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event 31 Enero 2023
schedule 13 min.
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Sara Mesa Pérez
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Cerrar los ojos, abrir los sentidos

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Alexis Gómez, director del Teatro Galeón, se inspiró en la oscuridad que caracteriza a Edgar Allan Poe y a sus personajes para escribir ‘Noctámbulo’, una obra de teatro a ciegas. De la Urbe vivió esta experiencia y aquí te contamos al respecto.

Edgar Allan Poe Algunas obras de Edgar Allan Poe que se referencian en Noctámbulo son: El cuervo, El corazón delator, Eleonora, El gato negro y Los crímenes de la calle Morgue.
Imagen: Sara Mesa

 Son las 7:00 p.m. en el Teatro Galeón y las luces se apagan. Tan solo un par de velas blancas y una lámpara en la barra de la cocina iluminan el sitio. “A la sala no se puede ingresar con celulares, aretas grandes, correas, ni nada que refleje luz. Deben dejar todas sus pertenencias en los casilleros”, nos recuerdan. Luego, nos dividen en grupos. “Pongan sus manos en los hombros de quien tienen al frente y no se suelten”, dice quien va a guiar a las primeras seis personas, “van a seguir ú-ni-ca-men-te el sonido de mi voz”. Finalmente, nos aproximamos a la oscuridad.

Al principio, los ojos se esfuerzan por encontrar alguna sombra, algún reflejo o rayo de luz, pero es inútil. A medida que los demás grupos entran a la sala, la incertidumbre se convierte en polifonía. “Caminen en línea recta. Den un paso a la derecha. Giren noventa grados y estiren su mano izquierda hasta que sientan una silla. Siéntense en completo silencio”. Se escuchan algunos tropiezos. “¿Alguien quedó de pie?”.

Después de un par de minutos, el ruido se extingue y los ojos ceden al vacío. Estamos a punto de presenciar un juicio: William Wilson ha sido acusado de asesinar a su esposa y a su tía.

Noctámbulo

“Huele a borracho”, susurra alguien del público. Se escucha el silbido del viento y el maullido de un gato a lo lejos. Ya no estamos en el juicio, sino en el pasado, cuando Camille y su tía aún estaban vivas. William y su esposa discuten mientras la tía, enferma, escucha desde su cama. De repente, Camille grita desesperada: –está tosiendo sangre. Siento un par de gotas (¿de sangre?) que me caen al rostro. Se me entumecen las manos. A medida que el cuerpo acepta la oscuridad, la realidad y la ficción se confunden.

Cuando Alexis Gómez, licenciado en Teatro de la Universidad de Antioquia, propuso por primera vez hacer una obra de teatro ciego nunca pensó que los actores estarían, al igual que el público, en completa oscuridad. En un principio, tuvo la idea de vendar los ojos de los espectadores mientras el elenco se movía en el espacio bajo una luz tenue; sin embargo, luego de visitar Argentina para investigar al respecto, se dio cuenta de que, para aguzar los demás sentidos, todos debían estar a ciegas.

La historia del teatro ciego es relativamente reciente. Durante la primera mitad del siglo XX, el actor, director escénico y pedagogo teatral ruso Konstantín Stanislavski comenzó a hablar sobre la ‘memoria sensorial’. Años después, en 1991, surgió en Argentina lo que el dramaturgo Ricardo Sued nombró como ‘teatro a oscuras’.

Sued quiso combinar la interpretación teatral con técnicas de meditación zen tibetanas. Con el tiempo, tras la inclusión de personas con limitaciones visuales dentro de los elencos de actores (impulsada por el también argentino José Menchaca) apareció la denominación de ‘teatro a ciegas’ o ‘teatro ciego’.

En el caso de Colombia, el antecedente fue el Teatro de los Sentidos, fundado por el antropólogo y dramaturgo Enrique Vargas en los años noventa. Con estos referentes, Alexis decidió escribir su primera obra de teatro ciego, inspirada en la vida y obra de Edgar Allan Poe:

“Recuerdo que una de las personas que estaba como productora me dijo: ‘pero es que... Teatro ciego... Edgar Allan Poe... ¿Misterio? ¿Suspenso? ¡Qué pesar!’ Y ahí me di cuenta de que muchas veces nosotros mismos les ponemos los limitantes a las personas ciegas”. Sin embargo, pese a las dudas, Noctámbulo se produjo y se estrenó en el Teatro Galeón en 2014, tras seis meses de ensayos diarios y de un enfrentamiento constante a la oscuridad absoluta.

Galeón se fundó en 2009 y, desde entonces, ha pasado por tres sedes distintas, todas en Bello, Antioquia; la primera de ellas tenía una tarima de 70 centímetros de alto, en la que los actores tuvieron que aprender a moverse, subir y bajar, sin tener la posibilidad de ver.

Espectro

Los gritos de una bestia me aturden. Su pelaje me roza las piernas. Siento la cola de un caballo, las plumas de un cuervo, la brisa húmeda de la media noche, el vómito de un borracho que me salpica los zapatos. “Calma, es una obra, no es real”, escucho a alguien decir, quizá consolando a alguien, quizá consolándose a sí mismo. Sin embargo, en el vacío todo parece real.

“Creo que es muy importante, para quienes pueden ver y para quienes no, tener la posibilidad de estar inmersos en una propuesta sensorial que los está involucrando, sentir el contexto de una historia y abstraerse de la realidad que viven normalmente”, asegura Alexis. Y es que, para él, vivir la experiencia del teatro ciego es permitirse detener por un momento el mundo y recordarse cómo desde los sentidos puede vivirse una fantasía, pero también una realidad.

Actualmente, el Teatro Galeón cuenta con dos obras de teatro a ciegas: ‘Noctámbulo’, y ‘Nunca más’, una obra que se estrenó en 2019 en Granada, Antioquia, y que trata el tema de la guerra en Colombia, encarnada en lo que Alexis nombró como los ‘hombres sombra’. Su última temporada de funciones fue en diciembre de 2022, sin embargo, planean volver a presentar ambas obras este año.

“Es importante que desde la dramaturgia nos repensemos el movilizar al espectador como un espectador más activo, y eso lo da, por ejemplo, la posibilidad del teatro ciego: ser un teatro más interactivo, donde el espectador sienta que está dentro de la escena”, concluye.

Además del Galeón, en el Área Metropolitana del Valle de Aburrá hay otras propuestas de teatro no convencional, como las de La Rueda Flotante, una casa sensorial que se fundó en 2012 y está ubicada en el centro de Medellín.

Despertar

–A la muerte se le toma de frente, con valor, y después se le invita a una copa, repite William Wilson varias veces durante su confesión. La verdad finalmente se descubre y la jueza da su veredicto. Se rompe la oscuridad y, con ella, el trance. El cuarto que minutos antes fue casa, camino, bosque, taberna, hostal y juzgado, ahora parece diminuto. Salgo de la sala aún sin asimilar muy bien lo que acaba de suceder. En la fila para reclamar los bolsos, ya hay personas discutiendo sobre cómo lucen los personajes, cómo iban vestidos o incluso cómo eran los lugares que visitó William en Baltimore. Lo último que recuerdo antes de salir del teatro es leer una frase de Eleanor Roosevelt en una de las paredes: "El futuro pertenece a quienes creen en la belleza de sus sueños".

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