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event 04 Septiembre 2021
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Estefanía Aguirre Giraldo Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Necesita activar JavaScript para visualizarla.
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  • El paro entre líneas

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    Se agrupan y levantan sus escudos de madera o lata. Lanzan piedras y bombas molotov y reciben disparos, gases y chorros de agua cuando están en las marchas. También tienen días tranquilos: duermen y cocinan juntos. Guasón y Solecito hacen parte de la Línea de Aburrá, un grupo de jóvenes que respalda desde hace tres meses las marchas del Paro Nacional en Medellín. Los une la indignación, la precariedad y la violencia con la que crecieron.   

     

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    Fotografía: Yojan Valencia

    Contenido en alianza con La Vuelta

    LogoVuelta

    Se escuchan detonaciones, pero no hay tropel. Aunque el sonido causa uno que otro espasmo en los transeúntes, esta tarde de mediados de junio no hay alarmas ni gritos. Es la calma que antecede a las jornadas de protestas. Mientras algunos integrantes de la Línea Aburrá ensayan con paciencia las papas bombas que usarán en los enfrentamientos del día siguiente, los niños siguen lanzándose por las rampas, las parejas conversan en las mesas y los vendedores ambulantes recorren el que ahora es llamado parque de la Resistencia.

    Adentro del parque, en lo que antes era una zona de comidas rápidas y ya son carpas, colchones y ollas, un grupo de jóvenes apenas despierta. Estuvieron toda la noche en vela cuidando la zona, de robos, infiltrados y emboscadas. A Guasón –alto, flaco y ojeroso– le tocó trasnochar. Lo llaman así porque ese fue el disfraz que usó en una de las marchas del paro y también por cierto espíritu de saltimbanqui. Hoy, sin embargo, no tiene ese ánimo. Da vueltas por el parque atento a cualquier situación sospechosa: gente tomando fotos, camionetas que se parquean en los costados o motos que pasan lento. Llegó al campamento el 29 de abril:

    Todo lo que ha pasado en mi vida es porque ha llegado. Yo estaba trabajando en aseo y sostenimiento en Copacabana. Cuando salí de trabajar, vi que atravesaron una mula, le chuzaron las llantas y los capuchos empezaron a caminar de pa’trás. Un parcero me gritó “únase a la lucha” y yo dije “voy pa’llá”.

    Llevaba puesto el uniforme de la empresa y en su casa lo esperaban, pero nada de eso le impidió obedecer la orden del capucho. Al contrario, la camisa le sirvió para cubrirse la cara. Esa noche incendiaron el peaje de Niquía.

    Ese calor, esa llama, esa candela me prendió el corazón. El corazón me latía fuerte y era por orgullo colombiano. Y dije: “no más, no más, estamos cansados, vamos es a meternos por lo de nosotros” y ahí fue que me metí a la primera línea.

    El Guasón tiene 26 años y vive en la ladera nororiental de Medellín. Su infancia y adolescencia las pasó jugando en la calle con sus amigos y sus primos. A los 13 empezó a fumar marihuana y después a consumir otras drogas que compraba con la plata que le daba su camello en el combo del barrio. Aclara que nunca se enredó sino que nació y creció entre pandillas.

    Toda la vida me crie arriba, incluso en los tiempos más duros. Mi familia era el combo, mis tíos y mis primos están metidos ahí; mi tío era el que mandaba. Él me sacaba pa’ todos lados, yo mantenía con él. Nací pa’ esto, pa’ estar en medio de la guerra. La guerra me persigue.

    Era 2009, ese año Medellín duplicó sus homicidios con respecto al año anterior. Según datos de Medicina Legal, la ciudad pasó de 1066 asesinatos en 2008 a 2186 en 2009. Guasón repartía su tiempo entre el colegio, el combo y el parche. En el morral mantenía un diccionario, los cuadernos, lapiceros, el libro de artística y el fierro, por si llegaba a pasar algo. Más de una vez tuvo razón.

    Uno de 14 años y tener que quitar el seguro, cargar y pararse al frente y disparar, eso es no tener elección, eso es estar entre la espada y la pared. No es: “¿Usted por qué se metió?”. No, a usted le van a dar, es su destino. Sálvese porque le van a pegar. Ahí es cuando o usted es un conejo o usted es un tigre, papi. Yo resulté siendo un tigre.

