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event 30 Marzo 2023
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Luchar con la vida por la vida: Comunidad de Paz de San José de Apartadó

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Cuando los docentes de Producción y Géneros Periodísticos II e Investigación Periodística II anunciaron que iríamos a la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, la realidad pareció hecha de sueños. Semestres atrás, una profesora nos contó de esta población de campesinos que sobrevivieron a masacres y desplazamientos en Apartadó, y construyeron una comunidad soberana cortando sus lazos con el gobierno local y nacional. Tuvimos la oportunidad de palpar esa resistencia y conocer otro mundo de prácticas económicas alternativas del sistema hegemónico. 

Empezamos a vivenciar su memoria al frente del portón que los protege. Nos adentramos en aquel caserío entre las montañas de la hostigada tierra urabeña. 

 

 

Comunidad de paz 25 años

Fotografía por: Karina Muñoz

Una serranía codiciada 

En la subregión de Urabá, hay un constante asedio por el control territorial debido a su ubicación geográfica: la puerta al mar y a Panamá. Allí confluyen las culturas paisas, chocoanas y costeñas. En la zona central de esta región se encuentran Turbo y Apartadó, de extensivas plataneras y calores estancados. La economía de estos dos pueblos fue desarrollada principalmente por comunidades campesinas desplazadas que llegaron a mediados del siglo pasado a cultivar maíz, banano y cacao. Apartadó pronto se convirtió en el emporio de la riqueza bananera, y con su bonanza el territorio se pobló, pero el crecimiento demográfico no incluyó inversión gubernamental para vigilar la urbanización, sanidad o la construcción de escuelas y hospitales. Esto hizo que sus habitantes se apoyaran en la resistencia popular, apoyados en los sindicatos, las ligas campesinas y las juntas de acción comunal para la organización territorial. Estas acciones de liderazgo desencadenaron un conflicto entre los trabajadores bananeros y los hacendados, que dejó como resultado el asesinato de muchos obreros. Según la red cultural del Banco de la República, entre 1988 y 1995 los homicidios en la región bananera fueron cuatro veces más que en el resto de Urabá. 

Apartadó ha sido una de las zonas más golpeadas por el paramilitarismo en Colombia: atestiguó el exterminio político de la Unión Patriótica en los noventa y tres de sus alcaldes fueron acribillados. El 16 de agosto de 1996, en plena terminal, asesinaron a Bartolomé Castaño, concejal por la UP e ideador de la Comunidad de Paz.  

Los enfrentamientos venían desde la década del 70 cuando llegó el Frente 5 de las Farc a tomar control de la serranía Abibe, en donde se encuentra el corregimiento de San José de Apartadó. En ese entonces el Ejército nacional inició operativos, retuvo campesinos y los acusó de auxiliar a la guerrilla. La comunidad empezó a padecer robos, agresiones, desplazamientos forzados, asesinatos indiscriminados y masacres. Varios de estos hechos fueron documentados por el padre Javier Giraldo en su página web javiergiraldo.org.

En medio de estos ataques se fundó la Comunidad de Paz. Campesinos que se resistieron al desplazamiento y solicitaron ayuda de la Iglesia Católica y de organismos de derechos humanos. La Diócesis de Apartadó y la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz respondieron el llamado sugiriendo la creación de zonas neutrales como mecanismos comunitarios de defensa. 

Empezamos a conocer este principio de protección colectiva cuando le preguntamos a Bladimir Arteaga, o Blacho, qué significaba la bandera multicolor que ondeaba sobre las casas. “Es la bandera internacional de la paz”, respondió. Blacho ha crecido toda su vida en la Comunidad y se ha interesado por la música. Desde los 12 años trova la historia de su territorio. Él nos contó que tan pronto se declaró neutralidad, Aníbal Jiménez escribió el himno. Ahora, él carga su legado musical. Blacho tiene un canal de YouTube, Bla2 Arteaga, y allí se encuentra el himno:

Gloria al sendero de paz, que abrió la luz brillante de la neutralidad. Vamos todos apoyados, el uno con el otro, rescatando los valores de la civilidad. Vamos todos adelante, con cariño y mucho amor, con los suyos y los nuestros, y toda la humanidad. 

La noche del miércoles 8 de febrero nos despedimos en el quiosco, en donde se suelen reunir, y lo escuchamos por primera vez cantado por todos. No pudimos evitar lagrimear de alegría escuchando la pujanza campesina. Conocimos su mayor fuerza: la unidad. Este es, precisamente, uno de los valores que les ha permitido construir paz. 

