La minería no calma la sed

Janis Ascanio Maestre | janis.ascanio@udea.edu.co 

Cristian Dávila Rojas | c.davila@udea.edu.co

Salomé Tangarife Rico | salome.tangarifer@udea.edu.co

Los ríos de Támesis suenan como el canto de los pájaros y son tan fríos como cristalinos. Mientras empresas multinacionales buscan minerales en las montañas por las que se derraman los afluentes, los habitantes del municipio defienden lo que consideran más valioso. Esta es la historia de la resistencia de los tamesinos por el agua.

La minería no calma la sed. Foto: Valeria Londoño Morales.

El río Frío a la altura de la vía principal que conecta con el casco urbano de Támesis. Aguas abajo desemboca en el río Cartama. Foto: Valeria Londoño Morales.

“No hay minería bien hecha”, dice Gonzalo Pérez con su voz grave y proyectada. Tiene 73 años, nació en Támesis, Antioquia, y vive en la vereda La Mesa. Ha dedicado gran parte de su vida a las causas sociales y al cuidado del agua. Además, es el presidente y representante legal del Acueducto Comunitario La Laguna y secretario de Acuatámesis, la asociación de acueductos comunitarios del municipio.

Gonzalo cuenta que en el Suroeste antioqueño se han “disputado” el agua durante casi dos décadas debido a proyectos megamineros como Quebradona, de AngloGold Ashanti, que pretende explotar las montañas de la vereda homónima amparado en una concesión de exploración minera vigente desde mayo de 2007 hasta 2037 y que comprende territorio de Jericó y Támesis.

Si bien no es el único título vigente en la Agencia Nacional de Minería para Támesis, sí es el más mencionado por los tamesinos. Esto porque, como lo explica el Observatorio de Conflictos Ambientales de la Universidad Nacional de Colombia en su análisis de caso “Minería de cobre en Quebradona, Antioquia”, el estudio de impacto ambiental que presentó la minera en 2019 no considera los impactos a largo plazo sobre los cuerpos hídricos, tanto de Jericó como de Támesis.

El agua para los tamesinos

Su nombre es agua y sus formas son tan incontables como las piedras de un río. Para los antiguos romanos significó el inicio de su civilización a orillas del río Tíber; para los griegos era Poseidón en el mar y las náyades en los ríos; para los huitoto, los arawak, los tikuna y otros pueblos indígenas amazónicos, en el río Amazonas se dio la génesis del mundo. En Támesis, el agua es razón para la resistencia. Así ha sido siempre, pero en los últimos 20 años la necesidad de protegerla y resistir no ha dejado de hacerse cada vez más importante debido a la posible llegada de la minería a gran escala.

Támesis es hogar de cinco ríos. El Conde nace en la parte alta del municipio, en el bosque pluvial en los límites con Caramanta y Valparaíso. El río Claro se deja ver con un salto desde la vía al corregimiento de San Pablo. Cerca de él se encuentra el río San Antonio, que cruza el municipio de occidente a oriente y abastece en su totalidad el acueducto del área urbana. El río Frío, por su parte, fue dividido para que cerca de la mitad de su cauce alimente una pequeña central hidroeléctrica. Todos llegan al río Cartama, que nace en la cordillera entre Jardín y Támesis y en su curso recibe las aguas de quebradas como El Derrumbe, La Negra y El Claro, lo cual lo convierte en el principal colector natural de toda la riqueza hídrica de la zona. Tras recorrer 17.5 kilómetros, el Cartama desemboca en el río Cauca con toda el agua que fluye por Támesis (ver mapa).

Los ríos de Támesis también se alimentan de las quebradas La Peinada, La Pradera, La Lora, Sonadora, El Tacón, La Arcadia, La Mica, El Silencio, La Virgen y La Guamo; algunos de sus recorridos son fugaces, pero sostienen cosechas, nutren a un pueblo y, sobre todo, son la motivación de una lucha por el agua como derecho, como herencia y como fuente de bienestar.

