Deforestación en Antioquia: conversaciones entre humanos y árboles

…hemos creado la palabra “árbol” para nombrar a un ser vivo bellísimo que tiene una capacidad enorme de relacionarse y hacerse posible a sí mismo, ¿Cuál es la diferencia entre todos los otros seres que hacemos lo mismo? Me gustaría que las palabras realmente expresaran la belleza, pero estas tienen todavía muchas formas limitadas. Aún así, han llegado a agradarme algunas que nos hemos inventado para darle, al menos, existencia comprensible y compartida entre nuestra propia especie. Por ejemplo, hemos creado la palabra «árbol» para nombrar a un ser vivo bellísimo que tiene una capacidad enorme de relacionarse y hacerse posible a sí mismo, ¿Cuál es la diferencia entre todos los otros seres que hacemos lo mismo? Hemos establecido también, que existe algo intangible, propio de cada ser humano, que se llama «imaginación». Ahí las pálidas imágenes de un mapa y un rostro se mezclan con la voz de Gustavo y le crean una «casa» – otra palabra con la capacidad enorme de hacerse posible a sí misma – a la historia que voy a escribir. Ostentosamente anarquista Al sur del Valle de Aburrá, concretamente en Itagüí, vivió la infancia Gustavo Adolfo Palacio, cuando el valle todavía parecía un valle, y se ordeñaba y se tenían marranos y perros, y los bellísimos árbol-es eran difíciles de contar. Para ese entonces el deseo instintivo de cuidar, que había heredado naturalmente por ser un hombre humano, se combinaba con el de su padre, otro hombre humano cuidador, para repetirle en su cabeza: los animales no se maltratan. Esa relación básica en tiempo pasado no le advertiría que, años después, haría parte del Ejército de Liberación Nacional (ELN), de la Juventud Communista de Colombia (JUCO), de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), de un proceso de paz y de un Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) en la vereda Carrizal, al nordeste del municipio de Remedios, Antioquia. «La primera vez que me metí así, como a mover armas y a conspirar y a tirarle a la policía o al ejército, fue cuando era un niño. A los doce años me metí con el ELN, hasta los catorce y medio que mataron al comandante que nos dirigía. Ahí como conocía la JUCO comencé a acercarme y me fui metiendo; por esas mismas circunstancias empezó a sonar un proceso de paz con las FARC y me empezó a tramar más el tema de la paz y el tema político con la JUCO. Terminé en la Unión Patriótica y los diálogos que habían con las FARC, pero cuando la masacre de la JUCO, la masacre de Segovia, cuando se dió toda esa oleada de violencia, esa matazón de líderes sociales, sindicalistas, se me cerraron las puertas y decidí ingresar al cuarto frente…para quedarme en la montaña» – me cuenta. ¿Qué puedo decir yo? Es así, nadie sabe lo que esconde el futuro, ni la tierra negra, amarilla, metálica, más adentro de ella misma, más adentro de nosotros. Cuando apenas estaba en las filas pensó en su nombre. Se quería llamar Camilo Ernesto, por Camilo Torres y por Ernesto el Che Guevara. Esas palabras también me gustan, esas en las que nos autoreferenciamos. De cualquier modo no se llamaría así. El «encargado de las hojas de vida», Aldruar José Octavio, le dijo que no se podía, que ya existían en el registro un Danilo, un Camilo, que mejor se llamara Teófilo. Gustavo le dijo «¿¡Cómo!?» y él le respondió «Sí, Teófilo». Luego Gustavo le dijo «Ay no, ese nombre tan feo», pero «el encargado de las hojas de vida» le empezó a hablar de Teófilo Forero, un líder comunista, y le insistió tanto que él aceptó. Más adelante leyó la historia de un personaje de Santander que le gustó mucho, era Vicente Rojas Lizcano, más conocido por su seudónimo Biófilo Panclasta. Ese hombre tan «anarquista, particular y loco que estuvo en la insurrección soviética, que intentó matar al rey de España y la reina de Inglaterra», en el que encontró inspiración, no sólo compartía con su nuevo alias un parecido fonético, sino que también le regalaría su apellido. No sé si Gustavo dejó de ser Gustavo cuando se nombró Teófilo Panclasta, no sé si dejó de ser Teófilo Panclasta cuando se volvió un firmante y todos de nuevo lo llamaron Gustavo; sólo sé que ese espacio de diferencia importa si veo en perspectiva la historia de su vida. El hogar Al principio, cuando dije que esta historia tenía casa en mi imaginación no quise decir también que fuera mentira; sino que a Teófilo Panclasta-Gustavo Palacio, solo le he visto una vez, y todo lo que me cuenta lo escucho una o dos mientras cierro los ojos y creo imágenes verdosas de bosques antioqueños, y guardo la firmeza con la que se camina en la oscuridad, aquí en mi mente y en mi corazón. En sus treinta y dos años como miembro de la guerrilla, de 1985 a 2017, recorrió muchos lugares, pero sobre todo estuvo en la Serranía de San Lucas. Esos muchos lugares fueron, por ejemplo, el occidente de Boyacá, el Norte de Santander, Ocaña, Arauca y Catatumbo. Pero la serranía, que está entre Antioquia y Bolívar, que es una forma específica de expresión geográfica en nuestro planeta: un conjunto de montañas, dentro de otro conjunto más grande de montañas; se convirtió en su hogar más permanente e hizo que su relación con la ruralidad y con la naturaleza fuera otra. «Una de las cosas que me producen nostalgia y me parecen bonitas, es saber que yo me levantaba por la mañana, me cepillaba los dientes, y al lado estaba el otro compañero: «Quiubo parcero, cómo amaneció» y nos cepillamos juntos. O sea, el no tener intimidad en cierta medida me parecía muy hermoso. Esa relación entre nosotros y el agua, el baño, hombres y mujeres. Esas relaciones así, tan naturales, tan silvestres, ese rollo de hacer la camita juntos, de que una hoja de plátano nos servía como colchón, de aprender cómo