De pactos con el diablo, lectura de almas y otros gajes del oficio

Augusto Bedoya, librero de Pigmalión, que se dedica hace más de 55 años a este oficio

Los libreros existen desde que el libro se convirtió en un bien comercial de fácil acceso en el siglo XVIII. Desde entonces, han ejercido su oficio adaptándose a todo tipo de cambios propios del discurrir del tiempo, sirviendo como puente entre libros y potenciales lectores. Augusto Bedoya, librero de Pigmalión, que se dedica hace más de 55 años a este oficio. Foto: María Andrea Canchila Velilla. Para Umberto Eco, el oficio de librero se cimentaba en un pacto con el diablo, casi como el de Fausto cuando vendió su alma a cambio de la sabiduría completa. Es una labor que requiere de la perspicacia y la debida atención al voraz apetito de los lectores.    Esta labor titánica ha acompañado a la humanidad desde que la imprenta permitió democratizar el libro en el siglo XVIII. A Medellín llegó a finales del XIX con librerías que comercializaban artículos de oficina y libros, aunque estos últimos no eran el centro de su actividad comercial. En el Primer directorio general de la ciudad de Medellín, de 1906, ya se registraban cinco librerías: la Librería Católica, la Agencia de Negocios y Librería Religiosa, Camolina, la Librería Restrepo y la Librería y Papelería de Antonio Jesús Cano.   Este último era más conocido como el Negro Cano y fue uno de los personajes más importantes en el mundo de las artes y las letras en Medellín en las primeras décadas del siglo XX. Empezó como librero en la librería de Manuel José Álvarez, para después fundar la suya propia, que fue lugar de paso obligado para los escritores e intelectuales de la época, como Tomás Carrasquilla, Efe Gómez, León de Greiff, Ciro Mendía y Fernando González. En medio de las tertulias auspiciadas por el Negro Cano nació el movimiento de Los Pánidas, que transformó el estilo poético de la época, principalmente clásico, por uno novedoso, rebelde y contestatario.   En el prólogo del libro Vender el alma: el oficio del librero, del escritor Romano Montroni, Umberto Eco dice que “el comercio de libros es una actividad que va más allá de lo mercantil y que exige habilidades específicas. El librero ha de ser no solo un voraz lector de libros, sino de sus clientes”. Allí es donde se marca la frontera entre la simple venta de libros y el oficio del librero. Este último no se concentra en hacer ventas, sino en entender al posible lector, perfilarlo y encaminarlo hacia el libro que lo espera. En este sentido, el librero toma en sus hombros la labor de ser un puente entre las personas y la lectura.   El Negro Cano, llamado por el poeta español Francisco Villaespesa como “el alma misma de la ciudad, hecha color, música y línea”, sigue siendo hoy uno de los mayores referentes para los libreros de Medellín, a pesar de que murió hace más de 80 años, en 1942.   El hogar del librero   “Siempre les digo a quienes nos visitan que este es un oasis en el corazón del centro, un remanso de calma en medio del ajetreo del pasaje La Bastilla. Aquí podemos relajarnos y conversar sin prisas. Mientras muchos libreros se enfocan solo en las ventas, nosotros ofrecemos algo distinto: un espacio con un valor agregado, un lugar para disfrutar”, cuenta Bárbara Lins desde su librería La Hojarasca, en el segundo piso del Centro Comercial del Libro y la Cultura, en aquel emblemático pasaje del centro de Medellín.   En La Hojarasca hay un pequeño espacio pensado para el encuentro: una mesa con sillas alrededor que evocan el ambiente de una tertulia. Tanto dentro como fuera del local se exhiben los libros que vende Bárbara: usados, clásicos, teóricos, además de postales y afiches. En ese universo literario, donde también se realizan charlas, lanzamientos y otros eventos culturales, Bárbara permite conocer la arquitectura y anatomía que rodea el oficio de librera.   Cuenta que en los alrededores del pasaje La Bastilla siempre encontró una magia especial: un rincón secreto donde hallaba libros que no conseguía en otros lugares. Por eso dice que tuvo la fortuna de encontrar el local justo allí, en un espacio que, tras estar sellado cinco años, en 2021 reabrió sus puertas y se ha llenado de literatura y conversación.   Y es que el centro de Medellín está impregnado de historia librera: La Continental en Junín y Carabobo, La Aguirre en Maracaibo o La Anticuaria en Ayacucho son referencias constantes para quienes han transitado estos espacios durante años, conociendo a los libreros que les dan vida.   Así lo recuerda Augusto Bedoya o don Augusto, como lo llaman, de la librería Pigmalión, quien asegura que ha dedicado “toda la vida” a este oficio, o al menos más de 50 años. Creció en una familia apasionada por los libros y el mundo editorial, trabajó en la librería-papelería Bolívar en la calle del mismo nombre y, desde hace unos 30 años, es el alma detrás de Pigmalión, también ubicada en el segundo piso del Centro Comercial del Libro y la Cultura.   A don Augusto lo frecuenta mucha gente, en especial universitarios y lectores fieles de las humanidades: “Para mí, esto ha sido como otra universidad; a pesar de los años, uno aprende todos los días. El proceso del conocimiento es interminable, por eso Marx nos invitó a desconfiar de todo lo definitivo”.    Bárbara Lins, librera de La Hojarasca, en su espacio para charlas y tertulias en el Centro Comercial del Libro y la Cultura. Foto: María Andrea Canchila Velilla.   Con una intención similar a la de Bárbara y Augusto, Wilson Mendoza, librero y propietario de la Librería Grámmata, adecuó su espacio en el barrio Estadio. Como él mismo dice, “quería una librería para atender a los clientes, sentarme a conversar, porque el ejercicio del librero es precisamente ese: conversar, compartir, llegar a otras personas mediante el diálogo, pero también el análisis y la lectura”.    Grámmata comparte este espacio con la Librería Palinuro desde hace 10 años. En esta casa, ubicada a dos cuadras del estadio Atanasio Girardot, se encuentra una amplia selección de libros nuevos, usados y títulos de diversas editoriales.