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event 17 Septiembre 2024
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Juan José Tobón Gallo
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Luis Tejada, un vago creativo: a cien años de su muerte

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El 17 de septiembre se conmemora el centenario de la muerte de Luis Tejada. ¿Quién fue, cuál es su importancia y por qué pareciera que su imagen ha caído en el olvido? Este es un breve acercamiento a la vida y obra de quien otrora fuese considerado el mejor cronista de Colombia.

luistejadaelespectador

Imagen: El Espectador

En 1917 El Espectador cumplía treinta años. El periódico de tendencia liberal había sobrevivido a la censura de las dictaduras de Núñez y Reyes. Casi desde su nacimiento, la Iglesia Católica prohibió su lectura por considerarle “mala prensa” que “atentaba a la fe y las buenas costumbres”. No obstante, para ese año el diario ya contaba con dos ediciones: una en Medellín desde su fundación (duraría hasta 1923), otra en Bogotá desde 1915 (todavía opera). En Medellín aún dirigía su fundador Fidel Cano, en compañía de su hijo Gabriel. En Bogotá eran Luis Cano y Luis Eduardo Nieto Caballero quienes mandaban. En medio de los temblores que ese año interrumpieron la casi parroquial tranquilidad capitalina, en el despacho de Luis Cano se presentaba un joven errático, meditabundo y soñador a ofrecer sus servicios en el diario. Como su fundador, ese joven también era de Antioquia y compartía su apellido; pues por línea materna el abuelo era primo de don Fidel. Para 1922 ese joven ya era considerado el mejor cronista de Colombia y gozaba de cierto reconocimiento intelectual; tanto así que se le acuñó el mote de El pequeño filósofo. No sobrará decir que su nombre completo era Luis Carlos Tejada Cano, pero solía firmar solamente como Luis Tejada.

Su vida empezó el 7 de febrero de 1898, en Barbosa. En el país se vivía la Regeneración; primera etapa de La Hegemonía Conservadora que se prolongaría por varias décadas (hasta 1930). Fruto de esta etapa, en 1886 se había promulgado una Constitución Política que declaraba el catolicismo como religión oficial de la Nación. Clero y Gobierno eran sinónimos de poder. Además, la función de educar al pueblo había pasado a manos de la Iglesia. Dicen, y no sería extraño, que cuando nació Tejada los niños aprendían a leer y a escribir con el Credo y la Catequesis. Un año después se daría comienzo a una cruenta guerra civil que duraría tres años: La Guerra de los Mil Días.

Fue el primero de once hijos que concibió el hogar de Isabel Cano Márquez y Benjamín Tejada Córdoba, ambos educadores de convicción liberal. Su padre afirmaba ser pariente del General José María, estuvo inmiscuido en política apoyando activamente al general Rafael Uribe Uribe y participó en la publicación de periódicos liberales. La madre pertenecía a un linaje de librepensadores que había comenzado con su padre Rodolfo Cano (el primo de don Fidel), quien además había sido director de la Escuela Normal de Institutores de Antioquia, y le enseñó a leer al pequeño Luis. Aparte de Isabel, don Rodolfo tuvo dos hijas más: Carmen Luisa y, dato relevante, la líder social y obrera María Cano. En palabras de Gilberto Loaiza Cano, autor de Luis Tejada y la lucha por una nueva cultura (1898-1924), tal vez la biografía más exhaustiva que se ha elaborado sobre el cronista, en el entorno familiar en que creció Tejada se prefería tener más cultura que plata.  

Un poco antes de trasladarse sus padres a Pereira para aportar en la educación de una ciudad hasta entonces incipiente, Luis Tejada ingresó a la Escuela Normal de Institutores de Antioquia; la tradición de la familia debía seguir. Fue un estudiante destacado que sin embargo fue expulsado, antes de graduarse, por leer libros prohibidos para la Iglesia (Ferviente lector de Rodó, dicen que además leía a Nietzsche y gustaba de escribirle versos a la luna). En una carta enviada a sus padres en mayo de 1916, Tejada desafiaba al decir que prefería cuestionar y no reproducir valores con los que no comulgaba: “A mí me gusta más atacar y destruir que medrar a la sombra de un edificio manco y carcomido…” se leía. Ese mismo año llegó a Pereira. Allí publicaría sus primeros escritos.

