Una barca que flota sobre la locura

Lucía Agudelo Montoya encontró en La Barca de los Locos una forma de teatro que le apasiona, uno alejado de la literalidad. Foto: Juan Sebastián López-Galvis.

Lucía Agudelo Montoya es la última capitana de una apuesta de teatro itinerante, rebelde y transgresora que se niega a hundirse: La Barca de los Locos. Hace 50 años esta agrupación empezó a navegar –y escandalizar– por las calles de Medellín de la mano de Bernardo Ángel, el director que, tras su muerte, le dejó el timón a Lucía.  Lucía Agudelo Montoya encontró en La Barca de los Locos una forma de teatro que le apasiona, uno alejado de la literalidad. Foto: Juan Sebastián López-Galvis. Era jueves y faltaban 15 minutos para las seis de la tarde. Por el parque Bolívar de Medellín transitaba todo tipo de gente y se formaba un círculo alrededor de una pareja que hacía algo inusual. Uno era un hombre canoso, delgado y con una habilidad aceptable para saltar la cuerda. Cerca de él, la otra, era una mujer recostada en el suelo sobre una manta en la que practicaba posturas de yoga. Bernardo y Lucía se preparaban para comenzar la obra. Ella empezó a caminar por los alrededores del parque con un silbato, haciendo un último llamado para unirse al círculo. Ambos se cambiaron de ropa, caminaron al centro del tumulto, tomaron aire y gritaron: “¡La – Barca – de – los – Locos – presenta – Dentellada!”. La atención del público era completa y la pareja se veía transformada, feliz, sin tapujos. Era 1996. Han pasado casi tres décadas. Es un domingo de 2025 y son las cuatro de la tarde. Lucía Agudelo Montoya está reunida con Carlos Orlas Sánchez, el último loco en llegar al grupo. Charlan un poco, sentados en unos pupitres colegiales desgastados en una terraza del barrio Prado. Luego se paran, acomodan los pupitres en círculo, se hacen en el centro y ensayan la obra Coreutas. La diferencia con 1996 es notable: Bernardo Ángel Saldarriaga, primer capitán de la agrupación, ya no está. Falleció en 2018 y le dejó a Lucía el timón de una barca, al parecer, destinada al naufragio.  Antes ensayaban todas las semanas sabiendo que cada jueves presentarían su obra, ahora ensayan más por amor al teatro. Tampoco están en el parque Bolívar porque ya no es lo mismo para ellos. La dinámica cambió debido a las medidas de espacio público instauradas por el entonces alcalde Sergio Fajardo (2004-2007). A pesar de los intentos de mantener su icónico “jueves de teatro”, 2020 fue el último año en el que se presentaron con esta regularidad. Desde entonces dependen de otros para saber cuándo y dónde presentarse. En esta barca siempre ha habido incertidumbre, neblina y tormenta, el infierno para cualquier tripulación, pero para estos locos ni siquiera parece un problema. La capitana La Barca de los Locos nació como agrupación teatral en 1975 de la mano de Bernardo, Carlos Enrique Márquez, Guillermo García y Gustavo Román como pioneros del grupo. Después llegó Lucía, una mujer que ama el yogur de fresa tanto como le disgustan la impuntualidad y el desorden; que prefiere caminar hasta la estación Parque Berrío antes que ir a San Antonio, que cuando entra al metro busca rápidamente dónde sentarse porque no le gusta viajar de pie; que no soporta las gafas si no son para leer o usar el computador; que en sus tiempos libres ve películas de Buñuel, Pasolini o Fellini y lee textos de Emil Cioran y de Bernardo, su alma gemela y pareja sentimental. Esa misma mujer ahora es la capitana que se esfuerza por zarpar y navegar junto con Carlos, otro loco disfrazado de marinero, un politólogo que no se considera actor, pero que se convierte en uno para La Barca y para Lucía. La conexión de Lucía con el arte comenzó cuando era niña. Nació en Támesis, en cuna de artistas: sus padres eran profesores, pero el resto del tiempo hacían teatro y música. Cuando Lucía estaba recién nacida, su familia se mudó a Santa Fe de Antioquia. Más grande, empezó a jugar con sus hermanos, Luz Helena y Mario, a memorizar y dramatizar los guiones de su padre, acompañar cantos con su madre y presentar tertulias familiares. Cuando cumplió ocho años, llegaron a Medellín y la atención de sus padres viró hacia lo económico por la preocupación de mantener a 10 hijos, pero la semilla que había brotado en Lucía no desapareció. Creció, se interesó por la historia y la política y estudió Sociología en la Universidad Pontificia Bolivariana. Quiso retomar la actuación, así que se unió a un grupo de teatro universitario, donde se percató de que no le gustaba la literalidad de las obras. Ella buscaba reflexiones, expresarse libremente sin sujetarse a un guion único y repetible. Ya graduada, Lucía fue docente en varias universidades, entre ellas la Universidad de Antioquia. En 1981 conoció a Bernardo gracias a un amigo que lo presentó como “el mejor actor de Colombia”. Ella, intrigada por su trabajo, y Bernardo, desesperado por hacer teatro luego de romper relaciones con el Teatro Popular de Bogotá, hicieron un trato: Lucía le prestaría su apartamento para presentarle a ella y algunos conocidos su obra Ni héroes ni mártires. Impactada y emocionada por lo que vio, supo que ese era el teatro que quería hacer y esa era la barca a la que quería montarse. A finales de ese año, asumió su primer papel con el grupo en la obra La monja. “La Barca de los Locos hace un teatro que se enfoca en la experiencia humana, en la lucha contra la sociedad de consumo y la explotación utilitaria. Despierta todos los conflictos que duermen en nosotros, libra las fuerzas oscuras, se trata de un resguardo de la existencialidad humana. Este teatro subvierte los valores, es aventura, riesgo y desinterés”, así lo explica Lucía dejando ver el malditismo, lo anarquista y contestatario de su apuesta. “Es un teatro muy genuino y poético, con mucho énfasis en la palabra –añade Jaiver Jurado, director de la Oficina Central de los Sueños y quien halló inspiración en ellos–. Me pone a pensar en un teatro