    Cuando supo que iba a ser papá, a los 17 años, habló con su tío y se alejó del combo. Hasta dejó de ir al estadio y de seguir al Nacional en mula. Aprendió a arreglar celulares. Pero meses antes de que su hija naciera la guerra lo volvió a alcanzar. Su papá, camionero, le pidió que lo ayudara a llevar un viaje a Tolemaida. Allá lo dejó en una base militar y firmó un permiso para que lo enlistaran porque todavía era menor de edad.

    Me fue como a un culo. Salí de una guerra para entrar a otra. Nosotros éramos un batallón de apoyo y me tocaron varios hostigamientos. Lo más berraco es que uno no puede disparar hasta que no le den la orden. Uno desde niño ha escuchado las balas cerca, pero se puede defender, allá no. Uno piensa: “¿Sí voy a salir vivo? Voy a disparar, voy a desobedecer porque me van a matar”. Hasta que llegaba la orden de responder, y ahí uno sí respiraba.

    Sus compañeros lo empezaron a respetar porque disparaba apoyando su brazo en la cadera, como dicta el manual del barrio. Pero Guasón no cumplió el tiempo completo del servicio militar. Al séptimo mes le concedieron una salida de unos días y decidió no regresar. Volvió a Medellín, validó el bachillerato en 2013 y después pagó la libreta militar.

    Desde entonces trabajó como barbero y técnico de celulares. Quisiera dedicarse al deporte. Hace años conoció las artes marciales mixtas, pero no ha tenido ni los recursos económicos ni el tiempo para practicar. Todavía conserva la fe de poder dedicarse algún día a lo que le apasiona.

    Es lunes, el día más tranquilo de la Línea Aburrá, según sus integrantes. A medida que pasan las horas, más jóvenes llegan a la Resistencia. Saludan a los que están en el campamento, preguntan en qué pueden ayudar, conversan sobre las próximas marchas o simplemente se parchan y prenden un bareto. No tienen más de 30 años.

    Durante la pandemia la tasa de desempleo juvenil en Colombia pasó de un 18.7 % a un 23.10 %, y los números son más preocupantes en las mujeres: entre febrero y abril de 2021 había 702.000 hombres desempleados y 875.000 mujeres. Entre tanto, según un estudio de percepción elaborado en mayo por la Universidad del Rosario, El Tiempo y la firma Cifras y Conceptos, el 84 % de los jóvenes consultados, entre 18 y 32 años, se sentía representado por el paro nacional.

    Las conversaciones en el campamento delatan cansancio, incertidumbre, pero también rebeldía y hermandad. Es como si este refugio fuera todo: una familia, una causa, la promesa de un futuro distinto.

    A las cinco de la tarde, después de todo un día sin comer, Guasón consigue un sánduche. En los casi dos meses que lleva en el campamento, nunca les ha faltado comida. Instalaron una olla que calientan a fuego de leña y que se llena con las donaciones que reciben, sea de comida o de dinero. Le ofrece a su novia, pero ella solo quiere que él coma. Se conocieron en una de las marchas del paro.

    Yo quería estar al frente, en el tropel, pero me daba susto estar sola, y cuando conocí al Guasón me fui adelante con él. Mientras él hacía parte de los escudos, se defendía o atacaba, yo devolvía los gases.

    La Línea de Aburrá está integrada por varias divisiones como la línea norte, del sur, del centro y la M24. Esta última está integrada solamente por mujeres, y a ella pertenecen la novia de Guasón y Solecito, como pidió ser llamada.

    Solecito, como pidió ser llamada, tiene 20 años, es estudiante de fotografía y participaba en las manifestaciones tomando fotos. A mediados de mayo sufrió una crisis de depresión: la violencia que veía en las marchas y tropeles la afectó mental y físicamente. Según Indepaz, en los dos primeros meses del paro murieron 74 personas mientras el Ministerio de Defensa de Colombia habla de 24 muertes relacionadas con la protesta. Solecito dejó de comer y se encerró en la casa de sus abuelos, también por petición de su mamá. Después de unos días se volvió a sentir mal, pero esta vez por no estar luchando en las calles con sus compañeros.

