris. Es decir, insignias con carácter de purificación”, señala el historiador Eduardo Pinzón Avendaño.

 

El historiador Eduardo Pinzón Avendaño, nos cuenta la relación histórica de los humanos con las pandemias.

El baño personal diario, el alcantarillado, estornudar o limpiarse los mocos en un pañuelo son algunas de esas costumbres o adecuaciones al espacio que al menos una porción de la humanidad adquirió con la aparición y superación de una enfermedad. Incluso, el lavado de manos no era algo muy común antes de la segunda mitad del siglo XIX, cuando el médico húngaro Ignaz Semmelweis demostró las ventajas higiénicas que tenía esta práctica.

Las medidas que Mileny y Gonzalo implementaron en su hogar son ejemplo de las que adoptaron muchas familias colombianas en los últimos meses, ya sea por recomendaciones del Gobierno, expertos o incluso creencias populares. A Mileny, sin embargo, el cuidado extremo que tiene con el aseo de su casa al mismo tiempo le produce desconfianza. La mantiene tan limpia que teme que otras prácticas disminuyan porque “usted cree que todo está muy limpio, entonces no va a estar lavándose tanto las manos ni teniendo tantos cuidados como los tiene afuera”, dice.

 

Mileny explica los cambios de hábitos que ha sufrido su familia con la pandemia.

En esta historia de virus y protocolos, el tapabocas es un elemento recurrente de prevención. En la Edad Media se utilizaba uno con un pico alargado donde se ponían esencias para camuflar los malos olores. Siglos después, los tapabocas volvieron a aparecer en la pandemia de la gripe española de 1918 y luego en el 2009 con el H1N1.

En esta historia de virus y protocolos, el tapabocas es un elemento recurrente de prevención. En la Edad Media se utilizaba uno con un pico alargado donde se ponían esencias para camuflar los malos olores.

En julio el alcalde de Medellín, Daniel Quintero, solicitó a las personas utilizar el tapabocas incluso en sus casas y, especialmente, si convivían con personas mayores de 60 años. Quizá sea la pandemia del coronavirus el momento de la historia que incorpore definitivamente el tapabocas como parte de nuestras prendas comunes.

 

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Espacio social deshabitado

Eddison Arboleda tiene 27 años y trabaja en el Metro de Medellín. Cuando llega a casa de su pareja no desinfecta sus zapatos ni los aparta en algún rincón. Tampoco lava sus manos ni rocía alcohol en su ropa. Se saludan y juntos esperan que lleguen algunos amigos en común para ver una película, comer o, simplemente, conversar.

Ante la imposibilidad de reunirse en lugares públicos, la casa de su novio se convirtió en el espacio donde confluyen amigos, compañeros de trabajo y familiares. Edisson considera que no ha sido muy estricto con los protocolos que ve en otras personas, pero se siente tranquilo: “Si tengo la oportunidad de no usar el tapabocas en algún lugar, no lo hago o me lo quito”, dice.

 

Edison ha sido un poco más flexible con los protocolos de bioseguridad.

Mileny y Edison son dos ejemplos opuestos de las diferentes posturas que los colombianos han tomado frente a las medidas de prevención de la covid-19. Para Maristella Góngora Torres, psicóloga especialista en procesos de transformación social y grupal, las emociones que experimentamos dependen de la interpretación que hacemos de este acontecimiento.

Eddison no niega la existencia del coronavirus, es consciente de la enfermedad, pero explica sus pocas medidas de prevención por la baja tasa de mortalidad del virus que deduce por lo que lee y ve en las noticias. En caso de que en algún momento dé positivo, dice, tomará las medidas que le recomienden.

A pesar de los pocos cuidados que tiene en su vida personal, en la laboral sí ha sido testigo de los cambios comportamentales que la pandemia ha provocado en espacios tradicionalmente concurridos. Por ejemplo, la reducción de aforo en los sistemas de transporte que durante varios meses no pudieron superar el 35 % de su capacidad y actualmente no deben estar por encima del 50 %; los buses deben mantener las ventanas abiertas y los pasajeros deben respetar una distancia mínima. El Metro, además, puso lavamanos en algunas de sus estaciones para el servicio de sus usuarios.

