La primera vez que compré un bareto en la Universidad de Antioquia fue un jueves después de almorzar. Ahí estaba el tipo de siempre, sentado en un pupitre debajo de un árbol cualquiera. No sabía muy bien qué decir así que le solté un “Hola, ¿tenés marihuana?”. Me dijo que solo tenía cripa y me sacó un cigarrillo ya armado en una bolsita ziploc. Pagué dos mil pesos y me fui rápido con un vacío en el estómago.