Conservar la esperanza mientras se arriesga la salud en la migración

En los últimos tres años, Necoclí ha sido punto de convergencia para cientos, y a menudo miles, de personas que se encuentran en proceso de migración por la selva del Darién. La mayoría se amontonan en las playas, lo que genera problemas de salubridad que están siendo abordados por diversos organismos.  Las pequeñas huellas de Haziel y Pablo quedan marcadas en la arena mientras exploran el lugar en el que permanecerán durante varios días. Haziel tose ligeramente, lo que indica que aún tiene secuelas de la enfermedad que lo afectó hace apenas unos días. Milei y Bresia, sus padres, los observan y se aseguran de que no se alejen. Esta familia dejó atrás su hogar en la selva del Perú para adentrarse en lo desconocido, en busca de lo que para ellos es un futuro mejor. Ahora están en una playa de Necoclí, en el Urabá antioqueño. Milei es venezolano, mientras que Bresia y los niños son peruanos. Pablo tiene cinco años y Haziel tres. Antes vivían en Atalaya, en el departamento amazónico de Ucayali, donde él trabajaba como soldador y ella como mesera. A pesar de sus dos ingresos, no lograban reunir suficiente dinero para sobrevivir. Decidieron que querían probar suerte en Estados Unidos, por lo que vendieron la mayoría de sus pertenencias y emprendieron el viaje con la esperanza intacta. El trayecto de seis días en bus desde Perú hasta Colombia no fue fácil: lidiaron con conductores poco amables que querían cobrarles por los niños, aunque los llevaran cargados, pasaron por Lima, atravesaron Ecuador, llegaron a Cali y terminaron en la playa de Necoclí el 25 de enero de 2024. El lugar que los recibió está a la orilla de un mar amarronado que mezcla las aguas del Caribe con las del río Atrato y es un punto estratégico para quienes se atreven a cruzar el tapón del Darién. Según Migración Colombia, en enero de 2024 hubo 26.196 salidas de personas desde Necoclí. Milei y su familia se quedan en la playa Malecón de las Américas, donde improvisaron un refugio con una carpa y algunos plásticos. Este lugar es el punto de reunión para cientos de migrantes, quienes duermen en carpas y hamacas dispuestas unas junto a otras. Allí también está Mary, una de las tantas personas que han permanecido en el municipio durante meses mientras reúnen el dinero necesario para continuar. Llegó desde Venezuela con su hija Susi y llevan más de un año en Necoclí. La carpa de Mary está a varios metros de la de Milei y los suyos. Es 31 de enero. Esta mañana, como siempre de lunes a viernes, reciben la visita de las Hermanas Franciscanas de María Inmaculada. Una de ellas es Ana Alicia Fajardo; ella y sus tres compañeras recorren la playa para interactuar con los migrantes y «brindarles un mensaje de esperanza» junto con un ficho que les permitirá recibir un plato de comida. El alimento se distribuye en una casa de la iglesia. Bajo un intenso sol de mediodía los migrantes caminan de 15 a 20 minutos desde la playa hasta allí. Cada uno lleva algún recipiente para recibir la comida mientras que, en la casa, varias mujeres la preparan. Las ollas están llenas de alimentos para un poco más de 300 personas. A la una de la tarde, el almuerzo está listo. Ordenados en fila, pasan a recibir sus porciones, que hoy son de arroz con lentejas y guandolo. Desde hace meses está en construcción un comedor en un terreno perteneciente a la diócesis de Apartadó. Gracias a estas ayudas, Mary y su hija no han pasado hambre. Ella se gana la vida colocando cartones sobre las motocicletas para protegerlas del sol, y por esto recibe algunas monedas. «Las hermanas nos brindan mucha comida. Gracias a ellas y a Dios no pasamos hambre aquí», dice mientras sonríe. Los sábados, la iglesia protestante Catedral de la Fe provee los alimentos. Los domingos, los migrantes deben procurarse su comida, ya que las organizaciones descansan. Mary cuenta que esos días va a una pollería donde le regalan algo para comer. La hermana Ana es originaria de Nariño. Su vocación la trajo a esta zona en 2023 para brindar acompañamiento y apoyo a “los hermanos migrantes”, como los llama. Foto: Juan Felipe Restrepo Cano. Un hospital insuficiente Pablo y Haziel tienen sus estómagos llenos. Esto alivia a sus padres, quienes no pueden evitar sentir preocupación por ellos. El que más los inquieta es Haziel, que en los últimos días ha tenido tos y dificultades para respirar. Milei lo llevó a la Cruz Roja, donde lo examinaron y le brindaron algunos medicamentos. Ahora, la tos ha disminuido, pero la curiosidad del niño va en aumento. Está en la etapa de querer descubrir, tocar, oler y llevarse a la boca todo lo que encuentra, por lo que Bresia está pendiente de él y le retira lo que podría representar un peligro. En 2021, la Cruz Roja estableció un puesto de salud en la playa para brindarles servicios médicos, enfermería, primeros auxilios, apoyo psicológico y medicamentos a los migrantes varados en Necoclí. Antes de eso, la atención a los migrantes era diferente, como anota monseñor Hugo Torres, quien entre 2014 y 2023 fungió como obispo de Apartadó y ahora es el arzobispo de la arquidiócesis de Santa Fe de Antioquia. Durante su gestión en Urabá, Torres lideró acciones para defender los derechos de los migrantes en el territorio, con la coordinación de recursos internacionales y la colaboración de los gobiernos locales para proteger a esta población. Monseñor Torres se destaca como una voz comprometida con la defensa de los derechos de los migrantes en esta región. Desde Santa Fe de Antioquia, sigue interesado por la situación. Recuerda que hasta antes de la llegada de la Cruz Roja, la diócesis se encargaba de cubrir los gastos de atención médica de los migrantes en el hospital, donde si bien se les brindaba atención en caso de urgencias, no se les garantizaban otros servicios. No olvida el caso de una