La historia que se rompe como el papel

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19 junio, 2025
Por: Andrés Camilo Tuberquia Zuluaga | andresc.tuberquia@udea.edu.co

La memoria nos permite saber quiénes fuimos y quiénes somos. Las hojas viejas que reposan en el Archivo Histórico de Antioquia soportan nuestra memoria regional, pero muchas están frágiles y en riesgo de perderse. Esta crónica cuenta las necesidades avisadas a la Gobernación desde 2012 y cómo la ausencia de soluciones efectivas amenaza la preservación de la historia antioqueña.

Dentro de los 20 millones de documentos del AHA, algunos están en este estado. Foto: Gisele Tobón Arcila.
Dentro de los 20 millones de documentos del AHA, algunos están en este estado. Foto: Gisele Tobón Arcila.

El tomo 827 está envuelto en una carpeta. Es un libro grande, café, tiene el lomo desgastado y la cubierta apenas unida al resto del cuerpo. Algunas hojas tienen hoyos, y otras, la tinta corrida. Todas están amarilladas por la luz y tienen los bordes quebrados. Una hoja de un papel diferente dice que una página fue arrancada. Es el documento 1354, fechado en 1813.

En el Archivo Histórico de Antioquia (AHA) hay muchos documentos en el mismo estado –no hay un diagnóstico completo que diga cuántos– y otros más lo estarán con el tiempo debido al descuido de la Gobernación desde hace más de una década.

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Sobre la plaza Botero está el Palacio de la Cultura Rafael Uribe Uribe. Este edificio no solo hace parte de la historia, sino que también la resguarda. En su planta baja queda el AHA, donde reposan hace casi 40 años alrededor de 20 millones de documentos que contienen la historia de Antioquia. Este es el segundo archivo más grande del país.

El documento más antiguo del archivo es sobre un pleito por tierras entre Manuel López Bravo y Nicolás Desolarte, dos capitanes de los ejércitos conquistadores. Para leerlo hay que saber paleografía, la disciplina que estudia la escritura a mano. Está en la categoría de Tierras, en el tomo 184, número 4646, tiene 85 hojas y es de 1568, es decir, de hace 457 años.

Para entonces, habían pasado 27 años desde que el capitán Jorge Robledo, cerca de Ebéjico y tras explorar el río Cauca y las cordilleras que lo rodean, fundó la Ciudad de Antioquia, la primera de la provincia de Antioquia, en 1541, aunque, al año siguiente, la trasladaron cerca de Frontino. En 1546, Robledo también fundó la Villa de Santa Fe. Tras varios despoblamientos y repoblamientos, la villa y la ciudad se fusionaron para crear la ciudad de Santa Fe de Antioquia que, en 1584, se convirtió en la capital de la provincia.

Allí se gestó el primer repositorio documental que fue trasladado a Medellín cuando fue declarada nueva capital de Antioquia en 1826. Los documentos hicieron parte del archivo administrativo de la Gobernación hasta 1956, cuando el gobernador Pioquinto Rengifo ordenó separar el archivo histórico del administrativo. En 1986, el AHA fue adscrito a la Dirección de Extensión Cultural, y hoy, después de pasar por varias secretarías, como un dulce que nadie aprecia, hace parte de la Secretaría de Talento Humano y Servicios Administrativos.

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Los archivos se miden en metros lineales: los tomos se ponen en cajas especiales –las hay en tamaños x100, x200 o x300, usualmente se usan x200, las medianas– y se cuentan. Según la Secretaría de Talento Humano y Servicios Administrativos de la Gobernación de Antioquia, los documentos del AHA suman seis kilómetros lineales. Sin embargo, notas de prensa de la misma Gobernación hablaban, en 2022, de 52 kilómetros, que casi equivalen al recorrido de la Línea A del Metro, de Niquía a La Estrella, ida y regreso.

