41 es la cantidad de zorros perro que ingresaron al Centro de Atención y Valoración de Fauna Silvestre (CAV) entre enero del 2024 y agosto del 2025. 15 de ellos víctimas de atropellamiento y 8 casos por moquillo. Los zorros perros son una especie de cánido que habita el Área Metropolitana del Valle de Aburrá y que cada vez más sufre las consecuencias de la ciudad: enfermedades, accidentes y ataques.
Muchos lo confunden con un perro; más bien diría que parece un perro ”agatado”. En cuestión de tamaño, es muy grande para ser gato, pero tiene ojos felinos. Tiene un hocico como el de los perros, ligeramente puntiagudo. Su pelaje es grisáceo, como manchado, y entre sus diferentes capas de pelo parece que se asoma un color negro. En la capa más superficial de su melena es de color gris, y desde su cuello hasta su cola lo recorre una línea oscura. En fin, su pelaje no es homogéneo: tiene partes rojizas, unas más claras y otras más oscuras. Si lo viera pasar, así de reojo, rápidamente, diría que es un perro mestizo, más bien mediano, muy delgado y con pelaje corto. Un perro que no es un perro.
El Cerdocyon thous, el zorro cangrejero o zorro perro, habita nuestras tierras: el centro de Panamá, Colombia (exceptuando el sur), Venezuela y Brasil. Puede vivir en todos los pisos térmicos y casi en cualquier hábitat, incluyendo los del Valle de Aburrá. El zorro cumple un rol ecológico fundamental: actúa como dispersor de semillas, contribuyendo a la reforestación natural, y regula poblaciones de pequeños mamíferos como roedores, previniendo así desequilibrios en la cadena alimenticia y brotes de plagas. Sin embargo, habitar la ciudad viene con sus propios riesgos: caminos de cemento que cortan el verde del monte al que están acostumbrados; los roedores, su principal alimento, que vienen con un invitado inesperado, los rodenticidas; y sus nuevos vecinos, los animales domésticos, que parecen no querer compartir más que enfermedades para las que sus cuerpos no están preparados.
Atrapados entre ruedas
El pequeño zorro es arisco y astuto. Sabe que en la urbe puede obtener alimento fácilmente y decide adentrarse cada vez más en ella, aunque nunca han vivido alejados de la ciudad, dentro han visto una oportunidad. Tiene la capacidad de moverse por diferentes lugares y se adapta a sus condiciones. Hace más de una década que vive entre los habitantes del área metropolitana.
Juan Manuel Obando, ingeniero forestal que ha estudiado y rastreado el tema de animales y carreteras en el Valle de Aburrá, afirma que los primeros registros son de 2010, pero desde 2018, y con la pandemia en 2020, tuvieron un auge en la fauna local, pues aprovecharon la disminución de actividad humana y se acercaron al centro. Viven entre las laderas y los cerros tutelares; normalmente tienen sus madrigueras en zonas con más vegetación, en donde pueden tener un área segura y sin tanto movimiento humano, pero en las noches se mueven en busca de alimento. Su capacidad de desplazamiento es notable: un estudio de telemetría del Área Metropolitana con estos animales registró a un animal que recorrió 10 kilómetros en apenas unos días.
A partir de las 6 de la tarde salen de sus madrigueras, a unos pocos pasos están las grandes avenidas que caracterizan el desarrollo de una gran ciudad, y al intentar atravesarlas se encuentran con su primer gran riesgo: ser atropellados. Como el caso de una hembra que fue atropellada el 27 de agosto de 2025 mientras intentaba cruzar una vía en Barbosa y que tuvo que ser sometida a una cirugía ortopédica después del impacto con el vehículo prófugo.
Lejos de ser un incidente aislado, esta zorra representa lo que le sucede a muchos de estos ejemplares que viven en el Valle. En lo que va del 2025, el CAV ha recibido 22 zorros cangrejeros, de los cuales 7 sufrieron atropellamientos, y solo dos sobrevivieron. Los 15 restantes fallecieron por causas desconocidas que describen como “hallazgos en vía pública de los cuales no se tiene certeza exacta”.
Los dos zorros que permanecen en el recinto del CAV albergan una frágil esperanza. Dentro de él, se recuperan de sus heridas y esperan por su objetivo: volver a la libertad. Uno de ellos es la hembra que llegó de Barbosa con el cuerpo marcado por el asfalto: su historia comenzó con la llamada de auxilio de los bomberos, que activó el protocolo de rescate del Centro. Tras su traslado, la radiografía reveló una fractura en el húmero derecho y una inflamación en el ojo, lesiones directas causadas por la velocidad del vehículo que la atropelló.
