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Edición 104

event 26 Febrero 2023
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Laura Manuela Cano Loaiza
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  • Paz que crece en la montaña

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    Los reincorporados del Antiguo Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (AETCR) de Llano Grande, en las montañas de Dabeiba, pasan sus días entre promesas de vivienda, aires de resistencia y esfuerzos de trabajo. 

     

    1. ETCR

    Fotografía: Carolina Garnica

    La vereda Llano Grande queda a una hora de Dabeiba, tras un camino con tortuosos tramos de carretera destapada y derrumbes en las épocas de lluvias. Más adelante, bajando una pendiente, está uno de los cuatro AETCR de Antioquia, el centro poblado Llano Grande Chimiadó. Este terreno descansa oculto entre la niebla sobre una montaña del cañón de Chimiadó, donde alguna vez operó el Frente 5 de las Farc.

    El poblado funciona como un pueblo pequeño. Cuenta con una misión médica (en desuso), guardería, cancha, salón comunal, tiendas, hostal, hotel y un espacio pensado para funcionar como restaurante y panadería. Sobre la montaña, entre el bosque que rodea al AETCR y la zona residencial, se puede leer “ZVTN Jacobo Arango. La esperanza y el amor por la Paz, nacen del legado de Manuel”.

    Ese mensaje recuerda, por un lado, una de las tantas siglas que desde hace seis años han identificado a los espacios de ubicación luego del desarme de la guerrilla como el que correspondía a las zonas veredales transitorias de normalización y, por el otro, a dos históricos líderes de las Farc: Jacobo Arango, comandante del Frente 5, y Manuel Marulanda Vélez, uno de los fundadores y mayores representantes de la organización. Ambos personajes figuran también, junto a Efraín Guzmán, otro fundador, en el Monumento a la Resistencia, ubicado al lado de los mástiles dispuestos para ondear las banderas en las visitas que lo ameritan.

    Entre el barro y la hierba se erigen también 17 bloques habitacionales. Algunas viviendas están conformadas por una sola habitación con cocina y baño, otras, más amplias y cómodas, tienen sala y varias habitaciones. Muchas permanecen con el blanco original, ya deteriorado por los años, y otras han sido remodeladas con refuerzos de material, capas de pintura y jardines coloridos. En las paredes hay varios murales políticos, un Che algo desprolijo, dibujos de niños y hasta un escudo del Atlético Nacional.

    Caminos de reincorporación

    De los casi 400 firmantes que llegaron en 2016 a Llano Grande, hoy quedan unos 109 según la Agencia para la Reincorporación y la Normalización (ARN). La forma de nombrarlos es importante, pues llamarlos firmantes de paz o reincorporados le recuerda a la sociedad que su presencia en la vida civil es fruto de los acuerdos. Aunque también es frecuente el uso de la palabra reinsertados, la ONU habla de la reinserción como el paso intermedio entre la desmovilización, entendida como el desarme, y la reincorporación, que es la integración en la sociedad civil.

    Según Fancy María Orrego, conocida en el AETCR como Érika, por su nombre en la guerrilla, “el reinsertado es alguien que estuvo en el alzamiento armado, independiente del grupo al que perteneció y que decidió dejar el fusil y comparecer ante la justicia transicional. Con nosotros es otra la situación, porque si hubiésemos tomado esa opción no hubiésemos quemado cuatro años de negociaciones en La Habana con una agenda amplia y bien discutida, traumas, recesos y suspensiones. El reinsertado no asume posición ni responsabilidad política”.

    Al avanzar el proceso, muchos firmantes que provenían de otras zonas decidieron abandonar el espacio y regresar a sus lugares de origen para estar con sus familias, buscar oportunidades laborales o incluso regresar a las armas, como fue el caso de tres integrantes del espacio de Llano Grande.

    Entre los que permanecen y sus familiares suman unas 200 personas, aunque el número fluctúa constantemente. La mayoría tienen su vida entera en Llano Grande, pero otros solo visitan el AETCR periódicamente, porque sus trabajos y proyectos productivos están en otros lugares. Todos se conocen entre sí y procuran mantener un ambiente de cooperación.

    Los firmantes hablan constantemente del valor de la unidad no solo por el bienestar del centro poblado, sino por la seguridad de los reincorporados, que corren un mayor riesgo de ser asesinados cuando se alejan del espacio. En 2018, dos firmantes, integrantes del AETCR, fueron asesinados en el municipio de Peque.

