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event 23 Noviembre 2022
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Caterine Jaramillo
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Alan Garzón, la guerra por una camiseta

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El 20 de enero de 2019, cuatro días después del atentado del ELN que dejó 23 víctimas mortales y 68 heridos en la Escuela de Cadetes General Santander, en Bogotá, miles de personas de todo el país salieron a marchar para rechazar ese ataque. En Medellín, un puñado de manifestantes agredió e insultó a lo largo de varias cuadras a un muchacho de 17 años por una camiseta que llevaba puesta. Esta es su historia contada en primera persona.

Este texto fue publicado en la edición 95 del periódico De la Urbe

 

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Ilustración por Karen Parrado

Mi nombre es Alan Garzón y soy el joven que fue agredido en la marcha del 20 de enero de 2019, promovida por el presidente Iván Duque, cuyo objetivo era rechazar las muertes en la Escuela de Cadetes General Santander en Bogotá. Soy el joven de 17 años al que increparon varios manifestantes y el mismo al que le gritaron la frase aquella: “Te quitás esa camiseta o te pelamos”.

Cuando mis amigos y yo nos enteramos de la movilización hablamos y planeamos asistir y marchar por la causa. Un día antes hice una cartelera sobre al asesinato sistemático de líderes sociales. Quería hacer visible mi punto de vista sobre el conflicto, expresar que los campesinos y los defensores de derechos humanos también son víctimas en Colombia. Escribí sobre la cartulina: “En Colombia, desde 2016 hasta 2019, van más de 430 líderes asesinados. ¿Acaso ese no es un motivo para marchar?”.

Ese mismo día compré un vinilo rojo en una tienda cercana y busqué entre mi ropa una camiseta blanca. Escribí sobre la camiseta: “No a la guerra de Duque y Uribe”. Yo nunca imaginé que esa camisa y esa pancarta iban a despertar tantos amores y odios entre los manifestantes.

Finalmente, mis amigos decidieron no ir. Otra amiga con la que había quedado de encontrarme me canceló la misma mañana de la marcha. No me importó. Me puse la camiseta y, encima, una chaqueta que ocultaba el mensaje. Me dirigí hacia el metro para unirme a la manifestación en la estación Prado. Allí me bajé y empecé a caminar junto al tumulto de gente. Pasados unos diez minutos, a la altura de la avenida Oriental, me quité la chaqueta. En un prinicipio dudé porque vi a muchas personas con las gorras que Duque repartió en su campaña o gritando “¡que viva Uribe!”, pero varios jóvenes con carteleras sobre los líderes sociales me llenaron de valor.

No habían pasado cinco minutos cuando una mujer afrodescendiente, de baja estatura que aparentaba unos 45 o 50 años, comenzó a gritarme: “¡Fuera!”, “se equivocó de lugar”, “¿por qué no se va para Venezuela?”, y luego me rasgó la cartelera. En ese momento decidí salir de la marcha, caminé unos metros más y me volví a mezclar entre la gente. Nuevamente volvieron los insultos, mucho más fuertes, mucho más aireados, y las palmadas en el cuello y en la espalda.

Saqué mi celular, empecé a grabar y busqué a la policía. Cuando me acerqué a un agente, recibí el primer golpe en la cara. No alcancé a ver quién fue, estaba concentrado relatando lo que estaba pasando y buscando ayuda. El policía me pidió calma, y me señaló un costado de la calle. El segundo golpe sí lo recuerdo muy bien porque el hombre caminó hacia mí gritándome e insultándome: “¡Largate, perro hijueputa!”, me dijo. Yo respondí gritando que era menor de edad. Después de un tercer golpe, los policías me retiraron y me llevaron a la plazoleta central del parque San Antonio. Me pedían que no provocara a la gente mientras algunos manifestantes seguían detrás de nosotros.

