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event 26 Agosto 2022
schedule 30 min.
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Por:
Maria Camila López
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Una historia arrebatada del olvido

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En el 2001, paramilitares asesinaron al sindicalista Francisco Eladio Sierra. Pertenecía a Sintraofan y era presidente de la subdirectiva de Andes. No hubo justicia y a su familia solo le queda recuerdos.

Francisco Eladio Sierra

Cuando Beatriz Sierra llegó al hospital de Andes vio a su papá tendido en una camilla y tapado con una sábana blanca. En el lugar había policías, agentes judiciales y personas del pueblo. Le prohibieron tocar el cuerpo, pero el desespero sobrepasó la restricción. Levantó la sábana y lo vio tendido, frágil, con tres tiros en el estómago y dos en el rostro. Llora mientras recuerda el hecho que sucedió hace más de veinte años.

Era el 16 de diciembre del 2001 y Beatriz esperaba que cayera la tarde para llevar a Camila, su hija de un año, a las novenas de aguinaldo programadas por la Alcaldía Municipal de Andes. Pero una llamada, a eso de la 1:30 p.m., interrumpió la espera: —¿Usted es la hija de Francisco Eladio Sierra? preguntaron del otro lado del teléfono. —Vaya al hospital que a su papá le acaban de meter unos tiros, recuerda. Lo que más esperaba era que estuviera vivo. El mundo se desmoronó. El  papá lo era todo.

Credencial Francisco Eladio Sierra

A Hernan Sierra, el segundo de los tres hijos que tuvo Francisco Eladio, también le dieron la noticia por teléfono. Iba caminando hacia el parque principal cuando lo llamaron. La noche anterior había tomado  aguardiente con su papá y le había pedido que no se reuniera con los paramilitares. Esa reunión se llevaría a cabo al día siguiente con miembros del Bloque Suroeste y, supuestamente, la intención del grupo paramilitar era acordar con el sindicato rutas de trabajo para que ellos pudieran ejercer su actividad sindical sin molestar demasiado a la alcaldía. Francisco Eladio se negó a la petición porque “para él era importante seguir trabajando con el sindicato. Era muy cabeza dura, lo que se le metía así tenía que ser. Y era muy revolucionario, tenía un liderazgo muy fuerte”, dice Hernan.

Francisco Eladio tenía 46 años cuando lo asesinaron y durante más de veinte se había desempeñado como trabajador del municipio de Andes. Era de estatura baja, delgado, de cabello ondulado y, algo característico de su físico, eran las cicatrices que tenía en la cara debido a un acné poco cuidado. Sus hijos y amigos lo recuerdan como un hombre tranquilo, servicial e irreverente. La mayor parte del trabajo para el municipio lo ejerció como ebanista, después manejó algunas volquetas. Desde 1995 hacía parte del Sindicato de Trabajadores Oficiales y Empleados Públicos (Sintraofan), y durante ese tiempo ocupó en varias ocasiones el cargo de presidente. Para el año 2001 estaba en ese puesto.

Compañeros del sindicato Francisco Eladio Sierra

El tiempo en el que Francisco Eladio ejerció como sindicalista de Sintraofan coincidió con la consolidación y expansión del paramilitarismo en Antioquia, y con la persecución en contra del movimiento sindical. Entre 1984 y 2010, Antioquia concentró cerca del 47% del total de casos de asesinato de sindicalistas, de acuerdo con el texto Panorama del Sindicalismo en Colombia. En el caso de la región del Suroeste, donde hicieron presencia grupos como La Escopeta y El Bloque Suroeste, también hubo una oleada de exterminios en contra de los sindicatos. El Bloque Suroeste de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), comandadas por Carlos Castaño, ingresó a esa región aproximadamente entre mayo y junio de 1995 para hacer inteligencia, y en 1996 comenzó acciones militares que se extendieron hasta la fecha de su desmovilización, el 30 de enero del 2005, según informe sobre paramilitarismo de la Corporación Jurídica Libertad.

Esas acciones militares estuvieron dirigidas entre muchos otros al movimiento sindical del departamento y Sintraofan fue uno de sus objetivos. El Bloque Suroeste es el actor armado al que ese sindicato le atribuye las violencias en su contra en esa región.

mapa conflicto armado andes

Sintraofan hacía presencia en más de 45 municipios del departamento, y tenía alrededor de 1500 socios, pero entre 1995 y 2005, el asesinato de aproximadamente 35 de sus miembros, el desplazamiento de 1470 socios y la disolución de 14 subdirectivas, resquebrajaron casi por completo a la organización. Francisco Eladio Sierra fue una de las víctimas mortales del sindicato

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El día que a Francisco Eladio lo asesinaron, no desayunó. Mery Mesa, su compañera sentimental durante los últimos siete años de su vida, recuerda que demostró poca preocupación esa mañana. Sin embargo, no quiso desayunar porque salió de la casa con afán de llegar temprano a la reunión que se llevaría a cabo en el corregimiento Farallones del municipio de Ciudad Bolívar. “Él me decía que tenía que ir porque si no, venían a la casa por él y lo mataban delante de Luisa, la hija de los dos, y de mí”, recuerda mientras trata de contener el llanto. Ella todavía guarda las credenciales que Francisco Eladio le regaló cuando fueron novios, los documentos personales de él, la libreta en donde apuntaba cada reunión del sindicato y un cepillo de dientes. Durante veinte años se ha aferrado a esos objetos para no olvidar.