    Desde su llegada, los reincorporados fueron convocando a sus familiares, especialmente a sus hijos, para reconstruir sus hogares, o por lo menos intentarlo. Al estar en la guerrilla, muchos combatientes se vieron obligados a entregar a sus hijos a familiares y se perdieron todo su proceso de crianza. Ahora, algunos han podido reencontrarse, han tenido más hijos o han formado nuevas familias.

    “Se han dado casos dolorosos. Recién llegadas, a varias compañeras que mandaron a buscar a sus hijos estos les decían: ‘Ah, bueno, yo quería saber quién era mi mamá, pero hasta aquí. Usted no me crio. Chao’. Otros dijeron: ‘Los reconozco, ustedes son mis padres, bienvenidos. Aquí estoy’, cuenta Luis Arturo Garcés, más conocido como Harrison, presidente del AETCR.

    2. Casas Jardines, huertas, bosques y animales llenan de vida el ETCR. Foto: Carmen Carolina Garnica

    Casas de papel

    Cuando los firmantes llegaron a Llano Grande se asentaron en viviendas fabricadas en superboard y perfiles de metal, que estaban pensadas como un albergue temporal. Hoy, seis años después, siguen viviendo en estos mismos espacios, deteriorados por la humedad y agrietados por la fragilidad del material. Los firmantes les dicen “casas de papel”.

    A diferencia de lo que ocurre con otros grupos de reincorporados que todavía no han podido formalizar su acceso a tierras (ver página 22), el predio de Llano Grande fue adquirido por el Gobierno y entregado a los excombatientes en enero de 2021. Ese mismo año, el Gobierno de Iván Duque inició un proyecto para construir 109 viviendas de 68 metros cuadrados.

    Sin embargo, Harrison cuenta que la comunidad se opuso al proyecto al enterarse de que la construcción se haría mediante un método conocido como steel framing que, a juicio de los reincorporados, es similar a las láminas de acero y superboard con las que están construidas sus viviendas actuales. Por esa razón aceptaron realizarlas más pequeñas, de 53 metros cuadrados, pero con estructura de adobe y cemento.

    Los materiales que serían usados en las obras generaron tensión entre los excombatientes y la ARN. A finales de 2021, Andrés Stapper, entonces director de la ARN, dijo que los cambios en el proyecto aplazarían hasta 36 meses su ejecución, pero aseguró que concertarían el tipo de construcción con la comunidad.

    Pese a las promesas, en los últimos meses del período de Iván Duque no hubo más avances. El tema apenas se reactivó ya en el nuevo Gobierno y a finales de diciembre de 2022, la ministra de Vivienda, Catalina Velasco, visitó la zona y anunció un acuerdo con la Gobernación de Antioquia. La inversión será de casi 12 mil millones de pesos para 109 subsidios de vivienda.

    Harrison lamenta que, por cuenta del proyecto inicial, la comunidad desmontó un galpón con más de 1500 gallinas ponedoras, una de sus iniciativas productivas más fuertes. “Cuando llegó Duque con su cuento de que nos iba a construir las casas, nos hicieron desbaratar el proyecto y nos quedamos sin los huevos, sin las gallinas y sin las casas”, dice el líder de los reincorporados, que habla del programa de vivienda en pasado.

    ¿Proyectos productivos?

    Después de la puesta en marcha del AETCR, la comunidad decidió conformar una junta directiva de siete personas que se encarga de manejar los asuntos de salud, educación, administración, convivencia, emprendimiento y género en el espacio. Con el nacimiento de este órgano directivo, surgió la Cooperativa Agroprogreso, presidida también por Harrison, que busca impulsar los proyectos productivos de los firmantes.

    Aunque los reincorporados reciben una renta básica, el objetivo a largo plazo es que sean autónomos y puedan vivir de sus proyectos productivos. “Yo tuve un proyecto de producción de lulo, otros compañeros se metieron en producción de fríjol, otros en maíz. Pero nos dimos cuenta de que los arriendos de la tierra aquí son muy altos, así que no nos funcionaba. Nos trazamos un plan en la junta directiva para buscar tierra y comenzamos a tocar puertas por todos lados”, comenta Harrison.

    La iniciativa que más lo enorgullece empezó en 2019, cuando Proantioquia le entregó al Gobierno un predio de 270 hectáreas (de las cuales 100 son de protección de bosque) en la vereda Taparales, a 20 minutos de Mutatá, para el desarrollo de proyectos agrícolas. Allí, firmantes y algunos integrantes de la comunidad de Llano Grande han desarrollado diferentes líneas productivas que paulatinamente van introduciendo en el comercio local, con el direccionamiento de la fundación de desarrollo rural Salvaterra. En el terreno se llevan a cabo actividades de ecoturismo, piscicultura, apicultura, siembra de cacao, limón tahití, café, plátano y cosechas de autoabastecimiento, muchas aún en etapas iniciales.