Con el tiempo, el lugar donde está el archivo no ha cambiado mucho. Los 1052 metros cuadrados que arriendan en los bajos del Palacio de la Cultura se han dividido desde 1986 de la misma manera: las salas de consulta, publicaciones, capacitación y planoteca; el depósito de materiales; el área de trabajo y las oficinas administrativas.

Afuera se escuchan vendedores ambulantes, carros, el metro, la combinación de conversaciones cotidianas y los alaridos propios del centro de Medellín. Pero adentro no hay ruido.

Las paredes color hueso del archivo se ven más cálidas por las luces led y la luz exterior que se cuela por las ventanas. A la izquierda de la sala de consulta hay tres mesas y varias sillas, y sobre cada mesa un par de atriles para poner los libros. En las paredes hay escritorios de madera empotrados y sobre ellos nueve computadores donde se consultan los índices de los archivos. Un busto de Simón Bolívar vigila el lugar desde una esquina. Al lado derecho de la sala todo es casi igual, solo que sin computadores ni busto y sí con más sillas y atriles.

En el archivo hay documentos fechados desde 1568 hasta 2021. En sus estantes hay 80.000 planos de distintos municipios, registros del período colonial, de la Independencia y la etapa republicana, fotografías antiguas, archivos del Ferrocarril de Antioquia y expedientes de juicios por delitos que hoy resultarían absurdos.

Óscar Calvo Isaza, historiador y decano de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la Universidad Nacional, sede Medellín, dice que es por eso, precisamente, que es importante:

"El AHA y sus documentos son la fuente nutricia de la memoria colectiva de los antioqueños, son un tesoro que se debe cuidar porque es la base para contarnos".​

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Varias cuadras más arriba del AHA, entre Girardot y El Palo, está el Archivo Histórico de Medellín, el cual junto con el Archivo Distrital de Bogotá y el Archivo General de la Nación (AGN) son los únicos tres centros de documentación histórica del país que cuentan con equipo de restauración. Felipe Vargas y Sonia Cediel conforman ese equipo allí.

Un documento, dicen ellos, es como un paciente, y una restauración, como una cirugía. Desde el uso de un bisturí hasta la creación de la historia clínica, todo es muy similar. Primero se separan todos los folios –hojas– y se le hace un diagnóstico a cada uno sobre, por ejemplo, el tipo de papel y tinta del que están hechos, para luego establecer qué problemas o daños presentan y determinar el plan a seguir.

Para la restauración se utilizan materiales que se parezcan a los originales. El más común para rellenar, reforzar y laminar los archivos es el papel japonés, hecho a base de celulosa, sin ácido y con fibras largas. Para realizar uniones de fragmentos se usa una pasta de almidón parecida al engrudo. Con esto, persiguen dos metas: hacer la mínima intervención y utilizar materiales que se puedan retirar para futuras reparaciones.

En Colombia, este cuidado está reglamentado por la Ley General de Archivos (Ley 594 del 2000), que establece las reglas para la organización y la administración de los archivos en el país, y ordena garantizar la conservación, la preservación y el acceso de las personas a estos documentos.

Hay tratamientos, como lavados con agua destilada, que se pueden hacer en el proceso de restauración, pero que no se contemplan inicialmente. Y cuando todo está listo, lo restaurado se encuaderna –si se puede– y se guarda en carpetas desacidificadas de cuatro aletas.

Lo ideal es prevenir para no llegar a restaurar, pero varios factores pueden deteriorar un documento. Uno de ellos es la luz. El papel, como la piel, puede quemarse y decolorarse si se expone de manera constante a luces, en este caso, por encima de los 100 lux, la unidad que mide la cantidad de luz que llega a una superficie.