La zorra llegó pesando 4,9 kg, sin moverse, “postrada” en la camilla en donde la examinaron. Después del diagnóstico, el 2 de septiembre a las 9 a.m, en el CAV le realizaron una cirugía ortopédica en la que le implantaron una placa y tornillos para fijar el hueso. La zorra despertó y, todavía adormilada por la anestesia, solo vio un grupo de personas vestidas de color verde y azul, muchas luces y su pata llena de una tela roja que la cubría por completo, una venda que la acompañará un mes y evitará que se lastime la cirugía recién hecha.
Alejandro Vásquez Campuzano, subdirector ambiental del Área Metropolitana del Valle de Aburrá, afirma que la zorra se encuentra en “estado estable y su recuperación tomará un promedio de cinco meses”. Y durante este tiempo, deberá permanecer en reposo, bajo controles periódicos y sesiones de fisioterapia para recuperar su movilidad y bienestar. Asimismo, dice que se planea el uso de presa viva para fomentar la actividad de caza con algunas presas ocasionales y otros recursos alimenticios que encontraría normalmente en su hábitat.
Para los zorros cangrejeros, las carreteras representan una paradoja mortal: son a la vez fuente de alimento y una de sus mayores amenazas. La necesidad los obliga a arriesgarse; salen a buscar carroña o residuos, y tarde o temprano deben cruzar las avenidas para continuar con su vida. Biólogos como Carlos Delgado, especialista en ecología de carreteras,
reconocen que estos animales han desarrollado «mucha habilidad» para cruzar vías. Pero su destreza choca contra la realidad de la velocidad a la que transitan muchos vehículos, especialmente en zonas periurbanas y rurales, siendo esta muy por encima de los límites legales, lo que convierte cada cruce en una ruleta rusa. La exposición es constante, y la trampa, potencialmente letal.
Las soluciones parecen estar claras: más pasos de fauna y disminuir la velocidad. Sin embargo, en una ciudad como Medellín, y en sí en el Valle de Aburrá, donde muchas de sus carreteras se construyeron sin un debido estudio del impacto hacia la fauna silvestre, se vuelve difícil adaptarlas muchos años después de su construcción.
Sergio Solari, investigador y profesor de la UdeA, que ha estudiado cómo se distribuyen diferentes especies locales, propone la creación de más corredores biológicos, “más zonas por donde los animales se puedan desplazar dentro de la ciudad” sin necesidad de cruzar carreteras. Aunque él mismo admite que sería la solución ideal, también sabe que la creación de puentes por encima, con vegetación, así como se ve en algunos países de Europa, es complejo realizarlo acá. Para él lo más viable es adaptar lo que ya está, como las alcantarillas, pues “los animales normalmente las utilizan” y bien adaptadas pueden ser una ayuda para evitar más víctimas en las vías. Carlos Delgado tiene una opinión similar: “Si sabemos que se están moviendo por las quebradas o por las canalizaciones, pues hagamos de estos entornos una posibilidad para que estas especies se conecten”.
En Medellín hay unos 16 pasos de fauna, la mayoría de estos ubicados en El Poblado. Entre diciembre del 2024 y marzo del 2025 se instalaron 3 pasos. Uno de ellos en el Parque Lineal La Frontera, en El Poblado; el segundo, en el Parque Arví y el último fue el 29 de marzo en La Milagrosa.
Estos tres pasos de fauna hacen parte de un proyecto de cumplimiento de la Ordenanza departamental 38 del 2022, en donde se establecen estrategias y acciones de prevención y mitigación para evitar el atropellamiento u otros impactos ambientales negativos a la fauna silvestre en Antioquia.
Los tres pasos miden de 13 a 15 metros, son puentes de cuerda, que cuelgan en zonas altas de un árbol a otro. Entre las cuerdas hay pequeños peldaños de madera. Vacío, peldaño, vacío, peldaño y por ahí se supone que pasan los animales. Según La Secretaría de Medio Ambiente “La selección de sitios se basó en criterios como conectividad arbórea, presencia de cableado, flujo vehicular y registros de atropellamientos”.
