Termina la faena: ¿Manizales está lista para el último “olé”?

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10 diciembre, 2024
Por: Jannín Cortés Martínez | jannin.cortes@udea.edu.co

A partir del 2027 en la plaza de toros de Manizales ya no habrá espectáculos taurinos debido a la ley que prohíbe las corridas y que se sancionó el pasado 22 de julio. La Monumental, como se le conoce, tendrá que convertirse en un lugar para la cultura, el deporte y el arte, mientras los oficios que se desarrollan en torno a la tauromaquia quedarán en manos de una reconversión incierta.

La Monumental, plaza de toros de Manizales. Foto: Jannín Cortés.
La Monumental, plaza de toros de Manizales. Foto: Jannín Cortés.

Entre el silencio, la tranquilidad y las miradas cruzadas del toro de lidia y Esteban Duque, su criador, transcurre una mañana nublada de julio de 2024. El animal de más de 400 kilos está calmado, parece mirar a lo lejos a quien lo alimenta todos los días. No son seres extraños el uno para el otro, pero tampoco confiables. Solo en la distancia se atreven a observarse. 

Esteban y su familia trabajan en tierras de la ganadería Ernesto Gutiérrez, uno de los criaderos de toros de lidia más reconocidos y antiguos del país. Ahora, con la Ley No Más Olé, que prohíbe las corridas de toros en todo el territorio nacional, queda en incertidumbre lo que pasará con las actividades económicas asociadas. La ley prohíbe el desarrollo de corridas de toros, rejoneo, novilladas, becerradas y tientas, encierros, sueltas de vaquillas y todas las actividades y los procedimientos relacionados con la tradición taurina. Sin corridas, se acaba la crianza de toros de lidia pues, según Esteban, el dinero invertido en estos animales solo se justifica para las plazas y no para el consumo habitual de carne.


No Más Olé

La Ley No Más Olé fue aprobada por el Congreso el 28 de mayo del 2024. Después de año y medio de debates, aplazamientos, demandas y tutelas fue sancionada como ley de la república el 22 de julio por el presidente Gustavo Petro para continuar con el reconocimiento de los derechos de los animales y el respeto hacia todas las formas de vida, según la página de la senadora Esmeralda Hernández. 

“Fue un proceso muy complejo porque presentó una oposición importante por parte de sectores muy poderosos que influyen en la toma de decisiones en el Congreso y que utilizaron una cantidad de maniobras dilatorias”, le dijo a De la Urbe la senadora Hernández, autora de esta ley junto con Jorge Ignacio Zorro Sánchez, exviceministro de las Artes y la Economía Cultural y Creativa.

Transcurridos tres años de aprobada la ley, las corridas ya no tendrán lugar. El futuro de los toros de lidia es incierto, lo mismo que la reconversión económica de los escenarios y empleos relacionados con la tradición taurina. Entre estos últimos, están los empleos directos que generan las plazas de toros entre administrativos, toreros, ganaderos y criadores; logísticos, de quienes organizan las arrierías, los conciertos y los desfiles que acompañan las ferias; y los indirectos, como los vendedores informales que se benefician con la venta de ponchos, sombreros, botas, comida, entre otros. 

En una entrevista para El Tiempo, el alcalde de la ciudad Jorge Rojas aseguró que son entre 700 y 4000 los empleos afectados. Por su parte, las plazas tendrán que convertirse a partir de un año en escenarios destinados a actividades culturales, lúdicas, deportivas y artísticas que, según la senadora, generarán más empleo y dinamizarán el lugar, pues no solo se usarán en una época del año, como suele hacerse en la fiesta brava.

Manizales se perfiló como una ciudad taurina desde 1951, según reseñó Lucas Marín Aponte, licenciado en Ciencias Sociales, en La Patria. Ese año se inauguró La Monumental con su primera temporada taurina. Esta actividad tomó tanta fuerza que, en enero de 1955, hizo parte de la programación de la recién creada Feria de Manizales. 

Tanto los toros como la Feria se volvieron parte de la identidad caldense, como lo retrató en 1956 Guillermo González en el pasodoble “Feria de Manizales”, reconocido por todos los manizaleños como el himno no oficial de la ciudad.