    Además, el apoyo de organizaciones como la ONU y la reunión del capital semilla (los ocho millones de pesos estipulados en los acuerdos de paz para que cada firmante emprenda proyectos productivos) han permitido a algunos de los reincorporados crear otros proyectos. Entre estas iniciativas están el taller de confección Hilos de Paz, la experiencia de ecoturismo llamada Travesías por la Paz y la adquisición de otro predio de 116 hectáreas para ganadería. Harrison habla de todos estos emprendimientos con optimismo, pero Luz Mary Cartagena, la vicepresidenta del espacio, tiene una visión más conservadora y considera que aún falta mucho para que la comunidad tenga proyectos productivos fuertes, y dice que por ahora no son más que iniciativas de producción.

    Familia Llano Grande

    Aunque algunos de los firmantes conocían y tenían cercanía con algunos habitantes de la vereda, su presencia, sumada a la del Ejército y los paramilitares, mantuvo a la población aledaña a donde se ubican hoy y al municipio entero de Dabeiba sumidos entre el temor y la incertidumbre del conflicto. Ahora, según las directivas del AETCR y Luis Gonzalo David, presidente de la Junta de Acción Comunal de la vereda, tanto firmantes como habitantes originarios de la vereda, policías y militares trabajan conjuntamente desde la llegada de los exguerrilleros para garantizar la paz y las buenas relaciones en la zona.

    Esto se refleja, por ejemplo, en cómo reincorporados y miembros de la comunidad tienen iniciativas productivas conjuntas y en que hijos de firmantes estudian sin discriminaciones ni miramientos con el resto de niños de Llano Grande en el Centro Educativo Rural Madre Laura.

    “Aquí hemos convivido en armonía con la fuerza pública, con entidades, con todo. Hemos sabido llevárnosla a lo bien. Las cosas que hay que decir, si hay un impase o un error, las decimos de frente, y vamos pa’lante. Llano Grande ahora figura por este proceso. Cuando nosotros llegamos, eran cuatro o cinco casitas, pero ya la gente ha ido retornando”, dice Luis Carlos Moreno, secretario de la junta directiva del AETCR.

    Según la fundación Kreanta, que ha adelantado en asociación con Proantioquia procesos de reincorporación social y económica en la región, tras la firma de los acuerdos de paz cerca de 5000 personas regresaron a Llano Grande y las seis veredas aledañas.

    Aires de lucha

    En el AETCR se respira una mezcla de paz, memoria y combate. Los firmantes abrazan los acuerdos y se esfuerzan por mantener la armonía que les ha traído el lugar, pero no borran las huellas de su paso por las Farc porque muchos vivieron en aquella organización gran parte de sus vidas. De hecho, en el proyecto turístico del espacio está incluido un tour de memoria histórica que recorre la zona boscosa al lado del AETCR, que antes ocupaba el Frente 5. Allí pasan por los lugares donde cocinaban, dormían, estudiaban y combatían. Aunque admiten el papel de las Farc en el conflicto y el daño causado, es común que muchos de los firmantes no reconozcan algunos hechos, como la violencia sexual en sus filas y el reclutamiento de menores. También que evadan temas como el del narcotráfico.

    Por costumbre, más que por simbolismo, aún se llaman por sus nombres de guerra, usan ropa con camuflado, tienen un par de botas listas afuera de su casa para ir a cualquier lugar y conservan en su lenguaje hábitos propios de su experiencia, como llamar a sus parejas compañera o compañero.

    También, por amor a la lucha que nunca han dejado de defender, a lo largo de todo el AETCR se pueden ver murales de líderes revolucionarios, en sus prendas son comunes los rostros de Hugo Chávez o el Che Guevara y las imágenes alusivas al partido Comunes. Sus discusiones están teñidas de marxismo.

    Muchos, como Érika, no tienen problemas con la palabra excombatiente, aunque preferirían solo ser conocidos por su nombre y no cargar esa denominación a todos lados. A otros, sí les molesta porque consideran que después de dejar las armas su papel es seguir luchando con la política y la palabra. Mantenerse revolucionarios es su gran motivación para seguir combatiendo desde la paz.

    5. Mural

     Foto: Laura Manuela Cano

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