Luchar con la vida por la vida

Brígida González es una de las lideresas reconocidas de la Comunidad de Paz de San José. Allí sigue tejiendo bolsos, pintando la historia y atendiendo con sus conocimientos en medicina natural. Ella recuerda que la visión que tenían de la zona neutral por mínimo dos años se opacó con la cara del mismo Estado: “El 23 de marzo de 1997 se dio la declaración pública de la comunidad. Ese día de la firma todavía creíamos que, a través de la Iglesia Católica, la Cruz Roja Internacional, la ONU y otras organizaciones, íbamos a tener una lucecita para seguir trabajando en el campo, pero resulta que a los ocho días entraron los militares y dijeron ‘Necesitamos este territorio desocupado, nosotros venimos haciendo la advertencia y detrás vienen los mochacabezas’”. 

 

Brigida comunidad de paz

Fotografía: Ana Karina Muñoz

El 24 de marzo de 1998, en conmemoración de la fundación, se produjo el primer retorno a las veredas. No tuvo garantías, pero fue masivo. El Padre Javier Giraldo registró seis muertos en este intento de retorno. Los ataques continuaron: en 1999, en un intento de retorno a la vereda Mulatos, fue asesinado Aníbal Jiménez, maestro musical de Blacho; el 8 de julio del 2000 fueron asesinados en la vereda La Unión, en presencia del pueblo y a manos de paramilitares encapuchados, Pedro Zapata, Humberto Sepúlveda, Elodino Rivera, Diafonor Correa y Jaime Guzmán; en agosto de 2001, en la misma vereda, fue asesinado Alexánder Guzmán. 

El 21 de febrero de 2005, en las veredas Mulatos y La Resbalosa, el bloque paramilitar Héroes de Tolová perpetró dos masacres con el apoyo de la brigada 17 del Ejército. Asesinaron a Luis Eduardo Correa, su esposa Bellanira Areiza y su hijo de 11 años. También a Alfonso Bolívar, su esposa Sandra Muñoz y dos hijos de 5 y 2 años. Después de estos hechos, el entonces presidente Álvaro Uribe Vélez acusó a los miembros de la Comunidad de guerrilleros, por lo que en 2013 la Corte Constitucional ordenó al Estado ofrecerles disculpas por los “funcionarios públicos que mancillaron el buen nombre y la honra de la comunidad”.  

En marzo de 2005, San José de Apartadó fue militarizado. Esta acción hizo que la comunidad rompiera relación con el Estado y se desplazara a los predios de la finca “La Holandita”, ubicada a un kilómetro del casco urbano del corregimiento: “El 21 de febrero decidimos no vivir con ningún actor armado, y Álvaro Uribe se empeñó en decir que, si no aceptamos fuerza pública dentro del caserío, no podíamos existir. Entonces dijimos que las casas, los edificios, no son la comunidad, sino cada uno de nosotros. Ahí fue donde el primero de abril de 2005 nos desplazamos aquí”, relata Brígida. Esta finca era propiedad de la Cooperativa Balsamar y fue abandonada tras el asesinato y desplazamiento de sus miembros. En los papeles, se hereda este predio a toda organización que trabaje por los derechos humanos. 

La Comunidad de Paz fundó allí San Josecito de la Dignidad, el lugar que conocimos tras ese portón, Sin embargo, estos terrenos siguen en disputa. El miércoles 8 de febrero, varios miembros asistieron a una audiencia en Apartadó: “Ninguna garantía en el acceso efectivo de la administración de justicia para la formalización de nuestra tierra. Juez Segundo Civil del Circuito de Apartadó de nuevo aplazó audiencia #JuezAplazaOtraVezAudiencia”, publicaron en Facebook ese día

Memoria viva

La memoria también se cultiva día a día: “Acordémonos, hermanos, de los muertos que hemos puesto y brindémosle homenaje con cariño y mucho amor. Vamos todos campesinos para ir fortaleciendo la Comunidad de Paz”, dice el himno. 

La bandera multicolor que dice Pace (paz en italiano) está colgada sobre el Centro de Memoria. Esta es una cúpula en la que llevan a cabo ceremonias como las de Semana Santa. Tiene vitrales que realzan sus valores, como diversidad, dignidad, memoria y resistencia. En sus interiores hay cuadros pintados con rostros de 50 personas que han sido asesinadas, y entre ellos, placas con los más de 300 nombres de todas las víctimas.

Brígida nos abrió este espacio, dentro preguntó qué sentíamos allí. Ella siente sus presencias, nosotras el respeto hacia ellas.

 Aunque en la Comunidad haya personas valientes y nobles, son los niños quienes logran cautivar más, por su libertad para hacer lo que sienten, su conocimiento del territorio y su curiosidad. El primer día estábamos fuera del Centro de Memoria contemplando los muros pintados con su historia que hay alrededor, algunas niñas se acercaron a contarnos que ellas también lo pintaron. Luego nos relataron que han sentido por momentos a Luis Eduardo o a otras personas que viven en la memoria, dentro de esos muros. Brígida nos contó que alguna vez unos niños vieron a varias personas vestidas de blanco rodeándolos. Los niños se asustaron y corrieron, pero Brígida lo expresa con afecto. 