Fuentes: Agencia Nacional de Minería y Alcaldía de Támesis. Diseño: Valeria Londoño Morales.

Fuentes: Agencia Nacional de Minería y Alcaldía de Támesis. Diseño: Valeria Londoño Morales.

Al hablar con algunos habitantes del municipio es evidente su compromiso con la defensa de la fauna y la flora que habita sus valles y montañas, pues han visto en municipios como Buriticá que la megaminería destruye el suelo, desplaza la agricultura y hiere la vida misma. Por esto, cuando les hablan de minería, la desaprobación no tarda en hacerse sentir, desde el tendero y el mototaxista, hasta la señora con su puesto de comida callejero: “Aquí no queremos la minería”, dicen casi como si fuera un eco que recorre el pueblo.

Antonio Paz Cardona, editor para Colombia y Ecuador en Mongabay Latam, afirma en su reportaje “Ríos en riesgo: minería provoca cambios profundos en afluentes de todo el mundo”, publicado en 2023, que más del 80 % de los sitios en donde hay actividad minera están en las regiones tropicales de Sudamérica, Asia, África y Oceanía. El 90 % de esas actividades mineras corresponden a extracción de oro y afectan a 173 ríos, de los cuales el 80 % duplicó su carga de sedimentos al compararlos con los años anteriores a la minería.

Por su parte, Priscila Martínez explica en un informe para el Observatorio Económico Latinoamericano de 2021 que la minería usa agua en diferentes etapas, como buscar los minerales, extraerlos o explotarlos, separarlos y tratarlos para obtener el producto final. Mediante estos procesos se genera pérdida de agua por evaporación o porque se filtra en el suelo y a medida que disminuye la calidad de los minerales aumenta el consumo. Además, estas etapas requieren el uso de químicos como cianuro, arsénico, plomo y mercurio, elementos que terminan vertiéndose en los ríos y que son nocivos para la salud humana y para otras formas de vida. En Támesis no quieren exponerse a ninguno de estos riesgos.

Y han sido múltiples las formas de protegerse. Por ejemplo, desde el 2022 se celebra el Festival del Río Frío en la vereda del mismo nombre por iniciativa del movimiento Visión Suroeste y del Movimiento Independiente de Jóvenes del Suroeste (Mijos) para promover el cuidado del cauce del río frente a cualquier amenaza. En 2025 sería la cuarta versión, pero los organizadores decidieron no hacerlo debido a la seguridad en la región, afectada por la presencia del Clan del Golfo y sus enfrentamientos con el ejército desde mediados del año. Felipe Restrepo, integrante de Mijos, cuenta que frente a este panorama la fuerza pública aseguró no poder garantizar la seguridad del evento y por eso las organizaciones prefirieron no hacerlo.

En Río Frío hay otra preocupación. Allí queda la pequeña central hidroeléctrica (PCH) Támesis que preocupa principalmente a las comunidades de seis veredas: La Mesa, El Hacha, San Isidro, El Tabor, El Líbano y Pescadero. Aunque estos proyectos se presentan como de bajo impacto ambiental, según la investigación “Impactos ambientales, sociales y económicos de las pequeñas centrales hidroeléctricas en Antioquia”, de Iverson Osorio Londoño, magíster en Gerencia de Proyectos de la Universidad Eafit, las PCH en el departamento –como El Popal, en Cocorná y la de El Retiro– han causado afectaciones al paisaje, la muerte y el desplazamiento de la fauna terrestre por la construcción de vías, procesos de inestabilidad y erosión durante la construcción de la infraestructura, desplazamiento de comunidades y degradación del lecho de los ríos en los sitios de los proyectos.