El martillo y El glóbulo rojo tuvieron la ventura de publicar sus primeras, aunque todavía rudimentarias crónicas. El primero era un periódico liberal doctrinario; el segundo un periódico estudiantil. Su estancia en Pereira fue corta, pero de alguna manera permitió un despertar creativo en el joven escritor. La ciudad, que aún no era muy moderna, le permitía deambular, leer, conjeturar, reflexionar, contemplar, en síntesis: vagabundear en el entorno y en su espíritu. No era un tipo productivo (en términos de negocio), y nunca le interesó serlo. De esa etapa destacan las crónicas breves: San Antonio y yo, Las muchachas bonitas y el suicidio, ¿El amor es ciego?, La historia lamentable de Simón, entre otras. En julio de 1917, posiblemente por desacuerdos con sus padres, partió hacia Bogotá.

Cuenta Loaiza Cano en su libro que durante la semana en que Tejada se presentó en el despacho de Luis Cano en El Espectador, recibiría “la primera y tal vez definitiva” lección de periodismo. Al hacerlo, cita unas declaraciones del propio Tejada en una entrevista a la revista Cromos de marzo de 1924 titulada “Luis Tejada y su libro” entrevista con el Curioso Impertinente.  Para resumir, resulta que el joven tenía en mente presentar un relato sobre su bisabuela, a lo que el director del diario respondió: “¡Eso no es de actualidad!” Entonces Tejada tuvo que volver a la calle a buscar tema, y como era época de temblores en la capital, se enteró de una peregrinación a Monserrate para implorar que cesaran. La crónica se tituló Las noticias alarmantes y fue publicada el 17 de septiembre de 1917. En ella se busca disipar el temor que la prensa conservadora infundía a través de los sismos. A Luis Cano no le desagradó y lo siguió contratando. En Bogotá, El pequeño filósofo empezaría a apropiarse del oficio.

De sus primeras crónicas durante ese año, le siguieron muchas, un torrente quizás; tanto así que le permitieron publicar dos libros: Libro de crónicas (1924) y Gotas de tinta (1977) (compendio de notas suyas publicadas por El Espectador en una sección del mismo nombre). Sin embargo, sostiene el biógrafo, que en esa primera etapa Tejada ya delataba una intención ética, y estética, además de ilustradora, en su oficio. Trabajando en Bogotá, se haría amigo del caricaturista antioqueño Ricardo Rendón quien también apenas llegaba al diario. En esa época era común que los periodistas principiantes cumplieran con reportajes anónimos. En 1918 a ambos se les designó cubrir secretamente el juicio a los asesinos de Rafael Uribe Uribe, también llamado juicio Galarza-Carvajal. Fue cuando el caso dejó de acaparar la atención de toda la opinión pública que Tejada se animó a publicar El monstruo, con sus conclusiones del proceso. Pese a haber cubierto esta noticia de amplia importancia nacional, el interés estético y narrativo del cronista parecía estar más enfocado hacia lo cotidiano y poco noticioso, pero no por ello menos actual. No se cansaría de gastar suela recorriendo hasta los recovecos más ocultos de Bogotá; se convertiría en una suerte de flaneur profesional y ese mismo año publicaría su crónica breve La Ciudad.

A través de su obra y su oficio, ha sido común definir a Tejada como un renovador (fue uno de los precursores del modernismo de Rubén Darío en Colombia); como también fueron renovadores varios de los de su generación Los Nuevos (Ricardo Rendón, Luis Vidales, León De Greiff, etc). A pesar de periodística, el grueso de su obra fue literaria; a pesar de literaria, el grueso de su obra fue periodística. Tal vez sin proponérselo, se supo mover entre la aparente frontera que delimita ambos lenguajes. 

En el texto crítico Estancias con Luis Tejada. Cuando un cronista puede ser un poeta publicado por el Magazin Cultural de El Espectador el 24 de enero de 1988, el poeta Juan Manuel Roca señala que la lectura de la obra de Tejada le enseñó que un cronista también podía ser un poeta, un filósofo, inclusive un profeta. El texto, además sostiene la tesis de Tejada como un renovador, no sólo de lo estético y literario, al indicar que la aparición de su figura en el panorama oscuro de la literatura colombiana fue como “el fulgor de un rayo que corta la espesa nata neblinosa de un país que vivía una siesta política y cultural, una suerte de hibernación del espíritu”. Tesis más o menos igual es defendida por Loaiza Cano en su obra. En el libro hay un capítulo entero titulado Crítica de la cultura en el que se expone que Tejada, ante todo, fue un crítico cultural; entendida la palabra cultura en su más amplio sentido. 