 

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Todos estos nuevos protocolos cambiarán la forma en la que los ciudadanos se relacionan con sus espacios. Jorge Molero, historiador de la ciencia y docente de la Universidad Autónoma de Barcelona, recuerda que a principios del siglo XX en España se prohibió escupir en el suelo debido a la tuberculosis. Entonces aparecieron en las estaciones del tranvía y en los mismos vagones escupideras para que las personas lo hicieran allí. También se incentivó el uso de los pañuelos como medio de cuidado personal.

Jorge Molero, historiador de la ciencia y docente de la Universidad Autónoma de Barcelona, recuerda que a principios del siglo XX en España se prohibió escupir en el suelo debido a la tuberculosis.

De esa época también es posible encontrar casas o estructuras antiguas con balcones muy pequeños “donde no cabe nada, a veces ni dos personas de pie”. La finalidad de esos balcones, cuenta Molero, era ventilar los interiores más que ser un espacio de ocio o de reunión.

En Colombia, durante la pandemia de la gripe española en 1918 fueron cerrados colegios, teatros y otros espacios públicos. Aunque en su momento la pandemia fue atendida principalmente con capital privado y religioso, visibilizó la necesidad de construir mejores carreteras para conectar algunas poblaciones con los hospitales.

Es difícil saber con seguridad si una vez termine la pandemia continuarán modificándose las condiciones y las regulaciones en los espacios públicos. Sin embargo, para el investigador Manrique hay algunas prácticas que deben modificarse de manera permanente. Por ejemplo, dice, “en los restaurantes los meseros deben seguir usando tapabocas: el hecho de que mientras te llevan la comida haya partículas de saliva de otra persona cayendo en tus alimentos no es muy higiénico. Eso lo ha evidenciado el coronavirus”, concluye.

¿Conservaremos los dos metros de distancia?

Si bien el panorama a futuro en relación con los espacios personales y sociales todavía es incierto, podemos darle un vistazo a los comportamientos del ser humano que cambiaron después superar otras pandemias. Eduardo Pinzón trae a la memoria la impresión que había en España luego de la peste negra que se llevó consigo un tercio de la población europea de entonces. Las calles estaban vacías, muchos habían perdido a más de un familiar. La soledad era arrasadora.

A pesar de la ansiedad y del miedo, la sociedad europea encontró formas de reunirse, igual que nosotros lo hacemos hoy: “En ese entonces se unían a flagelarse en las procesiones, hoy hacemos reuniones por Zoom o WhatsApp; la interacción social pasa por otros medios, y puede aumentar”, relata Pinzón.

Las relaciones de entonces se vieron tan afectadas que a la población judía, especialmente a los médicos que profesaban su religión, se le acusó de propagar la enfermedad, y como consecuencia hubo una ola de xenofobia que conllevó incluso a masacres. Aunque sin llegar a esos extremos, los comentarios desprevenidos que culpan a China por ser el lugar de origen del virus y los señalamientos a su población indican que persisten expresiones de desconfianza por el temor a contagiarse.

 

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Para Carlos Hernández Villanueva, sociólogo y profesor de la Universidad Tecnológica de Pereira, las relaciones con el otro pasarán a estar mediadas por los protocolos de bioseguridad que tiene cada persona para velar por la integridad de los seres cercanos y “perdurarán durante un tiempo futuro”. En ese sentido, la psicóloga Maristella Góngora considera que es necesario pensar en nuevas formas de expresar los sentimientos y estrechar los vínculos ya creados.

Es inevitable y necesario el contacto físico con el núcleo familiar y social, pues “estos vínculos son protectores para la salud mental y física”, lo oportuno, dice ella, será guardar distancia con aquellas personas de las que no estamos seguros de su autocuidado. En el proceso se colarán, primero como parte de un protocolo de seguridad y luego por cortesía, esas nuevas formas de expresar sentimientos de las que habla Góngora: saludos de codo, gestos y venias distantes. También fiestas por Zoom.

Lo cierto es que hay personas que nunca han temido a un abrazo con el otro y tampoco lo harán en un futuro. Mientras hay quienes escasamente se acercan a sus familiares más cercanos. Vivir los próximos años será un constante cálculo mental de las probabilidades de contagiarnos con un abrazo, una salida a comer o un día laboral.

Este contenido hace parte del especial Entreabierta: Colombia en pospandemia.

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