Mural comunidad de paz

Fotografía por: Ana Karina Muñoz

Entre el Centro de Memoria y los muros pintados, hay osarios en los que están algunas de las personas ya mencionadas, y otros más vacíos esperando a sus próximos moradores, que la Jurisdicción Especial para la Paz no ha identificado. En medio de estos osarios, está el sepulcro de Eduar Lancheros, con varias plaquetas con sus palabras o agradecimientos. En el quiosco también hay un pendón de él. En sus palabras se lee que entregó su vida a la construcción de Paz en esa comunidad.  

Eduar Lancheros fue un filósofo que hizo parte de los jóvenes “De Hache”, un proyecto pedagógico de la Comisión de Justicia y Paz. En 1997, cuando estaban internados en zonas de conflicto, Eduar llegó desde el norte del Chocó a la Comunidad de Paz y decidió quedarse. Apoyó metodológicamente, amplió las apuestas de dignificación e identificación histórica. En esta época, empezaron a conceptualizar sus formas de vivir, resolviendo violencias a las que se veían sometidos. Una de estas, la falta de educación.

Autodeterminación es autonomía 

Martha Vásquez, profesora de la Comunidad, nos contó que pidieron profesores a la Secretaría de Educación de Apartadó, pero solo los enviaban a San José de Apartadó. Además, dijo que la Brigada 17 del Ejército obligaba a los profesores a comprometerse con ser informantes, entonces los maestros dejaron de ir a las veredas. Por esto la comunidad diseñó su plan de estudios. Está dividido en cuatro grupos: prelectores, básica, media y técnica; visto desde afuera, prelectores sería preescolar y primero, y básica sería segundo y tercero.

“Se decidió que los niños y niñas iban a tener una educación propia con jóvenes de la misma comunidad. Como una frase muy bonita que decía Eduar Lancheros: “Convertir el dolor en esperanza”. Lo que hicimos fue sacar algo positivo en respuesta a esa negatividad que nos estaban dando. Los primeros jóvenes empezaron enseñando a leer, sumar y restar, lo más básico de la educación tradicional. A partir de ahí empezamos a mirar qué queríamos, ¿educar los niños para que salierana a competir afuera, o educar los niños para que amaran el territorio y amaran el proceso de la comunidad y se quedaran? Ahí fue donde empezamos a buscar lo alternativo de la educción, que aprendieran desde la realidad, de lo que hay dentro y fuera del entorno”. Tienen cuatro materias: naturaleza, lectoescritura, técnicas y memoria y comunidad, siendo esta última la más mencionada, pues no solo enseñan la historia del país y de la Comunidad, sino que hacen actividades colectivamente como construir, sembrar, pintar o tejer. 

En 2003, por ejemplo, los paramilitares organizaban bloqueos en carretera para evitar que se llevara comida a la Comunidad. Nadie podía ir a comprar sal o aceite porque los obligaban a desecharlo, o se los llevaban a la comisaría; entonces la comunidad empezó a ir en grupos de 50 personas. Reconocieron la importancia del trabajo comunitario y ahora todo lo hacen así: toman decisiones, construyen casas, trabajan la tierra, etc. Estos grupos de trabajo son coordinados por comités, que a su vez coordina el Consejo Interno, ocho personas elegidas democráticamente cada dos años. Este Consejo es el encargado de la gobernanza, desde administrar el fondo interno hasta realizar visitas periódicas a las fincas que conforman la Comunidad de Paz. Actualmente, la Comunidad está en ocho veredas de San José de Apartadó y en cuatro veredas de Tierralta (Córdoba): doce núcleos, de los que San Josecito de la Dignidad es el más fuerte. Así nos explicaba Arley Tuberquia, miembro del Consejo Interno: “Lo que compone a la Comunidad son las personas, no los lugares.  Son todas las personas que hacen parte y están establecidas, en San José de Apartadó, o en Córdoba, o en otra parte”. 

Y mencionó a dos familias en otra parte de Colombia, que conforman el decimotercer núcleo. Arley, como todos los demás, sabe que lo que han construido ha sido por autodeterminación: “Aquí nos convertimos en ingenieros, en arquitectos, en maestros, nos hemos convertido en todo. Esta baldosa se colocó aquí sin saber, el quiosco, la forma como se hizo resultó de la creatividad”. En este momento, por ejemplo, están trabajando en la construcción de su Centro Cultural; falta terminar el piso, pero el techo ya está montado. Para ellos, los niños son el futuro, pero también el presente. Por esto los incluyen en el trabajo comunitario e inculcan a través de su oralidad toda la sabiduría del campo. Los jueves son de trabajo comunitario: se organizan en grupos para dedicarse a los sembrados de cacao, caña o maíz, o al mantenimiento de las fincas o a la construcción de casas. Los niños también trabajan en la huerta comunitaria “Gilma Graciano”, que dirige Brígida. Allí tienen desde hortalizas y árboles frutales, hasta plantas medicinales y gramíneas.  