Fue en la plazoleta cuando un señor de más o menos unos 60 años, que llevaba puesta la camiseta de la Selección Colombia, me increpó: “Es una porquería, lo que tenés puesto es una porquería”. El señor siguió gritándome: “Mirá Colombia, mirá cómo nos duelen los policías”, y se daba golpes en el pecho. “Porquería, sos una porquería de juventud”. Decidí preguntarle entonces si los líderes sociales no le importaban. El hombre me respondió como sin entender: “Sí, nos duelen. Fuera con esa camiseta…”. En ese momento buscó una cámara que nos estaba grabando y empezó a decir: “Los vamos a desvestir y tenemos la ayuda de nuestro presidente Duque”. Y justo ahí me soltó la frase que se hizo popular: “Te quitás esa camiseta o te pelamos”.

 

 

En este capítulo de Dosís Mínina reflexionamos sobre el álgido clima político entre los colombianos de a pie que se manifiesta en las calles y redes sociales. A raíz también de la historia de Alán Garzón.

Minutos más tarde varias personas llegaron a defenderme. No estoy seguro de si salieron de la marcha o estaban en la plazoleta, pero los furiosos se calmaron y se fueron. No me pude aguantar las lágrimas. Algunos trataron de calmarme. Cuando decidí marcharme alguien, al parecer era un reportero, me acompañó a coger el trasporte público. Camino a mi casa recibí muchas llamadas de periodistas, al parecer se había filtrado mi número telefónico. Como lo único que quería era tranquilizarme fui a un parque y allí contesté una llamada de una prima. Me preguntó si estaba bien y yo le pregunté a ella cómo se había enterado de todo. Me respondió que le habían enviado un video por WhatsApp.

Al revisar mis redes sociales estaban saturadas de notificaciones. Se habían generado varias tendencias en Twitter: “Te quitas esa camisa o te pelamos”, “No a la guerra de Duque y Uribe” y “Alan Garzón”. Recibí muchos mensajes de solidaridad y apoyo, pero también me di cuenta de que habían publicado mi foto en grupos de redes sociales de uribistas y que seguía recibiendo amenazas e insultos.

Muchos me tildan de revolucionario o guerrillero por no pensar de la misma forma que ellos. Muchos me acusan de haber ido a la marcha a provocarlos. La verdad es que mi realidad está lejos de esas etiquetas. A mis 17 años, considero que no soy un joven muy diferente a los de mi generación: me gusta salir con mis amigos los fines de semana, voy al colegio y trabajo en una empresa de recreación los fines de semana.

Nací en Barraquilla el 21 de agosto del 2001, pero casi inmediatamente después nos mudamos a Medellín. Vivo en un barrio del oriente de la ciudad, mi familia materna es antioqueña, por lo que toda mi vida me he movido entre estas calles. Aquí he logrado construir un círculo social extenso con amigos de todas partes de la ciudad. A veces salimos a comer o asistimos a eventos musicales de ska, reggae o rock, nos tomamos fotos y hablamos de muchos temas, la mayoría de las veces ni siquiera hablamos de política, si acaso nos compartimos memes y hacemos chistes.

Vivo con una tía y con mi abuela materna; mi mamá no vive conmigo. Ella se fue a trabajar a Estados Unidos desde que yo era muy pequeño. Aunque estuvo respondiendo por mí durante un tiempo, después no volvimos a saber nada de ella. De mi padre solo conozco lo que mi abuela me ha contado, la verdad muy poco. Me dice que es de Bogotá, que tiene dos hijas con una mujer diferente a mi mamá, y que tiene rasgos indígenas. A veces siento curiosidad por conocerlo, pero no he hecho nada para remover mi pasado. Nunca he pasado necesidades ni me ha faltado la comida, la vivienda ni el estudio.

Actualmente voy a un colegio público cercano a mi casa y estoy repitiendo el grado noveno en la jornada nocturna. Perdí el año pasado por inasistencias, definitivamente me cuesta levantarme temprano. Varias veces me pasó que me despertaba una hora más tarde de la de entrada al colegio y prefería seguir durmiendo.

