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event 26 Enero 2024
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Carmen Carolina Garnica Álvarez y Melany Peláez Morales
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  • Crear, criar y creer: el rojo de Yira

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    Yira Plaza O’Byrne es periodista, directora y productora de cine. También es hija y madre, dos roles que hoy se cruzan con sus militancias y reflexiones de izquierda y con creaciones como El rojo más puro, película que estrenó en 2023.

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    Desde la maternidad, Yira trata de hacer real la consigna de que “el mundo merece cambiar”. Foto: Andrés Gutiérrez. Ilustración: Ana Sofía Peláez..

    Con la orientación de una partera y bebidas ancestrales que remplazaron los sedantes del hospital, Yira dio a luz a Damián, su primer hijo. Hizo un curso virtual para ser doula, que se refiere en la cultura muisca a las acompañantes de las embarazadas en sus procesos de parto. Y aunque ahora los únicos nacimientos que acompaña son los de las películas de su productora de cine Briosa Films, aprovechó sus aprendizajes para recibir a su segunda hija, Candelaria, y compartirlos con las mujeres que se cruza en la vida.

    Yira Plaza O’Byrne hace parte del Consejo Audiovisual y Cinematográfico de Medellín. No le pagan, pero elige estar ahí para velar por los derechos del sector. Desde 2021 trata de hacer sostenible a Briosa, donde es dueña, directora general, jefa de distribución y con la que firma un contrato por prestación de servicios para sí misma.

    Su atención, sin embargo, les pertenece a sus dos hijos: el “crespolisode cinco años, que se pasea por las proyecciones y los conversatorios a los que la invitan, y la recién llegada. La maternidad la ha llevado a repensar el mundo y el lugar que las madres, las niñas y los niños ocupan en él. En octubre, cuando aún esperaba a Candelaria, decía que quería escribir un texto que se titulara más a menos así: “¿Por qué quiero tener otro hije a pesar de haber leído Contra los hijos (2014), el libro de la chilena Laura Meruane?”. Cree que ser mamá no es difícil solo por serlo, sino porque la sociedad no está preparada para que las mujeres críen y creen.

    El mundo es adultocéntrico. Yira sabe que no es posible ir a un lugar donde su niño pueda jugar a su lado y comportarse acorde a su edad sin el reproche de los más grandes. Por eso ha procurado que su cuidado sea diferente: Damián bebe de las botellas de agua que ponen en los eventos a los que la invitan, juega con su cabello cuando está sentada frente a la gente y se le acerca a decirle “mamá y a hacerle preguntas mientras ella habla.

    El niño deja por su casa un rastro coherente con lo que Yira quisiera para los más pequeños. Los dibujos pegados en la pared, los juguetes en varios sitios y la transformación de la sala en un teatrino componen un espacio que Damián llena con gritos espontáneos y con recorridos disfrazado de calamar o de murciélago. La maternidad ha hecho que Yira tenga menos tiempo libre, pero dice que siempre se puede seguir haciendo lo que se ama si se priorizan los tiempos y se hacen renuncias. En su caso, tiene acuerdos de distribución de tareas de cuidado con Luckas, su pareja.

    Yira nació en Cartagena en 1987 y es la menor de tres hijos. Lleva el nombre de una periodista y líder comunista que murió en los 80, Yira Castro, madre del senador Iván Cepeda. En sus álbumes familiares había fotos de funerales, leía prensa comunista desde pequeña y a los 14 años encontró en la biblioteca de su casa una amenaza de muerte dirigida a su padre, Luis Plaza, un líder sindical que integró la Unión Patriótica (UP) y que dormía con un revólver cuando no estaba exiliado. Creció en un hogar atípico, pero la familia seguía siendo tradicional: su mamá cargaba con todas las labores de cuidado.

    Mucho gusto, Doris OByrne Dorado, soy la mamá de Yira”, se presenta, como si cualquier persona que conoce a su hija no se hubiera visto ya El rojo más puro, el documental que se estrenó en 2023 y en el que ella aparece.

    Dos cosas han hecho que Yira se sienta feminista: ser mamá y pensar en su mamá. “Son dos procesos que a mí me han hecho ser consciente de la inequidad, la brecha de género, la exclusión de las mujeres y de cómo terminamos siendo las que soportamos el capitalismo sin el reconocimiento del trabajo doméstico y de toda la carga mental que llevamos”, asegura.

    “Si no fuera por ti, no hubiera ninguna historia que contar, absolutamente nada, porque tú fuiste la que sostuviste esto y gracias a ti soy yo la que hoy puede contar esta historia”, le explica Yira a Doris, que recién había llegado a la casa de su hija en Medellín para acompañarla en el parto. Con “esto” se refiere a la época en la que su mamá trabajaba como profesora en San Onofre, Sucre, mientras el resto de la familia vivía en Cartagena. La madre se iba los lunes y regresaba los viernes para lavar, planchar y hacer todas las tareas del cuidado. Aunque Doris no se formó al interior del partido, ni daba discursos como su exesposo, siempre ha tenido un criterio político, ha generado espacios de debate y se ha pensado la vida desde lo colectivo. “Mi mamá es la más revolucionaria de todas, dice Yira.