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La amenaza

De acuerdo con versiones de su familia y de sus compañeros del sindicato, era la segunda vez que se reunía con paramilitares. La primera, al parecer, se dio en enero del 2001. El día 27, Francisco Eladio, en calidad de presidente de la subdirectiva, envió una carta, escrita en clave, al Comité Ejecutivo de la Federación Nacional de Sindicatos de Trabajadores y Empleados Públicos (Fenasintrap). En ella avisó que miembros del sindicato asistirían al encuentro con gente del Bloque Suroeste. Se lee: “Atención Rangel Ramos. Los trabajadores asistiremos al partido irán 8 del equipo y 5 más como refuerzos, esperamos ganar y así llegar a conformar un buen equipo que pueda jugar en cualquier cancha o estadio” (sic). En esa oportunidad, según Humberto Marín, compañero de Francisco Eladio y a quien también amenazaron en varias oportunidades, esa reunión fue en la vía hacia el municipio de Concordia y ahí les exigieron que renunciaran al sindicato. Pero ellos se rehusaron a la orden.

El cargo de presidente ubicó a Francisco Eladio en el blanco de las amenazas. A su familia le tocó ver en algunas ocasiones cómo lo intimidaron los paramilitares. “Yo un día fui a abrir con él la oficina del sindicato que quedaba en el edificio Palacio del Ayuntamiento y cuando entramos había una hoja de block con un mensaje en rojo que decía que si no se salía del sindicato, tenía los días contados. Aunque el propósito era amedrentar al sindicato, la cara visible era él, el presidente.”, recuerda Beatriz Sierra, la hija mayor. Esa escena, según sus recuerdos, fue a mediados del 2000. 

Algo parecido le sucedió a Mery, cuando también estando con él en la oficina del sindicato, sonó el teléfono y ella contestó. Era la voz de un hombre. Francisco Eladio pasó al teléfono y Mery vio cómo se le fue empalideciendo la cara. La orden era la misma: abandonar el sindicato porque, según el grupo paramilitar, los sindicalistas estaban desangrando al municipio. 

Francisco Eladio había cazado ya algunas peleas con las administraciones municipales por irregularidades en contratos y situaciones que para él no eran justas. Por ejemplo, según Mery, la alcaldía prefería contratar a terceros para el manejo de las volquetas del municipio que poner a los trabajadores oficiales a conducirlas. Entonces “el municipio tenía volquetas varadas y mejor pagaba por aparte a otros que mandarlas a arreglar y darles trabajo a los sindicalistas”, dice. Francisco Eladio denunció esa situación.

Volqueta Francisco Eladio Sierra

La muerte

El 16 de diciembre del 2001 Francisco Eladio y la junta directiva de Sintraofan, por orden del Bloque Suroeste, se reunieron de nuevo con miembros de ese grupo paramilitar. El argumento de la citación fue más conciliador, a pesar de las amenazas que ya había hecho a la organización. Hernando Echeverry, representante legal del sindicato, asegura que días antes de ese encuentro, un miembro del sindicato le consultó si era prudente o no asistir: “el paramilitar que los citó les generó confianza porque les dijo que lo que querían las autodefensas era que el sindicato siguiera trabajando pero bajo unas condiciones específicas. Yo escuché unos audios de la conversación entre Eladio y el paramilitar, era como de un radio porque se escuchaba el pitido, y lo que yo creo es que él se confió. Yo les di la orientación de que no fueran”, dice.

Mery le insistió dos cosas: que desayunara y que no fuera a la reunión. La negativa fue rotunda para ambas peticiones. Entonces, resignada, le dio un beso y le dijo que se cuidara. Hacía diecinueve meses que había nacido Luisa, la última hija de Francisco Eladio y la única entre la unión de Mery y él. Se despidió de las dos y se fue. “Mientras caminaba hacia la puerta lo vi como lejos, lejos. Yo pensé que a Eladio le iba a pasar algo”. Mientras él terminaba de salir, ella corrió al balcón para verlo subirse al carro con algunos compañeros. Él sacó la mano por la ventana y la agitó como gesto de despedida. Ese es el último recuerdo que tiene Mery de él. No lo volvió a ver con vida.