Seguridad y soberanía alimentaria

Es de conocimiento general que los campesinos viven en precariedad y abandono estatal, y que, por esto, hay una fuga del campo a la ciudad. Esto significa hambrunas, teniendo en cuenta el crecimiento demográfico y que, según el Ministerio de Agricultura, el campo colombiano alimenta a más del 70% de Colombia. Es decir, estos sistemas alternativos que manejan los previenen de sufrir la actual inseguridad alimentaria.

Chalán, o Carlos Fabián Cartagena, tiene 53 años, ha sido campesino toda su vida y vive hace 25 años en la Comunidad. Él nos invitó a tomar agua de coco de una palmera en su casa. Mientras bebíamos nos contó que llegó ahí por Germán Graciano, actual representante legal. Que desde que tenía 14 años ya se defendía en el monte, porque trabajó con su papá desde niño. Después empezó a jornalear en fincas. Nos contó que en 2005 se encontró un grupo de paramilitares en el corregimiento que lo llamaron: “Yo les dije que no tenía compromiso con nadie, entonces me insultaron más feo, de guerrillero y me preguntaron que por qué no tenía documentos. ‘No tengo documentos porque mi papá no me sacó los papeles’, les dije así. Me dijeron que yo no sabía con quién estaba tratando, que ellos eran los propios mochacabezas de Córdoba. Yo les dije: ‘Yo no soy guerrillero. Cuando usted me encuentre un arma, ahí sí me puede matar cuando quiera. Yo simplemente soy un campesino, no me comprometo con nadie’, y ya me largaron.”. Estos ataques los han padecido muchos otros miembros de la Comunidad, y muchos otros campesinos. Por esto, buscan dignificar su identidad campesina. En la canción Las labores de mi tierra de su álbum Pintando la realidad, Blacho canta: Ya me voy en mi caballo, a mi tierra voy a trabajar. Cuatro horas tengo de camino, cuatro horas para reflexionar. Lo primero que hago en la finca, por dónde voy a empezar.  Luego narra los quehaceres de su finca, nombrando la gran variedad de frutos de sus tierras. Cuando le preguntamos a Blacho cómo empezaron a cultivar arroz, nos contó que lo empezaron a hacer porque comían mucho. Esta capacidad creativa en su labor campesina es efecto de su autonomía. 

utensilios

Fotografía: Ana Karina Muñoz

Aunque en la Comunidad producen alimentos, también compran otra parte de ellos, como las verduras que en ese clima no se producen. María Delfa Jiménez, dueña de la única tienda de San Josecito, dice que se compra lo que no producen: implementos de aseo, aceite, arroz (cuando no hay trillado), y pollo, que ella misma cría. Para surtir su tienda su hija hace las compras en Apartadó y las lleva a la vereda. Dice que su mejor clientela son los niños que van por mecato o a chupar bolis.

Por medio de colaboradores, venden otras cosas como el cacao o el álbum de Blacho, o las artesanías de Brígida. Con ese dinero compran alimentos o ropa, o pagan las cuentas de la luz, que suele ser de menos de 20 mil pesos al mes por familia. Uno de sus aliados es Palomas por la Paz, ONG italiana que hace presencia permanente en el territorio, y quienes les dieron la bandera de Pace a la Comunidad.

En esta misma construcción de autosuficiencia y memoria campesina, en 2004 fundaron la Universidad Campesina, no como un lugar, sino como un momento de compartir conocimientos, plantas y semillas entre diferentes comunidades. Blacho cuenta que esa primera vez fue en la vereda Arenas Altas, y fue un mes donde se reunieron en torno a la creación de estrategias de trabajo para el mejoramiento de los territorios. Siguen siendo encuentros, de tres días a una semana, en los que intercambian saberes y aprendizajes colectivos sobre salud, la soberanía alimentaria, la tierra y el territorio. 

La Comunidad demuestra que la resistencia es un asunto del día a día, de lo cotidiano a lo general. Que implica compromiso, ingenio e, indispensablemente, unidad creada con diálogo y memoria. Con estas armas de paz, dignifican su vida pintando su propia realidad y hacen posible su mundo soberano. Blacho sintetiza esta resiliencia en su canción Aún seguimos caminando:  

Hoy nos masacran y nos invaden, todas barbaries están realizando. Pero este pueblo por sus derechos, con valentía sigue avanzando. 

 

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