La ganadería Ernesto Gutiérrez surgió de una división de la ganadería Dosgutiérrez en 1969, cuando fue repartida entre los hermanos Hernán y Ernesto Gutiérrez Arango. Hoy es el hogar de más de nueve familias. Foto: Jannín Cortés.
La ganadería Ernesto Gutiérrez surgió de una división de la ganadería Dosgutiérrez en 1969, cuando fue repartida entre los hermanos Hernán y Ernesto Gutiérrez Arango. Hoy es el hogar de más de nueve familias. Foto: Jannín Cortés.

Entre el pasto y el asfalto

Desde 1954, la ganadería Ernesto Gutiérrez, fundada por él, ha sido un pilar en la historia de la tauromaquia en Colombia. Esteban Duque es un joven de 17 años que ha pasado toda su vida en la hacienda La Esperanza, hogar de esta ganadería, ubicada en el frío paisaje montañoso del páramo de Letras y cerca del Parque Nacional Natural Los Nevados. Tres generaciones de su familia –su abuelo, su padre y sus tíos y ahora él– han vivido y subsistido en estas tierras, cohabitando con los toros de lidia.

A diario los cuidanderos y los trabajadores de la hacienda se levantan a alimentar a todos los animales –caballos, vacas lecheras, perros, gallinas, toros de lidia– y a mantener en buen estado lo que la naturaleza suele tomarse. Este lugar cuenta con todos los espacios para la crianza de animales, parcelas divididas para cada toro indultado y para los que pueden estar en manada; hay un sitio para las vacas y otro destinado para los caballos, hay uno para las vacunas y otro para lidiar los toros, y están también las viviendas de las más de nueve familias que viven allí.

En la ganadería Ernesto Gutiérrez se cruzan, nacen, se alimentan y crecen los toros de lidia que durante más de cinco años se pasean por estos montes mientras obtienen la edad y el peso ideal para ser lidiados: mínimo 420 kilos. La raza que crían es el murú de santacoloma, que se caracteriza por ser mediana, de color negro profundo y cuernos cortos. Estos rasgos diferenciales se deben a la ubicación y el clima de las tierras que habitan. Además, según Esteban, estos toros también se caracterizan por su nobleza.

Los toros se alimentan del potrero, el concentrado y la caña de azúcar, la cual viene desde una panelera que también les pertenece a los Gutiérrez. A lo lejos se ve descansando una manada de toros, casi como puntos negros tirados en el pasto que solo abandonan cuando les tocan las vacunas o son llevados a la plaza. De resto, viven en el silencio del páramo y pisando la hierba con las almohadillas de sus grandes pezuñas.

A menos de un kilómetro de la entrada a Manizales, por la avenida Centenario y en el barrio La Castellana, se encuentra La Monumental. Las paredes blancas, los ladrillos en las paredes y las escalinatas, los cuatro balcones, los tres faroles en cada entrada de las cuatro naves y su gran puerta roja de madera han visto pasar toros durante 74 años. En cada corrida la plaza se llena, las más de 15.000 personas que asisten sin falta se sientan a la espera del inicio de algo que consideran un ritual. Suenan los himnos, primero el de Colombia y después el de Manizales, el público orgulloso canta al unísono. Justo después de que finaliza el canto, la plaza entera grita “¡Olé!” y así se da inicio a una nueva faena. 

"El orgullo que tenemos por la ciudad se escucha en el olé".

“El orgullo que tenemos por la ciudad se escucha en el olé”, afirma Mariana Duque, una joven manizaleña apasionada por la tauromaquia. La corrida comienza con el paseíllo, las presentaciones del torero, el toro, la banderilla, además del brindis y el recibimiento de la bestia que entra a la plaza. El animal toca el cemento arenoso, sale de toriles con la bandera de la ganadería y comienza la lidia. El capoteo, los picadores junto con los caballos, el tercio de varas, el de banderillas y el tercio de la muerte en donde una estocada acaba con la vida del toro. 

