Ahorita venía en el bus y vi algo que me llamó la atención. ¿Has visto que por detrás de los carros suelen poner frases? Normalmente veo la frase de «¿Quién como Dios?» y la leo con la voz de Ana Gabriel. ¿Esa frase de dónde habrá salido?, ¿será que no se les ocurrió que podría leerse como la canción? Es que tampoco se ayudan poniendo las palabras una debajo de la otra, más fácil aún leerlo: quién-como-dios.
Hay otras que me parecen muy interesantes, las ingeniosas. Ser ingenioso para el conductor de atrás, totalmente desconocido, es un salto de confianza. Al imaginarte esa persona, ¿te cae bien?, ¿te da confianza?, ¿crees que es buena gente? ¿Qué pensarán los que ponen «Paciencia, buñuelo a bordo»? –ayer me preguntaste qué era buñuelo, entonces te recuerdo: persona que, teniendo el conocimiento de un arte u oficio, aún le falta experiencia–. ¿Qué pensará la persona promedio al ver esa frase? ¿Ir en carro será siempre relajante? Tengo la impresión de que no, de que manejar relajado un carro solo es posible en una autopista o si uno está de muy buen genio, pero esa impresión está viciada por mi pensamiento hacia la humanidad.
Hoy me llamó particularmente la atención una frase que ya he visto muchas veces en otros lugares, sobre todo en carros, pero jamás en la parte de atrás como calcomanía. «Salí con Dios y la Virgen, si no regreso me fui con ellos» –además fue la primera que vi que incluía a la Virgen–. Pensé: si de verdad cree y siente profundamente lo que tiene en la frase, qué bacano. No puedo imaginarme el descanso que se debe sentir salir de la casa y vivir la vida con esa certeza. Si se viviera con esa certeza, sin instituciones ni dogmas malucos, la vida sería muchísimo más tranquila, uno sería más liviano y podría entregar más al mundo.
No sé cómo llegué allí, pero pensé que de verdad a mí me gusta la idea de ser taxista. Así como ser profesor. Escribir y curiosear es algo inalienable para mí, no lo podría dejar de hacer en la vida, siempre, siempre lo voy a estar haciendo. Me estallaría si no. Si se puede conseguir plata de eso, qué bacano, pero no me gustaría hacerlo pensando en eso exclusivamente y, para hacerlo con la tranquilidad económica que pueda brindar un trabajo de siete a cinco, prefiero manejar taxi en ese tiempo. No creo que pueda estar encerrado en una oficina, bueno, creo que sí podría, pero preferiría otra cosa. Tengo la leve impresión de que los taxistas pueden tener un salario digno, uno normal.
No estoy intentando romantizar. Lo pensé con las cosas que podría implicar, como el calor, el peligro, etc. De hecho, aún no he dicho nada bueno de ser taxista, nada de verdad atractivo. Básicamente sería como escribir. Escucho historias, me inspiro mirando el mundo, así como lo hago ahora, y tendría momentos de silencio, de independencia, de ser entrón o definitivamente estar callado. Preguntarle a la persona qué música quiere escuchar, someter al pasajero o la pasajera a escuchar el pódcast que a mí me plazca o darle la opción de ponerse los audífonos porque no quiero escuchar nada más que la calle. Incluso pensé en la idea de tener una nevera chiquita donde tenga agua para darles. Les cobraría, porque tampoco sería para regalárselas, sino para darles la oportunidad de conseguir las cosas que tal vez quisieran en ese momento, darles una facilidad absoluta, pero a un precio normal, barato, sin intentar ganar plata vendiendo agua dentro de un taxi.
Me tranquilizó esa idea, no tengo que ejercer como la caricatura de periodista solo por haberlo estudiado. De todas maneras, lo que le define a uno la supervivencia es la plata y lo que esperen los demás de mí me importa un culo. Y así me vine, pensando, viendo a través de la ventanilla, escribiendo esta carta en mi mente.
Entró en mí el miedo al tiempo libre, al tiempo solo, pero no lo sentí en la piel, pareciera haberse amilanado; de hecho, venía muy ocupado viendo el mundo y a veces pensando en eso que está escrito líneas antes. Cuando llegué a mi casa encontré en una bolsa los tres libros que reclamó mi papá, la abrí de inmediato y tenía ganas de mirar el que pedí. Se llama Cómo no hacer nada. Resistirse a la economía de la atención, escrito por Jenny Odell, artista, escritora y docente de la Universidad de Stanford.
Me pareció curioso que justo venía con miedo al tiempo libre, pero van a ser casi las siete de la tarde y no me he cepillado, ni bañado, ni lavado los trastes. De hecho, empecé a escribir esto, no había terminado ni el primer párrafo y me entretuve viendo unos documentales en YouTube sobre la hinchada del Medellín, fue grabado el sábado pasado, en el clásico contra Nacional. Increíble.
Sonreí por la belleza humana, sus manifestaciones, su complejidad.
Quería contarte y decirte, con certeza, que vamos a estar bien.
Con todo mi amor y mi lenguaje. Con todo mi mundo,
Julián.
*Julián Caro Bedoya compartió con Ferchita, su pareja, su sensibilidad sobre lo cotidiano un 9 de diciembre de 2023, y escribió como otra manifestación de amor. Publicamos en su memoria esta carta póstuma. y conservamos las comillas angulares y las rayas de incisos que tanto le gustaban.