Polemista, opinador tenaz, fue además crítico de artes como la literatura y el teatro, propulsor del primer núcleo comunista en Colombia, defensor de la necesidad de una renovación en la política nacional, creyente fiel del nacimiento de un nuevo mito emancipatorio para la humanidad y un cambio abrupto a la moralidad dominante de la época. Sin embargo, el nombre de Luis Tejada parece no ser muy grato para quienes cada tanto diseñan compendios de antioqueños ilustres; quizás por su temprano deceso (a los 26 años), porque nunca ocultó su apoyo a la Revolución de Octubre (es conocida su crónica Oración para que no muera Lenin), porque no dejó mayor fortuna, o porque en su momento cuestionó el valor espiritual del trabajo (cimiento base del mito fundacional paisa). En esta medida, podríamos decir que Tejada, además de renovador, también fue un transgresor; un transgresor de cánones: estéticos, literarios, políticos, sociales, culturales, pero en esencia un transgresor.

“Hay que esperar en que al fin llegará al mundo una saludable cordura. Todos nos convenceremos de que lo más espiritual, lo más hermoso y noble será luchar apenas lo estrictamente necesario para llevar una existencia modesta y sobria. Entonces nos aficionaremos un poco al delicado placer de no hacer nada y nos convenceremos de que, en realidad, no se debe perder el tiempo trabajando tanto” decía en su relato El trabajo, publicado en octubre de 1920.

Cabe la pregunta de cómo alguien que se definía marxista y quién además era soñador de una revolución proletaria global, a la vez fuera un defensor acérrimo del ocio. Misma paradoja plantea Juan Manuel Roca. Para responder hay que tener en cuenta que estamos ante un ser humano y, Tejada, como todo ser humano, estuvo lleno de contradicciones y de opiniones que cambiaron con los años. Sin embargo, Roca desarrolla una explicación que no resulta ser por completo una contradicción en el cronista.

En ella, el poeta antioqueño se pregunta: Cómo hizo Tejada para lograr ennoblecer las cosas más triviales, haciéndolas grandes en su sencillez, como punto de partida para intentar descifrar sus procesos creativos. A lo que, a través de su lectura, sugiere que quizás el gran aliado en la observancia del cronista, para lograr ver lo que otros no ven con tal detalle y así enarbolar su obra, fue precisamente el ocio. Pero no un ocio patronal, relacionado con una jerarquía inherente a una economía de mercado, sino el ocio creativo, concepto que se fundamenta en algo llamado “El derecho a la pereza” de Paul Lafargue, el cual sostiene que el socialismo debería ser una búsqueda colectiva de ese ocio que para Tejada era mucho más espiritual que el trabajo. 

Y es que sin duda allí reside la grandeza de su obra. El volver universal lo cotidiano y poético lo elemental. El saber “torcerle el cuello a la vana elocuencia” como dice Roca cuando explica que la literatura es un asunto de “cisnes cuellirotos”, que va más allá de solamente agrupar palabras rimbombantes, y en el que Tejada supo maniobrar muy bien. También en haber acercado lo periodístico a lo poético, y el entender ambos como todo aquello que pasa en el mundo y a lo que debemos ser sensibles. En el ser consciente de que una zanahoria y una rosa puede gozar del mismo valor estético dependiendo de cómo se mire, tal como diría en Lo poético y lo prosaico: “Los poetas están adquiriendo un concepto más general y más uniforme del universo; no han dejado, sin duda, de ser sensibles al valor poético de la rosa, pero principian a ser sensibles al valor poético de la zanahoria; han comprendido, al fin, que todo en el mundo es algo poético, inclusive el dinero”

El 17 de septiembre de 1994, en Girardot, Cundinamarca, como consecuencia de padecer sífilis y tuberculosis, Luis Tejada falleció. No dejaría de ser joven, y tampoco dejaría fortuna diferente a una prosa que nunca escatimó en esa insolencia vigorosa, necesaria y fina, y propia de la edad. Hoy, cuando se leen algunas de sus crónicas centenarias como La mal vestida, La cola, El humo, entre otras mencionadas, pareciera que surgen a partir de reflexiones que bien pudieron darse apenas ayer. En una época como la actual, de cansancio crónico y días hiper productivos que se repiten indiferentes y dispersos, leer alguito suyo es parar a respirar, encontrar una isla en medio del mar efervescente de la inmediatez, reflexionar, acaso soltar una carcajada y luego sorprenderse con lo simple y lo maravilloso, que no es otra cosa distinta a eso que nos ocurre mientras estamos en el mundo.

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