Mariana vive esta tradición como espectadora. Para ella, todo comienza con la preparación: los rituales, la presentación y la manera en que se asiste al evento. Mariana destaca la elegancia del torero, admira sus movimientos y la forma en que guía al toro con destreza. “No voy a ver cómo matan al toro, sino a presenciar la lucha, el enfrentamiento entre el torero y el toro”, explica. Para ella, el toro es el verdadero protagonista, un símbolo de admiración y respeto en la arena.

Estudiantes de la escuela de toreros Tauro Escuela Cormanizales. Foto: Jannín Cortés.
Estudiantes de la escuela de toreros Tauro Escuela Cormanizales. Foto: Jannín Cortés.

“Es una forma de vida”

En la plaza no solo se grita olé. Cada sábado desde las ocho de la mañana se escuchan risas, niños corriendo y jóvenes practicando. Entre el campo circular de arena hay máquinas que simulan los movimientos del toro y niños que juegan a ser toreros. La Tauroescuela de Cormanizales da clases para mantener la tradición. 

Nelson Pineda es el profesor de más de 35 alumnos de la ciudad y sus alrededores. Además, es banderillero profesional, tiene 44 años y lleva casi 30 en el mundo de los toros, al que se introdujo desde muy pequeño por su familia: “lo descubrí como una forma de vivir, porque ser torero no es una profesión, es una forma de vida”, comenta y agrega “lo único que sé hacer es coger un capote, derribar un toro y tener una pedagogía que no aprendí en ninguna universidad, no me siento capacitado para hacer otra cosa. Esa va a ser la afectación para mí y para mis compañeros, que somos más de 80 banderilleros, picadores y matadores de toros”.

A la escuela le interesa, más que hacer toreros, hacer personas con principios, según cuenta Nelson. El menor de los alumnos tiene cuatro años y va con su capote y muleta que le triplican el tamaño, se para con firmeza y torea a ese toro falso manejado por uno de sus compañeros. Descubrió su afición por un video de YouTube y lleva un año en la escuela. El mayor de los alumnos tiene 25 años, es torero profesional y ya ha toreado en la plaza La Monumental. 

Es para personas como Nelson o Esteban que está pensada la reconversión de la que habla la Ley No Más Olé. Para la senadora Hernández no se trata solo de un asunto económico, sino también de una transformación cultural alrededor de la prohibición. Por eso, ella cree que esta es una oportunidad para innovar: “Es un reto, un desafío, para convertir la Feria en un escenario que reivindique lo que realmente nos representa como colombianos”. Por ejemplo, considera que podrían tomar más protagonismo las actividades alrededor de las artesanías, la gastronomía y las distintas expresiones culturales que pueden tener un nuevo espacio en estos escenarios emergentes.

Para la senadora, las ciudades y los lugares en los que se practica la tauromaquia también ganan dignidad después de esta prohibición. 

“Uno no puede mantener una feria, una fiesta, una celebración basada en el sufrimiento, en la tortura de un ser vivo simplemente por cuestión de entretenimiento”.

En la hacienda, Esteban y su familia tienen que levantarse y alimentar a los toros tres veces al día durante los 365 días del año, sin importar si es domingo, festivo o si llueve. “Aquí la prioridad son los toros y cuidar de los animales, asegurándonos de que estén en silencio y tranquilos”, enfatiza. No hay días de descanso. 

“El trabajo con los toros es constante, no se detiene, y nosotros tampoco podemos detenernos, porque sus necesidades no cesan”, reflexiona Esteban. Todavía espera que de alguna manera la ley se caiga. De hecho, la Corte Constitucional ya ha recibido demandas para que la tumbe.

En caso de que la ley siga en pie, Esteban cree que los toros terminarán en el matadero y la hacienda la llenarán de vacas de ordeño, que no generan las mismas ganancias y que tienen distintas dinámicas con la ecología del lugar. Mientras tanto, cada mañana, tarde y noche, en el frío del páramo de Letras, el humano y el toro se observarán a lo lejos, uno con más curiosidad que el otro, uno con más miedo que el otro, pero ambos sin saber lo que pueda pasar después de los próximos tres años.

Toro de lidia del encaste murú de santacoloma. Foto: Jannín Cortés.
Toro de lidia del encaste murú de santacoloma. Foto: Jannín Cortés.

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