Según la respuesta a un derecho de petición mediante el cual preguntamos por la calidad del agua a Empresas Públicas de Medellín (EPM), dueña de la PCH Támesis, el proyecto podría generar impactos negativos sobre el agua y el suelo, especialmente en caso de vertimientos directos de metales pesados al recurso hídrico sin controles adecuados. Sin embargo, EPM expresa que esto es poco probable: “El proceso es considerado limpio, se dispone de diversos mecanismos para prevenir este impacto, tales como diques de contención, mantenimientos periódicos, el Plan de Manejo Integral de Residuos, el Plan de Uso Eficiente y Ahorro del Agua (PUEAA), el Plan de Gestión para la Atención de Desastres, capacitaciones continuas y reportes permanentes a la autoridad ambiental”.  

Frente a las preocupaciones de los habitantes por la calidad y la disponibilidad del agua en los acueductos comunitarios, EPM afirma que su operación en la PCH no interfiere con el abastecimiento local, ya que la cantidad de agua que usa está regulada por Corantioquia, la autoridad ambiental encargada de otorgar la concesión: “El proceso de generación de energía no altera las propiedades del agua, las centrales cuentan con controles operativos y ambientales para prevenir impactos sobre el recurso. Además, se implementa un PUEAA asociado a la concesión”. Al respecto, Corantioquia dice que esta PCH aún no cuenta con este plan y aunque ya se radicó el requerimiento este no cuenta con actuación jurídica, lo que quiere decir que EPM todavía no está en la obligación de dar cumplimiento a la solicitud.

Donde el Estado no llega

Los tamesinos han forjado una asociatividad en torno al agua mediante los acueductos comunitarios. El secretario de Acuatámesis, Gonzalo Pérez, explica que son organizaciones que hicieron los campesinos para proveer de aguas sus residencias y para darles a perros, gallinas, caballos y vacas: “El agua en el campo no es solo para consumo humano. El agua en el campo cumple además otras funciones: para regar el jardín y algunos cultivos”. 

Blanca Zapata vive en la vereda El Líbano. Es ama de casa y, de vez en cuando, recoge café en una vereda cercana. También es la representante legal del acueducto de su vereda hace siete años. Su trabajo es arduo y el proceso para que el agua llegue a los 75 usuarios conectados hasta ahora no es sencillo: la captan de la quebrada La Carola, pasa por un primer filtro de piedra que limpian cada dos o tres días; después llega al segundo filtro, que redirige el agua a un tanque donde le agregan cloro por goteo para hacerla potable y que pueda llegar a las casas de la vereda. Para ella, proteger el agua es resistirse a la minería porque el agua crea comunidad: “Una comunidad sin agua, ¿qué hace? Nada. Toca poner resistencia”. 

De acuerdo con la Red Nacional de Acueductos Comunitarios, en Colombia existen más de 12.000 de estas organizaciones. Sin embargo, este número probablemente sea mayor, ya que muchos no están registrados por la Superintendencia de Servicios Públicos Domiciliarios.

El agua, que proviene de nacimientos, cascadas, ríos, quebradas y cuencas, aparece en la cotidianidad de cada casa, usualmente, desde un grifo. Según la Encuesta de Calidad de Vida y el informe sobre pobreza multidimensional del Dane, publicados en abril de 2025, el 17 % de los hogares colombianos (18.489.000) no tiene acceso a un acueducto y el 8.6 % (1.590.054) no accede a fuentes de agua mejorada, lo que quiere decir que carecen de agua protegida de contaminación externa, principalmente de materia fecal. De los 24 acueductos comunitarios de Támesis solo tres cuentan con proceso de potabilización; el de El Líbano es uno de ellos y tiene su índice de riesgo de calidad en cero, lo que significa que es totalmente potable.

Los acueductos comunitarios han llenado un vacío que el Estado no ha podido atender de manera eficiente y oportuna: las necesidades de acceso al agua de la población rural. La creación de estos acueductos también permite que, por medio del trabajo comunitario, se logre un manejo de los recursos beneficioso para todos los involucrados. De esta manera, las comunidades mantienen autonomía sobre el manejo y la distribución del agua, tanto para el consumo como para las actividades agrícolas, y sobre las tarifas del servicio, que oscilan entre 2000 y 40.000 pesos mensuales.

