La nueva cara de la desinformación

En la era digital, la línea que separa la opinión legítima del discurso de odio se ha vuelto difusa. La reciente decisión de Meta de priorizar las “notas de la comunidad» sobre la verificación profesional de datos abre un debate crucial: ¿dónde trazamos el límite entre la libertad individual y la responsabilidad colectiva? Collage: Sara Hoyos Vanegas. Cuando Mark Zuckerberg anunció que iba a reemplazar la verificación de datos de Meta por notas de la comunidad a inicios del año, sabíamos que se aproximaba una ola de desinformación. No porque Facebook o Instagram sean un mar de fake news y publicaciones engañosas —que las hay—, sino porque ahora se promulga un nuevo valor propio de la era digital: el derecho a desinformar. Zuckerberg, el nuevo semental que profesa la «energía masculina» e invita a darse puñetazos con colegas, defiende la postura de su empresa de quitarles a los fact checkers profesionales la facultad de moderar la desinformación, como parte de un esfuerzo por “restaurar ‘la libertad de expresión’” y reducir los errores en la moderación de contenidos de Meta que, a su parecer, tienen sesgos políticos. Como alternativa, ofrece el mismo sistema de X: que cualquier persona, por medio de notas de la comunidad, pueda hacer el trabajo de verificar la información por otros usuarios, confiando en la veracidad de su palabra. El mismo Joe Kaplan, director de asuntos globales de Meta —bastante cercano al círculo de Donald Trump—, defiende que “en las plataformas donde miles de millones de personas pueden tener voz, todo lo bueno, lo malo y lo feo está a la vista. Pero eso es libertad de expresión”. Con esta justificación, Meta anunció el fin del programa de verificación de datos de terceros, el cual regulaba los discursos de odio y la información engañosa en Facebook. Kaplan y Zuckerberg se equivocan; la libertad de expresión se termina cuando empieza a atentar contra los derechos de los demás, especialmente, con el derecho a la no discriminación. Las normas internacionales de derechos humanos establecen que debe prohibirse toda expresión de odio nacional, racial o religioso que constituya incitación directa a la discriminación, la hostilidad o la violencia contra un grupo de personas vulnerable, lo que se suele conocer como «apología del odio«. Las excusas de los altos directivos de Meta, al igual que las de Elon Musk en su momento, solo son una búsqueda desesperada de lavarse las manos y quedar bien con las tendencias políticas actuales. Varios de los contenidos que se encuentran en las publicaciones en redes se enmarcan dentro de la posverdad, el término de moda por estos días que, según el libro El periodismo ante la desinformación de la Fundación Gabo, se conoce como “la distorsión deliberada de la realidad para manipular creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en las actitudes sociales”. Bajo esta premisa, personajes malintencionados encontraron en las redes una oportunidad para propagar ideologías corrosivas (xenofobia, homofobia, racismo, etc.), discursos conspirativos y odio disfrazado de información. «Las personas confiaban en que el periodista solo hablaba con la verdad, era un acuerdo inquebrantable de las audiencias para con el medio. Incluso, si había periodistas mercenarios de la oligarquía, la mayoría de las veces había otro periodista, ético en su labor, para plantarle el tatequieto». Ante esta nueva oleada de desinformación que trajeron consigo las plataformas digitales y las redes sociales, el oficio periodístico se está debilitando. En el siglo pasado, se daba por hecho que se debía combatir la desinformación y esa era la labor del periodismo: difundir información fiable y desmentir al político engañoso de turno. Las personas confiaban en que el periodista solo hablaba con la verdad, era un acuerdo inquebrantable de las audiencias para con el medio. Incluso, si había periodistas mercenarios de la oligarquía, la mayoría de las veces había otro periodista, ético en su