 

Familia Francisco Eladio Sierra

 

Ese día tampoco quiso llevar al escolta que meses atrás le había otorgado el Ministerio del Interior junto con un carro blindado como esquema de seguridad. Hernán Sierra dice que “lo hizo para evitar alguna tensión. Además, él se confió porque como le dijeron que esa reunión era para llegar a algunos acuerdos para trabajar bien”. La comitiva salió en dos carros: en la camioneta blindada de Francisco Eladio y en un carro que la alcaldía prestó para que se desplazaran. A ese carro le apodaban el pollito por su color amarillo. 

Cuando llegaron a los Farallones, según Humberto Marín, salió a la carretera un paramilitar con un fusil, se identificó como alias Samuel. Con lista en mano, el paramilitar comenzó a llamarlos uno por uno. Preguntaron por José David Taborda, otro sindicalista con el que Francisco Eladio rotaba mayoritariamente la presidencia del sindicato. No estaba. De acuerdo con José Taborda, su hijo, él no asistió porque no se encontraba en el municipio. Humberto Marín dice que ellos le explicaron al paramilitar que ya Taborda no pertenecía a la junta directiva y que por eso no había asistido. La actitud del hombre armado fue de ofuscación.

 

Después de que terminó de llamar a lista, preguntó que quién sabía manejar carro. Sigifredo Bustamante, también sindicalista de Sintraofan, respondió que él sabía hacerlo. El hombre le ordenó que reversara el vehículo del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) y que lo llevara hasta donde él. Reparó el aparato e interrogó a los sindicalistas sobre el porqué tenían ese esquema de seguridad. Preguntó también si iban armados. Ellos respondieron que no. Entonces apartó a Francisco Eladio del grupo. A los demás los hizo alejarse aproximadamente 30 metros y desde ahí solo podían ver que Francisco Eladio y el paramilitar aparentemente sostenían una discusión. “Nosotros veíamos que Eladio le manoteaba a ese tal Samuel. En algún momento ese man dijo que él y José David eran unos guerrilleros, que estaban desangrando al municipio.”, dice Marín. 


Se escucharon unos tiros. Humberto Marín vio cómo Francisco Eladio se desplomó y cómo el paramilitar accionó el fusil de nuevo para disparar tres veces más. Después, los miró a todos y les gritó: “ya saben, si no quieren que les pase lo mismo, renuncien al sindicato. Mírenme bien para que vayan y les digan a todos quiénes somos nosotros”. Y dio la orden de que recogieran al sindicalista: “Recojan a ese hijueputa guerrillero de aquí”, recuerda Marín. Entre varios alzaron el cuerpo y lo metieron al pollito. El paramilitar se acercó al carro del DAS y de la gaveta sacó algunas pertenencias de Francisco Eladio, entre ellas una tripleta de Diomedez Díaz  —su cantante favorito — y un reloj que Mery le había regalado el día del padre de ese año. “El paramilitar devolvió algunos documentos pero se quedó con la tripleta y el reloj. Dijo que él ya no iba a necesitar nada de eso”, recuerda ella.

A través de la música, los familiares de Francisco Eladio también lo recuerdan. Estas son algunas canciones que él escuchaba.

El viaje se hizo largo y ninguno de los sindicalistas pronunció palabra hasta que llegaron al hospital de Andes. A medida que fue pasando el tiempo, el hospital comenzó a llenarse de gente. “Parecía una semana santa, a mi papá lo querían mucho”, dice Beatriz. Ella logró escabullirse de las restricciones para ver el cuerpo y le pidió a una familiar que trabajaba ahí que la dejara despedirse de él. Mientras relata la historia, señala con sus dedos en dónde le dieron los tiros a Francisco Eladio. Después se queda callada y llora. 

Ausencia - Beatriz Sierra - Podcast

“Mi papá siempre decía que uno tiene un día para morirse, pero yo nunca estuve de acuerdo con eso. A veces los violentos lo aceleran”, dice Hernán. Dolor, rencor y enfermedad fue lo que quedó después del asesinato de Francisco Eladio. Humberto Marín habla despacio y al parecer tiene miedo de recordar. El asesinato de su compañero y amigo le desencadenó una depresión que lo llevó a estar internado varias veces en centros psiquiátricos. 

A Mery, su psicóloga le ha recomendado que tire todas las pertenencias que guarda de Francisco Eladio y que la aferran a alguien que ya no está. “No es solo el hecho del asesinato, es todo lo que queda después de eso: la ausencia, la incertidumbre. Uno no sabe qué hacer después de un dolor tan grande. Veinte años después, yo todavía tomo pastillas para la depresión que me dio después de eso”, dice. Lo extraña igual que hace veinte años. 

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