Se agrupan y levantan sus escudos de madera o lata. Lanzan piedras y bombas molotov y reciben disparos, gases y chorros de agua cuando están en las marchas. También tienen días tranquilos: duermen y cocinan juntos. Guasón y Solecito hacen parte de la Línea de Aburrá, un grupo de jóvenes que respalda desde hace tres meses las marchas del Paro Nacional en Medellín. Los une la indignación, la precariedad y la violencia con la que crecieron.
Las luces de los proyectores que cada semana llenan con textos e ilustraciones los edificios de países latinoamericanos ‒Chile, Uruguay, Brasil y Colombia‒ son prueba de que la protesta social está viva en este lado del mundo.
El alcalde de Medellín cuestionó el tratamiento que le dio su antecesor a las protestas del paro nacional en 2019, pero sus declaraciones y el uso de fuerza indiscriminada contra las personas que participan en las movilizaciones contradice su discurso de respeto por la protesta social.
La contingencia de la covid-19 hizo que las formas de protesta se adaptaran a las nuevas circunstancias y escalaran a otros medios. En Colombia, por ejemplo, hubo alrededor de 350 tuiteratones en cinco meses. ¿Cómo funcionan y cuáles son los alcances reales de las protestas digitales en el país?