labor, para plantarle el tatequieto. Un ejemplo claro de esto ocurrió en 1994, cuando El Tiempo publicó una noticia falsa sobre la supuesta participación de Monseñor Nel Beltrán en una cumbre guerrillera en Cuba. La información, respaldada por su editor judicial y el jefe de redacción, Francisco Santos, causó un escándalo nacional y llevó a que el entonces candidato presidencial Andrés Pastrana exigiera la ruptura de relaciones con Cuba. Sin embargo, esto fue desmentido los días posteriores y el error no quedó impune: Enrique Santos Calderón expuso en su columna Reflexión sobre un “embuchado” cómo la desinformación había sido producto de una manipulación política y reconoció la falta de rigor periodístico del medio. Su postura llevó a la renuncia del editor judicial y a la suspensión de Francisco Santos, demostrando que en ese entonces el periodismo aún tenía mecanismos de control para frenar la desinformación. Hoy en día, en esta generación de «nativos digitales», tanto los jóvenes Z como los millenials tragan entero lo que ven en redes sociales, así como sus abuelos baby boomers creían ciegamente lo que leían en los medios tradicionales —y ahora creen en lo que ven en internet—. Sin embargo, una diferencia fundamental es que ahora prefieren creerles a desconocidos de las redes sociales, muchos ignorantes anónimos con intereses inconfesados y sin nada que respalde su opinión, que a un grupo de periodistas y sus editores comprometidos con la función social del periodismo que pasan por una serie de filtros y códigos éticos. Ya lo advirtió Byung-Chul Han en Infocracia: “En la era de las fake news, la desinformación y la teoría de la conspiración, la realidad y las verdades fácticas se han esfumado”. Las redes sociales se han convertido en una selva sin normas en aras de una supuesta libertad de expresión. El periodismo se enfrenta a la pérdida de confianza de las audiencias saturadas por todo el ruido digital y exceso de información en las redes, por lo que no distinguen entre periodismo y noticias falsas y la opinión de los hechos. Ahora solo nos queda preguntarnos cada vez que veamos una publicación en Facebook: ¿Esto es verdad?

Gobernando desde el patio de recreo

Las redes sociales son un gran patio de recreo mundial, un espacio para socializar, conocer gente nueva o encontrarse con los mismos de siempre. En algunas redes hay algo de esparcimiento, se puede pasar el tiempo o esperar entre clase y clase; aunque en otras no hay precisamente mucha diversión. Como en X (antes Twitter), en donde casi se pueden escuchar los gritos de guerra cuando abrimos la aplicación. X es un lugar lleno de abusones y de bullying, es un espacio en el que los que se creen los vivos están esperando “la caída” de los que se consideran bobos. Pero la hostilidad no es propia solo de X: en cualquier red social la exposición se vuelve vulnerabilidad, sin importar quién, qué o por qué se publique, todo es susceptible de ser criticado, descalificado y burlado. Las causas pueden ser nobles y tampoco se escapan de quien quiera esparcir su descontento y su ira en el ciberespacio Pero ¿qué ha hecho que esos patios de recreo digitales sean lugares hostiles? Primero, no hay que dar la cara, la tecnología nos permite expresar opiniones a diestra y siniestra sin mostrar quiénes somos, sin que nadie más (o eso esperamos) vea lo que escribimos, leemos, vemos y escuchamos. En segundo lugar, en las redes hay opiniones para todo y para todos, cualquiera es experto en cualquier tema, desde manejo de enfermedades crónicas hasta cultivo de suculentas. Tercero, la subjetividad prima en las redes sociales y tiende a poner al mismo nivel las opiniones y los hechos, de modo que se generen numerosos espacios de confrontación. Y esto lleva al ingrediente más importante: la polarización inminente en todo el mundo. Las redes son el espacio perfecto para desbocar la necesidad de definir pensamientos o posturas de un lado o de otro, una situación sin lugares intermedios.   