Otro son los insectos. El pececillo de plata (Lepisma saccharina) es uno de los más comunes. Es hasta de un centímetro de longitud, con escamas en tonos plateados, dos largas antenas y ojos pequeños. Según Sonia, este animal “se refriega contra la hoja, como lijándola”, y la desgasta por capas hasta que, tras mucho tiempo, la atraviesa por completo. Come papel, libros y materiales con celulosa, y son los ambientes húmedos y con altas temperaturas los que propician su aparición, lo que hace indispensable que los archivos tengan un programa de monitoreo ambiental con deshumidificadores, un ciclo de limpieza constante y que el aire acondicionado se mantenga entre los 17 y 20 grados centígrados.

El maltrato no siempre es por descuido, a veces se da por desconocimiento. Sonia destaca que, a pesar de las buenas intenciones, realizar restauraciones sin la formación necesaria puede ser nocivo. Lo ejemplifica con el uso de cintas que suelen ponerse para proteger los bordes de los folios, pero que se caen con el tiempo dejando manchas irreversibles por su adhesivo.

"A veces, por hacer bonito, hacen feo".

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“Dame un punto de apoyo y moveré el mundo”, dice la última página de un documento titulado “AHA-Necesidades-2012”. Está en los computadores del archivo, tiene 29 páginas y enumera las necesidades de recursos y gestión para aquel año.

El documento pedía a la Gobernación de Antioquia –durante la administración de Sergio Fajardo– normatizar el proceso de consulta, montar el catálogo en línea y establecer políticas de cobro por algunos servicios. Puntualizaba la necesidad de tener aire acondicionado las 24 horas del día los 365 días del año, y la formulación de un plan de conservación. Pedía exposición en redes sociales, capacitación para las visitas guiadas, computadores, escáneres, casilleros y mesas. También solicitaba un diagnóstico al AGN sobre qué se debía restaurar con prioridad, y la encuadernación y la digitalización de lo ya recuperado. Por último, pedía garantizar los contratos del personal que ya estaba y acelerar la contratación para los cargos vacantes y de practicantes.

Junto a esa hay otra carta, de 2021 –en el período de Aníbal Gaviria– y remitida a la Gobernación. Se titula “AHA-Necesidades-2021”. Solicitaba cuatro deshumidificadores y dos escáneres y exponía interés en un sitio web propio para agilizar la consulta de los usuarios. También pedía asignar dos funcionarios en los puestos de quienes se jubilaron y contratar a un profesional en restauración, además de dos practicantes de la misma carrera: 

“La restauración es una prioridad para la supervivencia de los archivos, detiene el deterioro y la desaparición paulatina de estas joyas patrimoniales únicas”.

En 2024 –con Andrés Julián Rendón como gobernador– enviaron la última carta de la que se tiene registro. Pedía lo mismo que en 2012 y 2021 y, además, solicitaba con prioridad arreglar el aire acondicionado que, para el 15 de marzo de ese año, llevaba casi siete meses dañado, poniendo en peligro la conservación de los documentos.

El 4 de marzo de ese año, la dirección de la Escuela Interamericana de Bibliotecología (EIB) y la coordinación del Área de Ciencias Sociales, Humanidades y Artes de la UdeA se comunicaron con la Gobernación para exponer su preocupación por el estado del archivo. Explicaron que las necesidades que se venían exponiendo desde hace más de una década eran genuinas y urgentes. El 22 de marzo de 2024, la Gobernación respondió diciendo que estaba gestionando todo: el aire acondicionado, al practicante, los insumos para digitalizar los documentos y que, en general, todo marchaba bien. 

El AHA paga arriendo por los 1052 metros que ocupa desde 1986 en el Palacio de la Cultura Rafael Uribe Uribe. Foto: Andrés Camilo Tuberquia Zuluaga.
El AHA paga arriendo por los 1052 metros que ocupa desde 1986 en el Palacio de la Cultura Rafael Uribe Uribe. Foto: Andrés Camilo Tuberquia Zuluaga.