La inversión en los dos primeros pasos de fauna, ubicados en El Poblado y Arví, superó los 38 millones de pesos. Una cifra que, contrastada con el presupuesto de 113.381 millones asignado para 2025 a la Secretaría de Ambiente y Sostenibilidad, resulta casi simbólica. Pese a lo reducido del monto, los primeros meses tras su instalación dejaron un registro concreto: se evidenció un uso activo por especies arborícolas, las ardillas (Sciurus granatensis). A pesar de este «éxito» inicial, la realidad se deja ver en las estadísticas de atropellamiento: de las siete especies más afectadas en la ciudad —el zorro perro, la zarigüeya, la iguana, la ardilla, la mirla, la guacharaca y el canario costeño— solo una (la ardilla) fue observada usando los pasos. El plan continúa con la construcción de trece pasos pendientes: dos están previstos para este año, y los once restantes se han programado para el periodo 2026-2027, como parte del cierre de la actual administración.
Delgado explica que “después de los corredores, la medida que más disminuye el atropellamiento está en las manos de todos: disminuir la velocidad, cumplir y prestar atención a las señalizaciones de cruce de fauna”. A Medellín la habitan 90 especies de mamíferos; uno de esos es el zorro perro, que, incluso antes de que la ciudad se convirtiera en una gran urbe, de que las avenidas atravesaran el valle y los grandes edificios llegaran al cielo, ya habitaba estos lares. El desarrollo de la ciudad nos ha hecho olvidar y apartar a los primeros habitantes de lo que hoy es la ciudad, sin tener en cuenta que también es su hogar.
Y, desde las estrategias gubernamentales, Juan Manuel Obando, ingeniero forestal, quien ha estudiado y monitoreado los animales en las carreteras, dice que se deberían agregar reductores de velocidad y cámaras de velocidad en zonas que se han identificado como peligrosas o con alto índice de atropellamientos, para que así tanto el conductor del carro como el zorro perro tenga tiempo de reaccionar y evitar accidentes. “Antes que cualquier medida para cualquier animal, para cualquier especie, más allá de pensar en pasos de fauna, en reductores de velocidad, en señalización vial, etc., tenemos que asegurar que los animales encuentren hábitats disponibles, áreas donde alimentarse, refugiarse y tener sus crías. Si no, los pasos de fauna o las medidas terminarán siendo un asunto decorativo”, concluye.
“Tener en cuenta que el territorio lo habitan diferentes especies, y que esto conlleva una responsabilidad. Nos enorgullecemos de la diversidad que tenemos, pero no basta con eso; tenemos una responsabilidad muy grande. Debemos aprender a saber que los entornos urbanos también son biodiversos, que hay especies que están buscando entrar y que van a hacer su casa aquí o están retomando esta zona que era su casa anteriormente. Debemos aprender a convivir con ellos”, afirma Delgado.
El alimento mortal
Mientras la zorra de Barbosa descansa en su encierro, recuperándose de las heridas del asfalto, sus congéneres en libertad enfrentan una amenaza más sigilosa y letal: el veneno en su comida. Los zorros cangrejeros, históricamente habitantes de las zonas aledañas, se aventuran ahora con mayor audacia hacia el centro de la ciudad. Su expansión responde a una razón principal: el fácil acceso a alimentos. «Si están aumentando las ratas y los residuos aquí, el zorro siente el llamado y va llegando», explica Carlos Delgado, pues para él, el zorro es un oportunista que está aprovechando activamente este nuevo ecosistema urbano.
Este acercamiento, sin embargo, conlleva sus riesgos. La misma astucia que le permite cazar roedores lo expone a una amenaza invisible: los rodenticidas. «Los registros más recientes de zorros muertos que yo he conocido en el Valle de Aburrá son de envenenamiento, por rodenticidas, por veneno para ratas», advierte Delgado. Así, la transición del monte a la urbe se convierte en una trampa donde el alimento y el veneno son dos caras de la misma moneda.
El veneno los acecha de dos formas: de manera directa o a través de sus presas intoxicadas. Ambas vías devastan su pequeño cuerpo, que difícilmente supera los 60 centímetros de longitud. En esencia, envenenamos su comida y contaminamos su territorio, una doble condena para la especie. Frente a esta realidad, la advertencia de Carlos Delgado es clara: “No usar venenos ni químicos a menos que sea la última opción, y menos en las quebradas, por donde pasan los zorros y la mayor cantidad de especies. No podemos seguir envenenando el hábitat y el alimento de esta especie”.
