“Yerbatero no, yerbólogo”: los conocimientos que resguarda Mario en la Placita de Flórez

Mario Ordoñez es yerbólogo por herencia, desde hace más de 30 años está en la Placita de Flórez, allí vende todo tipo de yerbas y además, con su conocimiento sobre ellas, atiende a cientos de personas que buscan de la medicina herbal para sanar los males del cuerpo o la mente. Aunque el negocio continúa, hoy está en riesgo el traspaso de los saberes que una vez heredó de su madre. Mario mientras me habla de la ruda y el DIM, se ríe y explica que los hinchas no supieron usarla y por eso perdieron. Foto: María del Mar Martínez. Su vestimenta no me da pistas sobre su labor, esas pistas están en los mil aromas que lo rodean, los pedacitos de diferentes plantas regados por el suelo, el sonido de unas tijeras cortando ramas al fondo o las voces de unas señoras que le preguntan: “¿La ortiga es esa que pica en las manos?” y “¿Me puede vender 11 plantas amargas y 8 dulces?”. La pista final son las dos cuevas a sus costados, construidas con todo tipo de ramitas y “yerbitas” de color verde y café o flores amarillas, rojas y lilas, todo atado en pequeños manojos, metido en costales o bolsitas de plástico y arrumado en el suelo, las paredes y el techo. Mario de Jesús Ordoñez Yepes Muñoz (Yepes Muñoz por su madre), el dueño de este lugar, parece ser lo que en la cultura popular se conoce como yerbatero. Sin embargo, después de conversar un rato, me doy cuenta de que estoy equivocada: “Yerbatero no, yerbólogo, ¿o como se dice? botánico” – me aclara – porque yerbatero suena a brujería. De ahora en adelante me refiero a él como un “yerbólogo”. Esta tradición del conocimiento exhaustivo de las plantas medicinales la heredó de su madre Ana Francisca Yepes, Anita, la primera dueña de estos locales en la Placita de Flórez en Medellín. Mario cuenta que nació en San Javier, en el barrio 20 de julio, en el que también nació su madre, es el segundo de doce hermanos, aunque su padre tuvo otros doce con una mujer diferente, por lo que en total son 24. Al principio, sus padres trabajaban vendiendo “revuelto” en la que era la plaza de mercado de Cisneros, en el centro de Medellín. Después, se trasladaron a la Placita de Flórez, donde Anita montó su tienda botánica en el local 3031 junto a la legumbrería de su esposo en el 3030. Mario llegó a la placita en 1993 cuando acababa de ser despedido de una empresa por recorte de personal, comenzó a trabajar con su madre y allí se quedó. Con la muerte de Anita a los 76 años en el 2014, la legumbrería cerró y ahora ambos locales venden hierbas y Mario los administra a sus 68 años. la cueva desde afuera. Foto: María del Mar Martínez. Ya son más de las doce y Don Mario no ha comido, aunque el almuerzo esté servido. Todo el que pasa le dice “vaya pues almuerce”, pero él responde “primero el cliente amigo, la comida puede esperar”.Su trabajo lo absorbe porque las personas no dejan de llegar a comprar todo tipo de plantas, pero sobre todo a pedir su asesoría. Mario tiene un consejo para cada caso: el embarazo, el cáncer, la fiebre, el insomnio, el estrés o la limpieza energética. Ese conocimiento podría ser el patrimonio más valioso de su negocio, si no, al menos es la razón por la que lo eligen sus clientes. No obstante, hoy es más complejo heredar los saberes de la medicina herbal que heredar el negocio mismo. De los cuatro hijos que tuvo Mario, ninguno eligió dedicarse a este oficio, en su juventud le ayudaron en el local, pero ahora todos trabajan en otras cosas. Dice que tampoco le gustaría que se hubieran quedado en la Plaza: “esto es muy esclavizante, aquí uno no tiene vida social” y es que él trabaja de lunes a sábado desde las 6 a.m. hasta las 8 p.m. y los domingos hasta las 2, tanto así que debe conectarse por zoom para poder asistir a las reuniones de la iglesia a la que pertenece. El único momento de la semana en que descansa es el domingo por la tarde, tiempo que aprovecha para predicar a tres cuadras de su casa en Villatina. Como no tuvo entre sus hijos a quién dejarle todo este saber para que lo compartan, considera que se lo está pasando a las personas que lo ayudan, como su socio Carlos Sanabria, con quien trabaja de lunes a sábado desde hace 5 años. Carlos es oriundo de Guaranda, un pueblo en la región de La Mojana, Sucre. Tiene 54 años y lleva ocho en Medellín. Mario y Carlos se conocieron en el Salón del Reino de los Testigos de Jehová, cerca a Villatina y después empezaron a trabajar juntos. Como creció en el campo, cuando llegó a Medellín ya sabía sobre las yerbas y sus usos, y aquí aprendió sobre los otros nombres que tienen algunas. Como con los hijos de Mario, las dos hijas de Carlos decidieron dedicarse a otras labores. Mientras Carlos está sentado en la parte de atrás del negocio, deshojando ramitas de guanábana que sirven para el cáncer, Mario atiende a los clientes, despacha al tiempo hasta cuatro pedidos de largas listas de plantas, no descuida ninguno y tampoco deja de responder cada una de las preguntas que puedan tener los que van llegando. En la radio se escucha La Voz de Colombia, una señora se acerca para preguntar por “flores de Mala Madre”: -¿Mala madre? No llega hasta el viernes.-¿O kalanchoe? Pregunta la señora.-Sí, kalanchoe sí tengo.-¿No es la misma?-Sí, es que son 7 variedades.-¿Y cuál es la mejor?-Todas son buenas, mala madre se le llama porque bota los hijos por un ladito. Entonces voltea y le dice a Carlos que le traiga un poquito de Kalanchoe desde atrás. Así se la pasan todo el día. Carlos cortando ramas de hierba