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“Sin los archivos es muy factible que la historia se pierda para siempre”, dice la nota que publicó El Colombiano el 27 de febrero de 2025. El artículo denunciaba que los documentos del AHA estaban en peligro, ya que el aire acondicionado estaba averiado y no había restaurador. También mostraba fotos de algunos documentos dañados y otros perdidos completamente. Según una fuente conocedora del archivo que pidió reserva de su nombre, la nota puso a la Gobernación “a moverse”: desembolsos de dinero, gestiones para licitaciones, además de regaños y restricciones a los funcionarios para dar declaraciones. 

Un mes después, el último jueves de marzo de 2025, el archivo funcionaba en las mismas condiciones. Para llegar a la recepción hay que atravesar una puerta de madera abatible de cuatro hojas. En el centro de la habitación hay un escritorio alto de madera. Casi siempre hay una mujer sentada allí, máximo dos, pero nunca más. Detrás de ellas hay 17 estantes grises. Ahí están parte de los documentos.

Dos semanas antes, el 12 de marzo, la EIB publicó en sus redes sociales un comunicado en el que denunciaban que la Gobernación no cumplió con mejorar las condiciones del archivo. Marta Giraldo, docente de la EIB, dice que ahora la crisis es más profunda: 

“Las necesidades son las mismas, pero más graves. El año pasado respondieron muy juiciosamente a todos los puntos ofreciendo soluciones, pero todo eso quedó solo en papel”.

El aire acondicionado sigue dañado, no hay equipo de restauración ni un plan contemplado para tenerlo y las personas que trabajan en el archivo son pocas –cinco de planta y ningún practicante, ya que desde agosto de 2024 no han abierto convocatorias– y se encargan de todas las tareas: recepción, búsqueda de documentos, digitalización, visitas guiadas y hasta conservación.

Ignacio Epinayu, jefe de la Subdirección de Inspección, Vigilancia y Control del AGN, dice que la situación es problemática porque “un archivo de esa naturaleza requiere al menos un laboratorio de restauración, y profesionales en Historia, Restauración y Archivística”. Otras instituciones también han mostrado su descontento. Según Óscar Calvo, los departamentos de Historia de la UdeA, la Universidad Nacional y la Universidad Pontificia Bolivariana enviaron una carta al gobernador pidiendo atención y protección para el archivo.

A pesar de esta carta, de las notas de los medios y de los reclamos ciudadanos, la Gobernación de Antioquia no ha dicho nada públicamente. En respuesta a un cuestionario enviado por De la Urbe dijeron que cumplen “la mayoría” de condiciones de preservación de los archivos, y aseguraron que “el AHA cuenta con aire acondicionado permanente” y que se han tomado medidas para modernizarlo. Además, dijeron que avanzan en procesos de digitalización de algunas series documentales y que varios documentos se han restaurado en convenio con el AGN. “La documentación del AHA está en buenas condiciones”, concluyeron. 

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Es natural: el tiempo se lleva la pulcritud, el color y la vida de los objetos. Pero el descuido se suma al desgaste y acelera el proceso de deterioro.

El tomo está envuelto por una carpeta desacidificada, parecida a los sobres de manila. Es un libro grande, con distintas tonalidades de café –pardo, ocre, nogal y almendra– que muestran el pasar de los años. Tiene el lomo descascarado y la cubierta unida, de puro milagro, al resto del cuerpo. Algunas hojas tienen hoyos en su historia, iguales a los que deja el pececillo de plata; otras tienen la tinta corrida por la temperatura y las palabras se tropiezan entre sí. Todas están amarilladas por la luz y tienen los bordes quebrados por la manipulación. Una hoja de material diferente cuenta que un folio fue robado. Este es el tomo 827, documento número 1354, fechado en 1813; es, también, el acta de independencia de Antioquia.

Este tomo contiene la transcripción del acta en la que se oficializó la independencia antioqueña de España. Foto: Andrés Camilo Tuberquia Zuluaga.
Este tomo contiene la transcripción del acta en la que se oficializó la independencia antioqueña de España. Foto: Andrés Camilo Tuberquia Zuluaga.

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