Y aquí vuelve su primer mal: se intoxican o se envenenan, sus cuerpos se vuelven débiles, merodean por las carreteras y la astucia que tanto los caracteriza los abandona. Intentan cruzar el asfalto y se vuelve a repetir el ciclo: un carro a toda velocidad choca su frágil cuerpo.
El mal vecino
Si la zorra de Barbosa supera los riesgos del tráfico y el veneno, aún le espera el peligro de un mal vecino: la fauna doméstica. Es un zorro perro, que no ladra ni aúlla; no es ni un zorro ni un perro, es la única especie del Cerdocyon, un género pariente de los lobos y los chacales. Si lo comparamos con un perro, tiene el tamaño de un beagle, pero mucho más delgado, así que su encuentro con perros ferales se vuelve un enfrentamiento. Un perro feral es un perro doméstico que vive en vida silvestre; forman manadas y cazan en la ruralidad.
En las zonas más rurales están los perros que se la pasan vagando por los pueblos, y estos son los más peligrosos; muchos de estos no tienen vacunas y atacan a la fauna silvestre que se encuentra en los alrededores, andan en manadas y les ganan en tamaño y en cantidad. Un perro de tamaño promedio puede fácilmente acabar con la vida de un zorro perro, y si vienen en manada no hay oportunidad de salvación, ya que el zorro es una especie solitaria, que se mueve en pequeños grupos, normalmente hembra, macho y crías.
Los perros domésticos representan una amenaza invisible para los zorros, incluso sin mediar un ataque directo. Aunque las mascotas suelen estar vacunadas y sus enfermedades controladas, el contacto con heces, saliva o mordeduras puede transmitirles patologías para las que el sistema inmunológico de los zorros cangrejeros no está preparado. Entre los males más comunes y letales se encuentran el parvovirus y el moquillo. «Es difícil que un zorro pueda salir ileso luego de contraer enfermedades transmitidas por perros no vacunados. El desenlace de la historia es la muerte del zorro, casi siempre», advierte el ingeniero forestal.
Esta problemática señala una falta de tenencia responsable. «Definitivamente nos falta mucha responsabilidad con las mascotas», reflexiona Delgado. «Vemos muchos gatos y perros vagando libremente, a veces con un ‘hogar’, pero básicamente desatendidos. Si estamos eligiendo vivir en entornos más silvestres, no podemos simplemente soltar al perro para que haga lo que quiera, porque ya estamos viendo las consecuencias: no solo los ataques físicos, sino la propagación de enfermedades de las que, por ejemplo, ya hay registros de zorros contagiados con moquillo».
De lo que quedó de un rastro humano
En el Parque de la Conservación, entre primates y aves, está el pequeño hábitat construido para tres ejemplares que habitan el lugar. El pequeño lugar, de unos 5 metros por 10, tiene dos casitas, simulando una madriguera con paja y madera, algunas rampas para que se ejerciten, arbolitos y una que otra piedra. Aquí viven dos de ellos; al otro lado de una pared de madera vive el otro, que por convivencia y territorialidad debe vivir separado.El más longevo tiene casi 10 años y llegó desde el Tolima; los otros dos tienen 4 años. Todos han sido víctimas de tráfico o tenencia ilegal y rescatados por autoridades ambientales. Pues algunas personas en zonas rurales los encuentran cuando son cachorros, los confunden con perros, los crían como uno, y después, cuando ya están grandes, se dan cuenta de que no lo son y los entregan a la autoridad ambiental, y estos zorros dejan de ser aptos para la vida silvestre por su crianza junto a humanos.
De fondo se escuchan los pajaritos y un señor con el megáfono vendiendo aguacates; los dos zorros que se pueden ver no salen de las madrigueras. Aunque fueron adiestrados y perdieron muchas habilidades silvestres, siguen siendo noctámbulos y duermen durante la mayor parte del día. El olor es fuerte, similar a los orines de gato, y se siente hasta a través del vidrio que separa a los visitantes de los habitantes. Unas veces duermen y otras veces juegan con canastas de huevos, donde les ponen su comida para que no pierdan sus habilidades de caza o, por lo menos, no les sea tan fácil acceder al alimento.