    El rojo más puro, su ópera prima como directora, es una película de primeras veces: la primera vez que su mamá reconoció lo duro que fue hacerse cargo de todo, pero también la primera vez que vio a su papá llorar. Yira filmó durante varios años las transformaciones del país y su historia familiar, y con ese material decidió contar el liderazgo social y político de la izquierda en Colombia mientras deconstruía al hombre heroico. Recuerda que al comienzo no sabía qué hacer con la cámara y las lágrimas de su padre que rodaban al mismo tiempo, pero quiso mostrar a un revolucionario que se equivoca, se contradice y a veces le duele la vida.

    Cuando ella tenía 16 y estudiaba Medicina en la Universidad de Cartagena, comenzó a militar en la Juventud Comunista Colombiana (Juco). Luego se salió de la carrera y, en contra de su sueño de ser actriz, decidió estudiar Periodismo en la Universidad de Antioquia porque creía que desde ahí podía contribuir más a la sociedad. “Creo que igual hubiese podido hacer algo”, reflexiona, y recuerda que mientras grababa, su papá le decía que el cine no movía masas. En el prestreno de la película, con el teatro Camilo Torres lleno, arengas y ovaciones, reconoció ante el público que se había equivocado.

    Yira siguió en la Juco cuando llegó a Medellín. Vio por primera vez la violencia del Estado en contra del movimiento estudiantil y experimentó una estigmatización constante. En Cartagena sentía que las formas de resistir eran más alegres y se podían manifestar públicamente. En Medellín, en cambio, resistir era poder reunirse y no quedarse callada, pero también ocultar que pertenecía a un movimiento. Cuando Yira vio Memorias de los silenciados: el Baile Rojo (2003), que narra el exterminio de la UP, entendió la carga que llevaba su padre y comenzó a sentir la necesidad de contarla: “No me dejaba tranquila. Escribía sobre eso, era una cosa que estaba ahí, dentro de mí.”. Fue por medio de El rojo más puro que pudo narrar la historia de su padre y decir públicamente, por primera vez, que hizo parte de la Juco.

    Decidió salirse del movimiento cuando habló en un encuentro sobre el papel de la cultura desde este y le respondieron que eso se abordaba al final. “Sentí un menosprecio al trabajo que tenía que ver con la cultura, como si fuera hacer eventos. Esta gente qué piensa, ¿que la política es echarse unos discursos o qué?, dice, y recuerda también las palabras de un amigo suyo: “Mira, si tú te sales de la Juco, vuelves en diez años y ellos van a estar en el mismo lugar donde tú los dejaste”.

    Mientras hacía el documental, grabó un rencuentro con sus excompañeros de militancia, aunque no quedó en el montaje. Algunos siguen en el partido y otros les hicieron campaña a candidatos que antes no habrían apoyado. Cuando Yira les preguntó por qué nunca la invitaron a un tropel, le respondieron entre risas:Es que no te podíamos invitar porque tú eras la cara amable que teníamos que mostrar”. Eso no la sorprendió. Mientras militó en la Juco se dio cuenta de que la teoría de género que aprendía allí se contradecía con la realidad. Los hombres que militaban en la izquierda solo se quedaban en el discurso.

    Ese machismo, las conversaciones con su mamá sobre los comportamientos patriarcales de su papá, que sea Yira quien recuerde la necesidad de cambiar las sábanas los fines de semana en lugar de su pareja, y el hecho de que en ocasiones Damián regrese de la escuela diciendo que el color rosado es para niñas hacen que se emocione cuando habla de feminismo. Y es que, bajo la consigna de El rojo más puro –y de su vida de que el mundo merece cambiar, hay diferencias entre lo que tiene que hacer para lograrlo en la familia en la que es hija y en la familia en la que es madre. Aunque a sus hermanos no les importa su postura y su papá le pide que dejen de discutir, siempre que puede le aclara a su mamá: “Yo nunca voy a dejar de decir lo que pienso”.

    Procura que todo lo que ella y Luckas deciden pase por el filtro de lo equitativo mientras intentan romper con “todo ese genérico masculino asqueroso que limita la visión de un niño. Educa a Damián para que sepa que los libros también tienen autoras, que los colores no tienen género y para que sienta la libertad de pintarse los labios o ponerse una falda, si quiere. Ahora que nació Candelaria, el reto no es darle un lugar como mujer, sino recordarle que ya lo tiene. Lo más importante para Yira es que no tengan una única visión del mundo. Yo creo que eso es lo peligroso, pensar que el mundo es solo de una manera, apunta.

     

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