    Me sentía todo mal en la casa porque no estaba ayudando a los pelados. Era inservible, no podía hacer nada, entonces le dije a mi mamá que no era capaz de quedarme quieta. Ella sabía que eso era verdad, entonces me apoyó e incluso me llevó a las marchas.

    No conoce el hambre ni la falta de techo. Pero tiene que intercalar trabajo y estudio para poder pagar sus gastos: un semestre cursa la carrera de fotografía en un instituto en el centro de Medellín y en otro labora en un restaurante de comida italiana. Para poder asistir a las marchas y acompañar a los pelados en el campamento renunció al restaurante. Todavía no sabe cómo va a pagar el próximo semestre.

    La lucha también es por el estudio. La gente dice que sí hay estudio, pero con el Icetex vas a estudiar unos años y el resto de la vida vas a trabajar para pagar esa deuda, y ni siquiera en un trabajo en el que te paguen lo suficiente por el esfuerzo que hiciste para estudiar.

    En las marchas recoge y pasa piedras y baña a los gaseados con leche o agua con bicarbonato. No se queda hasta muy tarde en el campamento para evitar emboscadas, y también porque no se siente cómoda durmiendo con desconocidos. Hace parte de la Línea M24, uno de los grupos que conforman la Línea Aburrá y que está integrado únicamente por mujeres. M24 surgió cuando varias jóvenes se quedaron resistiendo en un tropel junto a la Línea Aburrá. No se conocían entre ellas, pero ese día unieron fuerzas y crearon su línea. Aunque a veces teme por su vida, Solecito dice que no tiene una razón que la ate a vivir.

    Yo no tengo hijos, estoy operada para no tener, no tengo responsabilidades con nadie ni con nada. A veces creo que si uno tiene que morir en el combate va a valer toda la pena.
    A las seis de la tarde, el campamento se agita por la presencia de un vendedor de dulces. Algunos pelados se van detrás de él, los gritos y los chiflidos suenan de todas partes.

    Empiezan los rumores. Se dice que el vendedor de dulces robó en el parque hace algunos días y ya le habían avisado que no podía volver. Minutos después, en medio de gritos, lo traen golpeado. Algunos muchachos dicen que se lo lleven a los celadores del sector para que se lo entreguen a la policía. Otros quieren pegarle más y quitarle toda la ropa. El altercado termina con el tipo cascado, desnudo y entregado a los guardias. “Si me lo hubieran dejado a mí, le habría pegado más duro”, dice Guasón.

    Entre junio y julio surgieron críticas contra la Línea Aburrá por este tipo de comportamientos. Una denuncia anónima publicada en redes sociales habla de violencia y amenazas hacia personas de otros colectivos o a los visitantes del parque: “Agreden a las personas con cuchillos, palos, machetes, pólvora y hasta el momento hay muchas personas amenazadas. Manifiestan que si no están a favor de sus leyes se deben ir”. Recientemente, circuló un video en el que se les veía enseñarles a varios niños cómo sostener escudos y lanzar botellas. También hay acusaciones por atacar y amenazar a un grupo feminista que acompañaba una de las protestas cuando las mujeres les reclamaron a los líderes por sus comportamientos machistas.

    Yo eso sí lo he escuchado y a una compañera mía un man se la llevó por ahí y la empezó a criticar, a decirle que por qué una mujer estaba en estas cosas, que las mujeres no servían para esto.

    Aunque hayan crecido en ambientes diferentes, Solecito y Guasón tienen ciertos eventos en su vida que los unen. En 1999, por ejemplo, un tío de ella desapareció. Lo bajaron del bus en el que viajaba a Cartagena y lo hicieron pasar como un “falso positivo”. El tío de Guasón, el duro del barrio, también desapareció después de ser capturado por la policía. Los dos están convencidos de que las ganas de luchar y transformar su país son mucho más importantes que ciertos comportamientos de la Línea. Hablan de reformar la Policía, exigen una vida digna y están dispuestos a pelear por esta aunque no alcancen a ver esos cambios.

    Cuando llega la noche Guasón dice:

    Siempre hay una primera línea en una historia, y siempre los de la primera línea son los que caen primero. Pero no crean que porque sabemos que vamos a caer tenemos miedo, al contrario, nos estamos poniendo como ejemplo para que haya un despertar. 

     

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    Fotografía: Valentina Arango Correa

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