Llevo una buena relación con mi familia, aunque no compartimos los mismos ideales políticos. Mi abuela, por ejemplo, apoya al expresidente Álvaro Uribe, y aunque en las últimas elecciones presidenciales intenté informarla sobre los diferentes candidatos y le dije que no votara por Duque, el día de las elecciones regresó a la casa con una pancarta del candidato del Centro Democrático. Cuando le pregunté por las razones de su voto, me contestó que hasta el cura de su iglesia había sugerido que votaran por él. Mi tía, por otro lado, es de las personas que piensa que votar no sirve para nada, porque siempre quedan los mismos y porque un solo voto no hace la diferencia.

Yo sí creo que un voto o una idea puede hacer la diferencia en nuestra sociedad, por eso, aunque aún no pueda votar, he intententado conocer y construir una conciencia política que voy nutriendo con ayuda del tiempo y de mis búsquedas, las cuales empezaron hace tres años cuando mi profesor de Sociales, Carlos Villa, intentó generar en mis compañeros y en mí un pensamiento crítico. Sin dejar de impartir los contenidos obligatorios del curso, el profesor nos mostraba películas o canciones con sentido social. Recuerdo todavía la clase donde nos puso Another Brick in the Wall de Pink Floyd, y ese coro que resuena en mí:

We don't need no education

We don't need no thought control

No dark sarcasm in the classroom

Teachers leave them kids alone

Hey, teachers, leave them kids alone

All in all it's just another brick in the wall

All in all you're just another brick in the wall

A partir de estas clases, empecé a indagar más acerca de la historia de Colombia y luego fui encontrando información en internet sobre la situación abrumadora y triste del país, que va desde políticos desempeñando de manera cuestionable su labor, hasta las muertes de líderes sociales que quedan en la impunidad.

Pero no me quedé solo con esto, busqué información adicional que finalmente me ayudó a llegar a una posición política que va en contra de los ideales promovidos por Álvaro Uribe Vélez y, por consiguiente, de su apadrinado Iván Duque. Desde mi punto de vista las políticas de estos dos personajes ayudan a perpetuar la guerra y generan un ambiente tenso y violento en Colombia.

Por eso cuando me enteré de la marcha y de sus promotores decidí compartir mi punto de vista aun sabiendo que podía correr riesgo. Para mí no es vida tener miedo a expresarse, siempre lo he hecho y lo seguiré haciendo. De hecho, esta no fue la primera movilización a la que asistí. El año pasado, por ejemplo, estuve en las marchas estudiantiles, la LGBTI y la realizada en defensa de los animales.

Después de la marcha del 20 de enero, mi vida no ha tenido cambios radicales, pero hay días en que tengo que lidiar con uno u otro insulto o alguna felicitación espontánea. Un mes después de la movilización, yendo en el metro hacia Itagüí, un señor mayor me paró y empezó a ofenderme y a amenazarme. En otra ocasión, en un plantón en contra del fiscal Néstor Humberto Martínez, en el parque de los Deseos, me sorprendió el recibimiento cálido que me dio la gente, algunos hasta hacían fila para tomarse fotos conmigo. En mi colegio muchos me expresaron su apoyo, me decían que me había atrevido a mostrar lo que muchos pensaban. En mi casa mi abuela sigue en contra de que yo participe en este tipo de eventos, de hecho creo que me botó la camiseta con el “No a la guerra de Duque y Uribe”.

Aunque la marea se ha calmado no me siento totalmente seguro en Medellín. A veces siento que estaría mejor en otro país donde nadie me reconociera, no temiera por mi vida y tuviera mejores oportunidades académicas. Por lo pronto, seguiré yendo a los espacios donde pueda expresar mi voz y dar un mensaje. A pesar del temor, no dejaré de participar de estas movilizaciones. Espero en el futuro aportarle a mi país desde el arte o la comunicación. Creo que un pueblo que se une frente a las injusticias puede más que un gobierno que quiere acallar al que piensa distinto.