El destino de la zorra del CAV puede ser el mismo que el de estos 3 ejemplares, si después de los 5 meses de su recuperación no es apta para la vida silvestre. Aunque ese sea su objetivo principal, existe la posibilidad de que pierda sus habilidades de caza y se acostumbre a los cuidados del humano. Si sucede esto, la zorra tiene dos caminos: vivir en un conservatorio como el de Medellín o, por el contrario, si no le encuentran un lugar, la “eutanasia humanitaria”, que se realiza cuando la calidad de vida del animal está comprometida irreversiblemente.
“El proceso de ingreso de un nuevo animal al parque puede extenderse por más de un año. Todo comienza cuando las autoridades ambientales otorgan la autorización correspondiente. Después, se realiza un comité de bienestar para evaluar si el individuo puede ser recibido o no. Una vez aprobado, el animal es trasladado e ingresa inmediatamente a un período de cuarentena. Posteriormente, se diseña y acondiciona el hábitat donde vivirá el resto de sus días, adaptándolo no solo para su bienestar, sino también para que eventualmente pueda ser visto por el público. Después de este proceso, el animal se empieza a adaptar, se le hace un condicionamiento para que sean más sencillos los chequeos veterinarios y, finalmente, se establece una rutina para continuar así su vida en el parque”, explica Cindy Quintero, auxiliar de apropiación social del conocimiento del Parque.
Unas veces duermen y otras juegan con canastas de huevos, donde les ponen su comida para que no pierdan sus habilidades de caza o por lo menos no les sea tan fácil acceder al alimento. No dejan de ser esquivos y casi siempre salen cuando ven que no hay humanos alrededor, toman agua, comen y otra vez a dormir.
Desde el 2020, con su transformación de Zoológico a Parque de la Conservación, este se convirtió en un refugio para fauna silvestre nativa, un lugar donde los cuidan, les hacen chequeos y se les intenta brindar una buena calidad de vida, además de enseñar sobre vida silvestre mediante los ejemplares que viven allí. También brindan programas educativos para la comunidad, talleres y exposiciones, en donde se intenta concientizar sobre la importancia de estas especies. Como una actividad que se hizo con unas máscaras de zorro, en donde se explicaba la importancia de reducir la velocidad y de la tenencia responsable de mascotas.
La libertad
Hace 4 años sucedió un caso similar al de Barbosa. Un macho adulto fue atropellado cerca del cerro El Volador, lo rescataron y, después de 3 meses de recuperación de múltiples fracturas, fue apto para ser liberado, pues finalmente recuperó completamente la movilidad de la pata, la habilidad para desplazarse y todas sus heridas sanaron correctamente.
La liberación se dio en la Reserva Natural La Romera de Sabaneta, una zona que cuenta con más de 243 hectáreas de bosques protegidos y que le ofreció todos los servicios ecosistémicos para habitar. “En este sitio, los animales encuentran bosques conservados con suficiente alimento, fuentes de agua, refugio y otros animales de su misma especie con los que podrán reproducirse y convivir”, explica Juliana Romero, técnica de la Secretaría de Medio Ambiente de Sabaneta.
El resultado de este caso es lo que se espera con la zorra de Barbosa: que se recupere y pueda volver a la vida silvestre. “Una vez recuperada de su tratamiento y habiendo hecho un seguimiento sobre el nivel de locomoción del animal, se planea trasladarla a un recinto más grande para que pueda ejercitarse y recuperar la movilidad”, informa Andrés Alberto Gómez Higuita, subdirector ambiental del Área Metropolitana. Si su recuperación es total, la zorra de Barbosa habrá esquivado la triple condena de la ciudad: las ruedas, el veneno y el contagio. Después, una vez completado su proceso, se liberaría en una zona preferiblemente boscosa, con un buen nivel de vegetación y conectividad, para que así continúe con su vida y siga siendo una buena dispersora de semillas, controladora de especies como los roedores, y viva hasta donde la naturaleza se lo permita, sin ser víctima de llantas, venenos o perros. Solo vivir en el Valle, el cual siempre ha sido su hogar.
El informe se elaboró con base en entrevistas y una solicitud de información al CAV sobre atropellamientos, avistamientos y tráfico de fauna silvestre en el Valle de Aburrá (2024-2025). Aunque la entidad entregó datos sobre incidencias, animales liberados, en cautiverio y eutanasias, se encontraron inconsistencias frente a otros comunicados. Tras consultarlo, el CAVR confirmó una cifra definitiva usada en el artículo (22 zorros ingresados en el 2025). No obstante, quedaron sin respuesta datos como las causas de muerte de zorros no atropellados y los casos de envenenamiento y tráfico.