Gilberto Chaparro tiene 79 años y vive en la vereda La Alacena con su esposa. Cultiva plátano y café en la parcela que tiene junto a su casa y es el presidente del Acueducto Multiveredal La Alacena, El Hacha y El Tabor. Coincide con Blanca cuando dice que la labor en los acueductos comunitarios se debe a la pasión por el servicio social y el sentido de pertenencia, ya que ningún involucrado, a excepción del fontanero, recibe remuneración. Además, se enfrentan constantemente a la institucionalidad y la mercantilización, porque muchas personas y entidades públicas y privadas tienen intereses sobre el agua. Los privados buscan beneficios económicos mientras la población busca asegurarse el acceso constante al agua; y en medio de estos está el Estado con deficiencias en su mediación de las tensiones por el recurso hídrico.

“Para nosotros como acueductos comunitarios, al ponerlos en manos de las empresas dejan de ser comunitarios. Ya es una empresa la que llega a imponer el servicio, las tarifas, la forma de trabajar. Se perdería por completo el sentido social, el sentido humano del derecho fundamental al agua”, señala Gilberto.

Gilberto Chaparro (derecha) en un recorrido por la planta del Acueducto Multiveredal La Alacena, El Hacha y El Tabor. Foto: Valeria Londoño Morales.

Támesis versus Quebradona

Río Frío queda detrás de la neblina que se cierne sobre una montaña en el norte del municipio. Está a seis kilómetros del casco urbano que se recorren en casi 45 minutos en “motorratón”. Allí está la casa de Herman Vergara, quien nació en Támesis en 1953. A los 35 años se fue a trabajar al Nordeste de Antioquia, donde vivió aproximadamente 20 años y trabajó como docente de formación humanística y ambiental en el Sena. Durante ese tiempo pasó por Cisneros, Santo Domingo, San Roque, Vegachí y Yolombó, municipios de historia y vocación minera. 

“La resistencia que hay en Támesis alrededor del agua tiene que ver con los acueductos comunitarios que hay en el municipio. Otra forma es mediante las acciones en contra de la minera: marchas, manifestaciones y todo este tipo de actos que realiza la ciudadanía. Y hay otras muchas, como la parte académica, los espacios políticos locales, los concejos municipales, etc.”, cuenta Vergara. Añade que las personas han entendido la necesidad de proteger y apropiarse de las fuentes hídricas porque “uno de los elementos de los que entra la minera a apropiarse son las fuentes de agua: solicita el permiso a la corporación autónoma regional [Corantioquia en este caso], ella se lo concede y ahí empieza el lío con las comunidades”.

El proyecto minero Quebradona sigue siendo una amenaza para los habitantes de Támesis. Por eso, en las calles de este municipio es común escuchar voces de ciudadanos de a pie diciendo que la resistencia contra la megaminería no es algo que pueda desvanecerse en el tiempo, sino todo lo contrario: buscan fortalecer una cultura consciente del valor del agua, desde la preservación de los acueductos comunitarios y la concientización a las generaciones más jóvenes para el largo plazo. La lucha no solo se da para las personas que habitan hoy el municipio, sino especialmente para aquellas que aún no nacen. “Aquí hay agua por todas partes, afortunadamente. Los habitantes de Támesis queremos mucho el agua”, añade Gonzalo Pérez.    

Si el agua es vida, Támesis rebosa de ella. Se desborda entre sus montañas, baña los campos y calma la sed de humanos y animales por igual. Es por ella que resisten cuidando los ríos, enseñando a jóvenes y viejos sobre la riqueza que representa y defendiendo permanentemente que es más valiosa el agua para el futuro que el oro o el cobre para el presente.



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