Desde hace unos años, pero cada vez con mayor entusiasmo, a los funcionarios públicos les ha dado por gobernar desde ese hostil patio de recreo. Desde tratar de generar empatía con los impuestos en TikTok hasta dar órdenes presidenciales por medio de X. Porque, así como Mr. Taxes (@luiscarlosrh en tiktok) responde preguntas sin sentido para tratar de explicar cómo funciona uno de los temas que más repele a las personas –los impuestos–, el presidente Gustavo Petro (@PetroGustavo en X) gobierna desde su bolsillo, quiero decir, desde su celular.  Petro es autosuficiente, él mismo publica en X en el momento en que le parece oportuno. Es impulsivo en esa red social: se desahoga, da órdenes, informa al país, interpela a otros, caza peleas. Lo vimos desde que era senador, pero con mayor ahínco desde la campaña y ahora durante su mandato. Es claro que no todas las publicaciones las hace él, pero fuentes confiables han confirmado que el presidente mantiene control casi absoluto de su cuenta en X, que tiene 7.4 millones de seguidores. El presidente colombiano ha sorprendido a su equipo de gobierno haciendo el cambio de gabinete por medio de X. También a los medios cuando se pronunció ante la captura de su hijo con un trino. Han sido capturados por la fiscalía mi hijo Nicolás y su ex esposa Days Como persona y padre me duele mucho tanta autodestrucción y el que uno de mis hijos pase por la cárcel; como presidente de la República aseguró que la fiscalía tenga todas las garantías de mi parte para… — Gustavo Petro (@petrogustavo) July 29, 2023 Además, esa forma de gobernar por redes sociales, sin filtro, con un tono imprudente y confrontativo, ha generado varios de los conflictos que ha tenido que sortear y lo ha llevado a desinformar y buscar pleitos. Uno de esos conflictos se dio cuando anunció que el Gobierno había llegado a un acuerdo de cese al fuego con el ELN y sin existir tal acuerdo, en ese momento, se tensaron las negociaciones. Hemos acordado un cese bilateral con el ELN, la Segunda Marquetalia, el Estado Mayor Central, las AGC y las Autodefensas de la Sierra Nevada desde el 1 de enero hasta el 30 de junio de 2023, prorrogable según los avances en las negociaciones. La paz total será una realidad. — Gustavo Petro (@petrogustavo) January 1, 2023 También han sido famosos los cruces de mensajes con otros gobernantes, como con el presidente de El Salvador en noviembre de 2023; y, más reciente y sorpresivamente, con su homólogo venezolano luego de que la Cancillería colombiana advirtiera su preocupación por las elecciones en Venezuela, lo que Maduro calificó como “izquierda cobarde” y ante lo que Petro publicó en X: “No hay izquierda cobarde, hay la probabilidad de, a través de profundizar la democracia, cambiar el mundo”. Otras situaciones que han trascendido a las redes sociales fueron sus cruces con el presidente argentino y sus declaraciones sobre el conflicto entre Israel y Palestina. Si Israel no cumple la resolución de Naciones Unidas de Cese al Fuego rompemos relaciones diplomáticas con Israel. — Gustavo Petro (@petrogustavo) March 26, 2024 La impulsividad también lo ha llevado a salidas en falso de las que ha tenido que retractarse. El presidente se adelantó a anunciar el rescate de los cuatro niños perdidos en la selva, cuando aún no habían sido encontrados. En otra ocasión se pronunció frente a la muerte de Amartya Sen, economista y premio Nobel, a lo que la hija de Sen respondió que su padre seguía vivo.  Y como el líder da ejemplo, sus funcionarios no se han quedado atrás. El director de la Dian se ha posicionado en TikTok como Mr. Taxes y ha hecho una exitosa campaña para educar a los colombianos en el tema tributario. Con un lenguaje simple, una producción sencilla y respondiendo a lo que los usuarios de la red preguntan, Mr. Taxes ya tiene cuentas de apoyo y grupos de fans. Seguramente habrá que esperar a que termine el año fiscal para saber si esa estrategia logró recaudar más impuestos. Y otra joya fue el video en la cuenta personal de TikTok del director de la Unidad